Me dirijo a
usted, doña María, con todo el respeto del mundo, créame.
Diré más, con profunda admiración por el valor del que
usted, y otros españoles, están haciendo gala cada día
que pasa al ostentar algún tipo de representación política
en ese trozo de España, hoy atemorizado y privado de las más
elementales libertades por ese grupo de miserables
encuadrado en ETA o en sus organizaciones pantalla.
Antes de
entrar en el motivo de estas líneas permítame un breve preámbulo.
No hace mucho también dos amigos míos escribían sendas
cartas, en este caso personales y no abiertas. El uno, la
dirigía a un conocido comentarista político andaluz que
usa la pluma o el ordenador con tanto acierto como gracejo
y, el otro, a un intelectual, catedrático de Historia
Contemporánea en la Universidad de Madrid. El tema de ambas
misivas –tan respetuosas como claras y expresivas– era
muy similar: una crítica a la utilización que se viene
haciendo de un recurso que con el paso del tiempo deviene
cada vez más absurdo y que no es otro que el de incluir en
cada artículo, declaración o conferencia sobre actualidad
política un párrafo en el que se denigra de algún modo la
vida u obra de Franco, para exponer seguidamente cualquier
tipo de argumentación, por lo general compartible y llena
de sentido.
Y uno se
pregunta: ¿Tan malo se considera hoy a aquel hombre que,
con los errores que lleva consigo toda obra humana, sirvió
a España como militar de prestigio y la sacó después del
marasmo y la postración a que la habían conducido la acción
de grupos marxistas –comunistas, anarquistas o
socialistas– enloquecidos por el odio o el rencor? ¿Es
que aquel hombre no hizo nada bueno para hacerse perdonar y
pasar a la Historia de España cuando menos como un episodio
más de su devenir? ¿Hay que borrarlo de ella y aventar sus
cenizas como las de alguien maldito?
No acabo de
entender esa inquina, esa persecución a muerte contra
alguien que dejó este mundo hace ya treinta y un años. Y
en esa línea de desacuerdo con un fenómeno que va siendo
general, leí hace unos días en el diario La
Razón unas frases que se le atribuían a usted,
admirada María. Permita que la llame así, más en
confianza. Más o menos eran estas: La entrevista de Patxi López con Otegui me ha recordado la de Franco
con Hitler. De
verdad, querida amiga, no puedo entender qué quiso decir
con esas palabras, si es que las dijo. ¿Cómo establecía
ese parangón, ese paralelismo entre dos hechos tan
distantes en tiempo y circunstancias?
Verá.
Franco, en Hendaya, hizo que Hitler regresara a Alemania con
una sensación de pleno fracaso en el intento de lograr su
apoyo y autorización para que la Wehrmacht atravesara el
territorio español hasta Gibraltar. Y allí, con su
negativa tajante y tozuda, Franco
que había vencido al comunismo, iba a frenar también al
nazismo. Así de claro. Y esto no lo digo yo; lo
reconoció hasta un Churchill. Se dice que le hizo volver
grupas diciendo que prefería que le arrancaran una muela a
entrevistarse otra vez con el jefe del Estado español. Y se
expresaba así el mismo hombre que había doblegado a un sir
Arthur Neville Chamberlain, primer ministro de Inglaterra
–el Imperio de entonces–, tras una célebre reunión a
la que asistieron también Daladier y Mussolini. El mismo
hombre que se impuso también a Hàcha, presidente checo que
murió poco después, o al rey Boris de Bulgaria, países
todos sometidos de un modo u otro a su poder casi omnímodo.
¿Se da cuenta, María?
Descarto,
desde luego, que el parangón lo estableciera usted, persona
a persona. Por muchas vueltas que se les de y mucha
importancia que quiera atribuírseles, estará de acuerdo
conmigo en que tanto Patxi López, como Otegui, no pasan de
ser dos enanos en su nivel de todo orden frente a la otra
pareja de aludidos. Su única fuerza la falta de escrúpulos
en uno o la indiferencia ante el asesinato cobarde en el
otro. Poco más.
Pero no se
reduce a eso el motivo de esta carta. Ya se que mi opinión
quizá no le merezca mucho crédito, pero no resisto la
tentación de dársela. Sírvame de respaldo mi amor a España,
al que siempre he sido fiel, y que hoy tambien demuestra
usted, y mi deseo de contribuir tan modestamente como se
quiera a que este pueblo no vuelva a sufrir otro
enfrentamiento fratricida.
Le diré
que, además de injusta, la utilización que se viene
haciendo del nombre de Franco como coartada de políticos,
en general conservadores, me parece rechazable por dos
razones. La primera, que la considero una forma de cobardía.
Parece más honesto y hasta necesario y conveniente que cada
cual pueda decir lo que quiera en un régimen de libertades,
al menos teóricas, sin necesidad de tener que ponerse el
parche para que no salga el grano de ser calificado de
heredero o simpatizante del franquismo.
Por otra
parte, es que considero grave error del grupo al que usted
representa en ese trozo de España, el querer desmarcarse
tan frontalmente del franquismo, cuando tantas cosas de
nuestra convivencia actual tienen su origen en aquella
etapa. Entre ellas, en lugar preferente, la monarquía y su
titular. Cada vez que ustedes, los populares, ceden a la
tentación de denigrar la figura de Franco están dando un
paso atrás y cediéndole un espacio y un paso adelante a
sus adversarios políticos de la izquierda. Así se lo hice
notar no hace mucho a otro miembro destacado del PP que en
una conferencia en la que presentaba un libro de Pío Moa,
introdujo una comparación con la "también sangrienta
represión franquista". Error, en mi criterio, sobre
todo porque no responde a la verdad.
Es indudable
que en una guerra fratricida como la de 1936-39 se cometen
excesos por ambos bandos, pero por mucho que hoy se intente
retorcer la memoria histórica, tampoco en esto hay
comparación posible. Durante la II República, la barbarie
marxista se inició en 1934 y no cesó hasta que un militar
como Franco ganó la guerra y restableció el orden. Los
tribunales que juzgaron los excesos eran militares; no
populares. Y cuando su grupo pretende borrar como denigrante
esa etapa, hasta el punto de prestarse a la condena del Régimen
del 18 de julio en el Congreso (Resolución de 20-XI-2002),
está dando facilidades y argumentos al socialismo de
Zapatero para enlazar el presente con aquella República de
triste memoria. Ni más, ni menos.
No quiero
alargarme más. Sólo añadiré que hoy, no espero ni deseo
que sean los militares quienes bajen al ruedo para enderezar
una situación que es cada día más alarmante. Creo, con
toda sinceridad, que debe ser la sociedad civil la que ponga
las cosas en su sitio y de ahí que le dirija estas líneas.
Mis mejores deseos.
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Frente
a la revancha, justicia..., por Pituca.
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Los
puentes hacia la libertad, por Almirante.
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Franco,
escudo de demócratas, por Ricardo Pardo
Zancada.
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18
de Julio de 2006, por Jakim Boar.
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18
de Julio, 70 años después, por Jaime Pérez.
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El
Alzamiento en Málaga, por Eduardo.
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Setenta
años después, por Rafael.
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Gracias,
por J. Esteban.
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La
necesidad y justificación de aquel día, por
Miquel Ángel.
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Cruzada
espiritual de Occidente, por Pelayo.
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Alzamiento
Nacional, por Quique.
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El
eco de un pueblo, por Pedro.
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El
18 de Julio y el cabezazo de Zidane, por
Antonio.
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Caminos
a lomos de Gigantes, por Rafael. |
Especial
18 de Julio de 1936.
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