Por
Pablo Gasco de la Rocha.
El día 18 de julio, y entre las más
afectuosas acogidas que se recuerdan, hasta el punto que en un gesto
poco habitual el rey Juan Carlos se trasladó hasta el aeropuerto de
Barajas para darle personalmente la bienvenida, comenzaba la visita
de estado de tres días de duración a España del rey de Arabia
Saudí, el país que mayor esfuerzo y dinero emplea en expandir la yihad:
"la guerra santa contra los no creyentes", uno de los
cinco principios básicos y constitutivos de la religión islámica,
que expande a través de las autopistas económicas del petróleo.
Una expansión cuya peligrosidad está en la misma esencia de una
religión, el Islam, que tanto en su versión yihadista como salafista
les lleva a defender una absoluta y total incompatibilidad con los
valores cristianos occidentales, que entienden ponen en peligro su
propia identidad. Siendo un dato incontestable, se quiera o no
admitir, que desde las mezquitas de París, Londres o
Madrid se inclina a los súbditos y adeptos a rechazar los valores
de los estados de Europa en los que viven, por corruptos y
contrarios al Islam.
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Acogida, pues,
demasiado afectuosa a tenor de lo que hemos dicho, que se completó
por la tarde con una cena de gala que los reyes le dispensaron al
saudí en el Palacio Real, y en la que el Abdúla, riéndose de España
y de Europa, dijo, que "España como Arabia Saudí padecen y
condenan el flagelo del terrorismo", al mismo tiempo que nos
invitaba a "rechazar las interpretaciones injustas que quieren
utilizar los credos o las culturas para sembrar entre nosotros el
odio y la división". Abogando don Juan Carlos por la
Iniciativa de Paz que para Oriente propugna Arabia Saudí, pese a
que los saudíes son responsables del desarrollo de movimientos políticos
y culturales de carácter terrorista en todo el mundo, y que afecta
de modo muy preocupante a cuatro naciones con notables contactos con
Occidente: Palestina, Egipto, Turquía y Marruecos. En cuyos países
la población cristiana local observa preocupada cómo su libertad y
su seguridad se ve cada día más restringida y amenazada. Mientras,
por el contrario, el número de musulmanes que se instalan en Europa
crece.
Terminando la fiesta
un día después con la entrega de las Llaves de Oro al
Abdúla por parte del Ayuntamiento de Madrid. Despreciando que el
problema es real y que la amenaza está en la ideología que exporta
Arabia Saudí, que establece las bases teóricas para que algunos
den el último paso, porque el terrorismo es una de las formas de
acción política del islamismo, lo mismo que en el siglo pasado lo
fue del anarquismo.
Nos encontramos ante
una escenario bélico, con una estrategia de largo alcance y un
instrumento nuevo: el terrorismo financiado a gran escala por varios
Estados, especialmente Arabia Saudí, alimentado por una fanatización
sistemática de sociedades enteras, cuyo objetivo es el sabotaje de
cualquier democratización de la zona, la destrucción de Israel y
la des-estabilización de Occidente. Lo que lleva a considerar, que
la visita de este insigne personaje, a quien tan espléndidamente ha
recibido el rey Juan Carlos, es la consecuencia de la voluntad de
negar este hecho. Aunque negar el carácter bélico al terror
islamista equivale a nuestra rendición. Una rendición que como a
los cobardes de todas las épocas nos despertará un día a las
puertas de nuestros hogares. Justo cuando sea demasiado tarde.
Y todo lo dicho, sobre la realidad que ellos, los moros de toda pelo
y condición, nos hacen llegar a diario por activa y pasiva: con
vuestras leyes os invadiremos, y gracias a vuestra falta de espíritu
y de coraje os conquistaremos... Tiempo al tiempo.
Pese a todo, dos hechos conviene resaltar tras la visita del Abdúla. En
primer lugar, la crítica que de la misma hizo el canelo fino,
Ansón, en El Mundo, pese a ser el moro tan amigo de su amo y señor
el Borbón. Y en segundo lugar, el permiso que dos días después de
la visita se les otorgó a las mujeres musulmanas en nuestro país
para que poder fotografiase con velo en el carnet de identidad.
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