Siempre he envidiado
a la izquierda, lo reconozco;
la falta de vergüenza que les ha caracterizado para decir tonterías
solo ha sido comparable con los miedos de la derecha –ahora
resulta que centro- por defender la verdad. En todo caso, uno de los
mayores logros de la izquierda ha sido el de transformar nuestra
percepción de la realidad a través de la manipulación del
lenguaje. Así, “dictadura” es la forma de gobierno en la que
ellos no mandan, y en las que ellos mandan son “repúblicas
populares”.
Este mismo lenguaje
justifica la ocultación de una cruda realidad y la eliminación de
miles de vidas humanas. Llamarle al aborto “interrupción
voluntaria del embarazo” es una monstruosidad sólo comparable con
oírle a Josu Ternera decir que los guardias civiles mueren por
“intoxicación aguda de plomo”.
Pero, sin duda, lo más
fuerte es lo del “derecho al aborto”. Creo, sinceramente, que en
toda la historia de la humanidad no ha habido nada más macabro que
llamarle “derecho” a acabar con la vida de un ser humano,
indefenso, e inocente. Abortar es acabar con la vida de un ser
humano. Eso está clarísimo. Y acabar con la vida de un ser humano
nunca puede ser un derecho. Lo diga quien lo diga, por muy
progresista que sea.
Ahora resulta que no
basta con llamarle “coneja” a la mujer que se siente feliz
trayendo hijos al mundo, ni avisar de que uno de los graves riesgos
del sexo sin plastificar es el “peligro de embarazo”, como si
garantizar la continuidad de la especie fuese un peligro comparable
con el sida o la gonorrea. No, resulta que había que ir más allá,
y decir que el aborto es un derecho, una conquista de la mujer en su
lucha por la igualdad.
España es el país
más permisivo de Europa en materia abortiva. Aquí es legal
asesinar a un crío de nueve meses con un simple certificado del
centro abortista alegando “depresión”. Pues aun así, nuestra
legislación no contempla que ese aborto sea “un derecho”, sino
un “delito despenalizado”.
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