La
historia de los países, como la historia de los hombres, de
cada hombre, no es más que un paseo tortuoso y difícil en
busca de la liberación. Sabemos que en este paseo, donde
los sufrimientos y las enfermedades son compañeros
inseparables, también lo son las alegrías y los grandes
momentos. La diferencia es que estos últimos son
consecuencia de una lucha y un esfuerzo consciente por
adquirirlos mientras que los primeros normalmente vienen
dados solos.
Los
creyentes sabemos que del cielo para abajo nada es eterno.
Lo que nuestros sentidos nos dictan, no es más que una
pequeña parte de la Realidad. La otra parte que la
completa y la da forma y sentido no es visible, pero puede
ser intuida por la herramienta formidable de la Fe.
De
alguna forma los creyentes siempre hemos vivido a
contracorriente: creemos en lo invisible para comprender lo
visible y creemos en la Tradición como motor
permanente para la creación futura. Con estos parámetros
hemos interpretado lo real para crear nuestro hogar en la
tierra.
No
me cabe duda de que el origen y el desarrollo de esa
particularísima Realidad llamada España ha sido creada a
partir de la ayuda e inspiración de los parámetros
mencionados antes. Nuestros ancestros, hombres y mujeres que
han luchado por dotar a España de esta visión, utilizaron
a lo largo de la Historia estas dos fuerzas para dotar de
savia nueva a la Patria: por la Tradición se
establecía un puente con la Historia, asumiéndola
por entero se extraían las consecuencias y los mejores
mensajes para proyectarse hacia el futuro sin cometer los
mismos errores. Por la Fe se tendía un puente hacia
Dios, hacia el Logos infinito que nos ayudaría a todos como
individuos y como grupo a dar forma a nuestras vidas y como
consecuencia a crear una unión indisoluble entre los
hombres superando cualquier tipo de mediocres diferencias
terrenales.
Como
digo, estas herramientas humanas han sido desarrolladas
singularmente en la historia de nuestra tierra hasta darla
forma y unión, hasta dotarla de su esencia.
Pero
sabemos, sin embargo, que el calor de esta visión y todo
ese esfuerzo sistemático de estar-en-el-mundo que han hecho
nuestros ancestros, ha sido no pocas veces perseguido con
brutalidad por compatriotas confusos y otras fuerzas
desterradoras de Dios. El fin era claro: sin tradición ni
fe solo el fango de lo material nos espera alegres a
tragarnos en el cieno sucio de la tierra. Una vez allí
todos somos manejables, manipulables porque no hay capacidad
de movimiento ni amplitud de miras.
El
día del 18 de Julio de 1936, fue la última vez en que una
generación se negó a formar parte del fango. Una generación
que gritó basta a ser enterrados vivos en una tierra en la
que tanto esfuerzo se había cultivado para dotarla de
dignidad y altura. Una tierra que tantas veces se interpretó
a sí misma sin descanso hasta darla alcance y proyección más
allá de este mundo.
Esa
generación lucho por su libertad presente, la memoria de
los antepasados y la dignidad de las nuevas generaciones.
Volvió a restablecer los dos puentes del oxígeno vital: la
Fe y la Tradición. Las consecuencias fueron claras: el
retorno de la Justicia y la Unión y reencuentro entre los
hombres de una tierra.
Gracias
eternas a todos aquellos hombres y mujeres que supieron
convertirse en mártires por defender una visión del mundo
y fueron capaces de reestablecer los puentes sagrados de la
libertad. Nuestra libertad.
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Frente
a la revancha, justicia..., por Pituca.
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Los
puentes hacia la libertad, por Almirante.
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Franco,
escudo de demócratas, por Ricardo Pardo
Zancada.
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18
de Julio de 2006, por Jakim Boar.
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18
Julio, 70 años después, por Jaime Pérez.
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El
Alzamiento en Málaga, por Eduardo.
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Setenta
años después, por Rafael.
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Gracias,
por J. Esteban.
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La
necesidad y justificación de aquel día, por
Miquel Ángel.
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Cruzada
espiritual de Occidente, por Pelayo.
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Alzamiento
Nacional, por Quique.
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El
eco de un pueblo, por Pedro.
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El
18 de Julio y el cabezazo de Zidane, por
Antonio.
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Caminos
a lomos de Gigantes, por Rafael. |
Especial
18 de Julio de 1936.
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