Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Sobre la base de una retórica tendente a confundir, que falseó la
realidad creando una demanda social inexistente, la involución política,
sólo posible mediante la simulación de un cambio o reforma, de ahí
su legalidad viciada, hoy nos encontramos con la verdadera situación
de España, que en estado terminal se resiste a dejar de
existir.
Si hubiera que hacer un balance de la política nacional en el curso de
las distintas legislaturas que se han sucedido desde el 20 de
noviembre de 1975, sin duda debería destacarse la inexorable marcha
de España hacia el fracaso como nación. Un fracaso que finalmente
se consumo con la Constitución de 1978, elaborada a retazos de las
cesiones y concesiones que las distintas fuerzas políticas que
participaron en su redacción se hicieron al unísono. De ahí que
se dijera y reconociera, que ninguna de ellas quedaba plenamente
satisfecha, pero que ninguna se sentía plenamente disgustada. Pues
cada cual puso aquello que más le interesó y convino. Incluso, las
fuerzas independentistas, que también participaron en su elaboración,
que pusieron los fundamentos necesarios de la indeterminación del
sistema político institucional, para en el futuro establecer los
fundamentos de una transformación del Estado desde su configuración
unitaria a la plurinacional. Lo que constituyó el primer error de
bulto de la Transición; el verdadero delito de lesa traición a la
Patria, a la Nación y al Pueblo por parte de los partidos políticos
(UCD, AP y PSOE) y de las instituciones del Estado.
|
|
Un error, delito de
lesa traición, que consintió la indeterminación en el reparto de
poder entre el Estado y las Comunidades Autónomas, al no cerrar la
distribución de competencias entre ambas instituciones. Cuestión
ésta de importancia capital que se creyó zanjada mediante el pacto
de intenciones entre las dos grandes fuerzas políticas que eran
entonces, y que lo siguen siendo hoy (PP y PSOE) confiando en que la
lealtad constitucional pactada se mantuviera; y que en la hora
actual se ha querido apuntalar sobre un artificial populismo forzado
y a contracorriente como es el llamado "patriotismo
constitucional". Que es la propuesta del PP ante el debacle al
que la izquierda y los separatistas someten a España.
Y tal problema, sobre la base no rectificada del reconocimiento
constitucional del sistema electoral proporcional, basado en las
circunscripciones provinciales, que ha propiciado un excesivo y
artificial poder político a los partidos independentistas, apenas
con número de votos, al hacer de ellos un elemento ineludible para
la configuración de las mayorías parlamentarias. Lo que ha
propiciado que gobiernos minoritarios, sin base popular suficiente,
hayan tenido la necesidad de sustentarse en apoyos parlamentarios de
carácter independentista, a cambio del vaciamiento competencial del
Estado. Creando, por ende, unas oligarquías minoritarias de enorme
peso político en sus distintas circunscripciones electorales: los
nuevos virreyes.
Pero esta configuración artificial e indeterminada de la estructura del
Estado y de nuestro sistema político institucional afecta a otros
problemas que devienen como consecuencia de esa desvertebración
territorial. Problemas de enorme hondura, que se han venido
consintiendo para no disgustar a nadie, y que hoy afloran de forma
altamente preocupante. En primer lugar, la fragmentación del
sistema educativo, que nos sitúa ya en una posición altamente
preocupante en cuanto a fracaso escolar, el mayor de toda Europa. Y
en segundo lugar, la imposibilidad de desarrollar y hacer efectivas
las competencias asociadas al ejercicio del poder de cualquier
Estado, base sustancial del desarrollo de los pueblos, como son las
infraestructuras hidráulicas, de transporte y de comunicación, que
o bien no se ejecutan, o bien se hacen en función de intereses
meramente políticos.
Pero puestos a reflejar la situación pre-terminal de España, no
podemos dejar de resaltar otro problema, consecuencia del aspecto
relevante de la indeterminación constitucional que nos
afecta. Me refiero a la nula independencia institucional del Consejo
del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional, a merced de los
políticos de turno, convertido este último organismo del Estado,
por su inadecuada regulación del recurso de amparo, en la ultima
instancia judicial, en detrimento del Tribunal Supremo; lo que no sólo
ocasiona al retraso en sus resoluciones, sino la manifiesta
politización del mismo.
Tal es la situación de España, en verdadero y real estado preagónico,
a casi treinta años de la vigencia de la Constitución de 1978, que
cualquier imbécil es capaz de advertir el peligro de la desaparición
de España como nación, y del peligro que ello puede conllevar de
una guerra civil. Por eso nosotros, los intransigentes, los abonados
al tendido "Cara al Sol" y a la barrera del
"NO": no a la Reforma y "No" a la
Constitución... deberíamos acaudillar la reacción del cambio y de
la rectificación que España exige. Y deberíamos hacerlo sobre el
ejemplo de aquel 18 de Julio como reacción de España contra la
anti-España. Una reacción que pasa necesariamente por disolver
todas las formaciones y poner a disposición todos los cargos. Pues
de nada nos servirán nuestros pequeños locales, nuestras medallas
y diplomas si España finalmente desaparece.
En esta hora difícil
y seria, puede que una de las más serias de nuestra Historia,
aunque no la única que hemos atravesado, lo que sin duda nos debe
animar, lo que no podemos es engañarnos. Pues somos, y esa es
nuestra grandeza, el enemigo público número uno del Sistema; el único
en condiciones de comprender o quizás intuir el "secreto"
celosamente ocultado: el odio a España y, por ende, a la civilización
cristiana europea-occidental. Por eso, con esta verdad que nos debe
guiar, y prescindiendo de la parte de culpa que hallamos podido
tener en propiciar tal situación, salgamos a la calle con nuestras
banderas en todo acto que se organice, e intransigentemente digamos
lo que José Antonio, referente posible de la grandeza de la Patria,
dijera no hace tanto tiempo: "Si España quiere suicidarse,
nosotros se lo impediremos". Proclama que lejos de ser una cita
meramente poética, es una afirmación de hondísimo calado
intelectual y sentido metafísico. Pues la Unidad de España no es
un caprichoso aderezo constitucional de quita y pon ni un postizo
oficial de arqueología estética, como a todas luces nos hacen
creen. España, Patria común e indivisible de todos los españoles,
es una herencia familiar forjada a lo largo de siglos, producto y
consecuencia del esfuerzo de las generaciones que nos precedieron;
el lugar en donde nacieron nuestros abuelos, nuestros padres y a
cuantos debemos que el país donde hemos nacido sea lo que es. Una
Nación, España, que ha sido formada por millares de santos, de
sabios y de héroes que nacieron en su suelo, y a quienes debemos
que el país donde hemos nacido sea, sin duda, el más noble y el más
glorioso de cuantos existen. Beneficiado por Dios, como ningún
otro, a través de la Santísima Virgen, Nuestra Señora del Pilar,
y del glorioso Apóstol Santiago, escogido entre los primeros discípulos
por Señor y el primero de ellos que mereció beber Su Santo Cáliz.
El primer Estado nacional, blasón de una rancia estirpe que ha
permanecido unido a lo largo de los siglos a través del respeto a
sus Instituciones seculares.
Por eso, conscientes
que la Constitución que rompe España fue firmada por la Corona a
través de su representante, Juan Carlos I dos veces consecutivas
Borbón, vayamos sin miedo y sin prejuicios a la República
Nacional Presidencialista, el anclaje necesario para la Grandeza, la
Libertada y la Unidad de la Patria.
INICIO
|