Por Don Ángel Garralda.
Si dominico fue el
primer santo asturiano, San Melchor de Quirós, dominica de la
Anunciata será el próximo 28 de octubre la primera asturiana que
sube a los altares.
Natural de Nembra (Aller), un pueblo que en 1936 no llegaba a los
mil habitantes, y que había entregado a la Iglesia alrededor de
cien sacerdotes, religiosos y religiosas. Una de ellas es Otilia, huérfana
de madre a los dos años. Su padre, Hermenegildo (Gildo) contrajo
segunda nupcias y su nueva esposa, Esperanza, a la que tuve la
suerte de conocer, fue una madre cariñosa con Otilia y le dio once
hijos a Gildo, de los cuales viven nueve, cuatro de ellas religiosas
del Santo Ángel. Los nueve estarán en la plaza del Vaticano
presenciando la beatificación de su hermana.
Otilia hizo los
estudios de Primaria en las Dominicas de la Anunciata en Caborana.
De allí partirá para Vic en 1932 donde, concluido el noviciado,
tras su primera profesión, es destinada a Barcelona para cursar los
estudios de Magisterio.
Asaltado su convento
de la calle Trafalgar los primeros días de la guerra, los
milicianos no encuentran dinero ni alhajas ni armas. Apresadas las
cinco religiosas entre risas e insultos de la gente que esperaba en
la calle, fueron llevadas a varios comités en plan de diversión
como cuando Cristo estuvo en el patio de Caifás.
Los milicianos se
fijaron preferentemente en Otilia, la más joven, pretendiéndola
cautivados por su hermosura; pero tuvieron que rendirse ante la
entereza, dignidad, constancia e intrepidez con que todas defendían
su virginidad consagrada. Todas fueron admirables y se animaban
mutuamente al martirio que veían cerca.
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El día 27 de
julio, a los nueve días de estallar la guerra, y en vista de
que ninguna quiere disfrutar de la vida, las suben al camión de
la FAI para devolverlas al convento. Pero, viendo las hermanas
que el camión marchaba rumbo al Tibidabo, comprendieron que había
llegado la hora final y se dispusieron al martirio animándose
unas a otras con serenidad heroica.
Iba una
miliciana en el convoy. El jefe de la cuadrilla no quitaba ojo
de Otilia cautivado por su hermosura de 19 años. Apoyado en su
arma quiso conquistarla. Estableció un diálogo intenso proponiéndola
salvarla y llevarla a su casa natal con sus papás. «¿Te
vienes conmigo?» La respuesta de Otilia fue un no solemne
refugiándose en la madre superiora, prefiriendo mil veces el
martirio. ¡Qué ejemplo a seguir para la juventud con tanta
oportunidad ante la tentación de tirarlo todo por la borda!
En un lugar próximo
a Vallvidrera, a unos cinco kilómetros de este pueblo, dieron
la orden de apearse en un recodo denominado «El Fero». Ya están
impacientes por matar. Separan a las tres mayores, que murieron
instantáneamente. La miliciana dijo que le dejasen a ella los
dos jóvenes, disparándoles al vientre para que sufrieran más.
Las dos, Otilia y Ramona, quedaron malheridas, tendidas al lado
de los tres cadáveres. Su agonía iba a ser larga y dolorosísima.
El camión se perdió en la oscuridad de la noche. Ellos creían
haber triunfado. Y mañana, más.
Pero siendo la
zona un lugar preferido para perpetrar muchos asesinatos, un
grupo de médicos decidió instalar un hospital provisional de
sangre, para poder auxiliar a las víctimas que quedaban
malheridas. Era en la quinta de San Salvador, propiedad del
doctor don Luis Vilar, donde funcionaba un retén de la Cruz
Roja.
Al oír esa
noche del 27 de julio los disparos, pronto localizaron las víctimas
que llevan al retén para prestarles los primeros auxilios.
Mientras el doctor Serra atendía a Otilia y el doctor Luis
Vilar a Ramona, el señor Fernández tomaba nota de cuanto
quisieron decir las dos mártires. Por su testimonio personal
conocemos al detalle su acta martirial.
Los doctores, viéndose
impotentes para reanimarlas por la gravedad de sus heridas,
escucharon de ellas toda su tragedia. De la hermana Otilia dijo
el doctor Serra: «Al verme impotente y descorazonado, me miraba
agradecida y decía no sufra doctor, como muero por Dios estoy
contenta. Murió perdonando: «Les perdono de todo corazón».
Murió como una santa, rezando y conformándose con la voluntad
de Dios. Me dio la dirección de su casa, para que yo visitase a
sus papás y les dijera que moría conformada y pura totalmente».
Sobrevivió unas dos horas y recuerda el doctor que «murió
como una santita, besaba el rosario y la medalla».
Durante esos
mismas días, su padre Hermenegildo había ingresado en la cárcel
de Nembra por ser «muy rezador» y adorador nocturno. Sufrió
torturas a palos en el recinto de la iglesia, hasta que, por
influencia de un primo suyo de Moreda, le soltaron por ocho días;
tiempo que aprovechó para largarse a zona nacional, León, con
varios compañeros de fatigas. Cuando se liberó Asturias pudo
besar al nuevo hijo que vino al mundo y cuando se liberó
Barcelona se enteró de que su hija Otilia había entrado
triunfalmente en el cielo con la palma del martirio.
Hoy, Roma, después
de 71 años, la beatifica junto con 497 mártires de nuestra
cruzada. Y el monolito que se levantó en su memoria en el lugar
del martirio y que conocí, supongo que habrá desaparecido por
los que quieren borrar la historia para escribirla a su manera.
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