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Actualizada: 10 de Octubre de 2.007.  

 
 
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 Por una reinterpretación de Europa.

-de la Europa que se nos niega-


Por Pablo Gasco de la Rocha.


Europa está en declive, sus Estados nacionales tienden a diluirse y sobre la base de un relativismo moral suicida, afloran los síntomas causantes de esa destrucción por el impulso de esas fuerzas siniestras que laboran a la sombra de un poder supranacional como termitas: globalización, movimientos inmigratorios, paridad de sexos, reconocimiento social de la homosexualidad, dislocación industrial, destrucción del estado del bienestar, economía criminal, individualismo radical, revolución tecnológica, contaminación y desertización ambiental...

Pero si Europa desparece, ¿quién la va a sustituir?

Deberíamos, por tanto, trabajar para que esos cambios estructurales y esas tendencias políticas que hoy están menoscabando la influencia y el poder de las Patrias europeas, y que podrían muy bien ser irreversibles si no somos capaces de frenarlas a tiempo, no terminen finalmente por conquistar sus objetivos.   

¿A qué me refiero?

Pues ni más ni menos que al nuevo Tratado de la Unión Europea. Un documento que para evitar la consulta popular a los diferentes Estados, el referéndum, pierde en la nueva redacción el nombre de Constitución por el de Tratado, aunque jurídicamente tenga los mismo efectos. Un documento que suprime su símbolo de trascendencia espiritual más aparente, la bandera con sus estrellas doradas, pero que salva el económico, el euro, como manifestación expresa de lo que se persigue. Un documento que no admite la proporción democrática de paridad entre Estado y población, pues el caso de la musulmana Turquía está ya en el horizonte de su inclusión. Un documento que refuerza el poder ejecutivo supranacional y una política exterior única para todos los Estados miembros, imponiendo la supremacía del derecho comunitario sobre los nacionales y dotando de una extraordinaria capacidad jurídica a la Unión para celebrar acuerdos internacionales, decisiones que se toman al margen de los parlamentos de los diferentes Estados soberanos. Y, finalmente, suprimiendo la Carta de Derechos Fundamentales que consagra derechos sociales y laborales.

Ante este panorama, ¿qué podemos hacer?

Propongamos que se organice una gran consulta simultánea en todos los países de la Unión, que venga a ser una contribución al proceso de ratificación, pues proporcionaría a las instancias de la UE que deben tomar decisiones una información crucial, una imagen más exacta de las aspiraciones y la voluntad de los ciudadanos frente al "Tratado por el que se establece una Constitución para Europa", título del trabajo que la convención firmo el 29 de octubre de 2004 en Roma presidido por el masón de Valery.

Y ello, siendo conscientes y dimensionando en su justa medida los cambios que están produciéndose en el mundo. Cuyo primer aspecto es el cambio de equilibrio de poder, que se traduce en poder político y militar, que se desplaza hacia China y la India. Lo que no implica que Europa pierde peso real.

Europa, pues, se encuentra en una de esas situaciones de encrucijada en la que debe decidir. Sin embargo, la alternativa no pasa por simples reformas devenidas como consecuencia de los aspectos globales que la nueva situación mundial ha hecho emerger, pues la crisis de Europa es mucho más profunda. Tan profunda, que soslayar la nueva problemática a la que se enfrenta dentro y fuera de sus fronteras en el siglo XXI la conduciría a la ruina total. De ahí que Europa deba reflexionar sobre tres aspectos, como modo y manera de afrontar su crisis: Identidad, Supervivencia y Valores.

1º. La invasión inmigratoria de toda etnia, cultura y religión que pone en peligro su Identidad: su cultura grecolatina, su etnia blanca y su religión cristiana.

  2º. El terrorismo islámico, verdadera amenaza para el occidente cristiano, que pone en muy serio peligro su Supervivencia.

3º. Y su dimensión espiritual-cristiana, base y fundamento de los Valores que la conforman.

La invasión inmigratoria

Cuyo hecho, por más que nos empeñemos en tratarlo como asunto bilateral sobre programas de cooperación activa con los países emisores a fin de que aquellos generen trabajo que retenga a su mano de obra, impone un orden y un cuadro de normas frente al abandono de toda regla a favor de una ciega y catastrófica soberbia materialista. Y desde esta rectificación, legislar por una apertura razonable de fronteras, un control ordenado por etnias y culturas, y una integración eficaz en función de las necesidades europeas. De lo contrario, Europa se autodestruirá frente a la complacencia de vastos sectores de su población. Pues, soslayar este problema es estar dispuestos a morir. Pero, ¡ojo! A morir sin gloria y con ruina.

El terrorismo islámico

La violencia política ha adquirido un carácter eminentemente religioso, cuya característica es su sistemática globalidad, quizá por primera vez desde el anarquismo de finales del siglo XX. Y ello, no tanto como consecuencia de las políticas estadounidenses como de la frustración de los países árabes-islámicos, cada vez más impenetrados de la cultura y la forma de vivir del Occidente cristiano. Y pese a que este terrorismo está integrado por pequeñas minorías, tales minorías disfrutan de una evidente simpatía por parte de las masas en cuyo nombre dicen actuar, aunque de momento su apoyo sea poco relevante. Lo que no quiere decir que la dinámica no pueda variar en poco tiempo, incluso entre los musulmanes que viven en Europa, como constatan los últimos datos que se tienen al efecto. Máxime, teniendo en cuenta la característica de Al Qaeda (la central aglutinadora del terrorismo islámico financiada por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes "moderados"), una organización que funciona como un movimiento descentralizado, cuyas células, pequeñas y aisladas son muy difíciles de controlar.

Las raíces de su formación

Pero Europa deberá también enfrentarse a una grave situación de crisis internacional generalizada alumbrando con su credo y sus instituciones el nuevo orden internacional: un nuevo orden que tiene que ser ganado no desde la inercia del gigante herido (EEUU), sino desde una concepción espiritual, más concretamente cristiana, del hombre y de la Historia. Que es la declaración que hacemos desde la perspectiva de la fe en Jesús, el Señor y Redentor que dio su vida para salvarnos; y el Único que tiene palabras que iluminan la vida del hombre sobre la tierra y le conducen, más allá de la muerte, al destino feliz para el que fue creado. Pues, como Él mismo no dijo... "Sin mi no podéis hacer nada". De lo contrario, y como ha dicho tan certeramente Su Santidad Benedicto XVI: "al borrar de un plumazo sus raíces cristianas, Europa está apostatando de sí misma y condenándose al infierno de la nada".

Luchemos, pues, por esa Europa que se nos niega y que se nos escapa, manteniendo el compromiso y la dignidad, aunque algunos nos digan que la nuestra es para siempre una Europa perdida en el laberinto de un sueño, una Europa imposible. Siendo conscientes, en definitiva, de que el vacío que se dibuja corresponde a un presente que es ya nuestra responsabilidad histórica ineludible.


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