Estaba equivocado, pido disculpas y ruego me perdone
don Santiago Carrillo, insigne prócer de la democracia que
disfrutamos y destacado admirador de don Juan Carlos de Borbón y
Borbón
Estaba equivocado. Lo reconozco. Mea culpa. Y
es tanta mi emoción por esta conversión, que he abierto puertas y
ventanas para gritar sin ira mi alegría, y hoy mismo,
porconsiguientemente y sin más tardanza, me he declarado ante
notario “juancarlista” de toda la vida como don Santiago Carrillo.
Un personaje al que hasta hace unas horas calificaba de vil
genocida, asesino en serie o como la repugnante “rata de Pontejos”,
que era como algunos fascistas le llamaban cuando ejercía como
Delegado del Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid entre
1936-39. Pues para mí don Santiago ha dejado de ser el agravio que
todos los españoles “de bien” llevábamos sobre nuestra conciencia.
Estaba equivocado. No me duele reconocerlo. Sin
embargo, y sin que sirva de justificación, considero que cualquier
persona mínimamente sensata lo hubiera estado ante los alegatos que
se me presentaban por parte de historiadores de toda tendencia. Unos
alegatos que aportaban las declaraciones juradas de muchos testigos
y las pruebas irrefutables que contra Carrillo existen sobre los
sucesos de Paracuellos y otros lugares, más allá de toda duda
razonable. Pese a todo, lo que más me sorprende es no haberme dado
cuenta antes, pues es de todo punto imposible que todo un sistema y
sus instituciones pudieran justificar, amparar, incluso gratificar a
tan “supuesto” execrable asesino, dispensándole todos los honores
que se le han dispensado. El primero el de la vida y el último la
Medalla al Mérito del Trabajo.
Sólo una cosa sigue pesando en mi ánimo, la
información y documentación que existe sobre los hechos acaecidos en
el Cerro de San José, las responsabilidades que sobre los mismos
pesan y el nombre de su autor principal. Cuestión a la que no
termino de dar feliz término. Aunque me han recomendado que la
amnesia intencionada y contumaz, unida a una buena dosis diaria de
falta de dignidad, son remedios muy eficaces para el propósito que
me ánima.
No obstante, y siguiendo el iter de los
signos que ante mis ojos se presentaban sin que yo los viera, diré,
que ahora comprendo como un imposible tautológico que el mismísimo
Rey de España pudiese dispensar a un asesino el trato de favor y
cariño que le ha dispensado siempre, desde el primer día que les
presentaron. Y es que puede que como persona se equivoque, pero no
como Rey de todos los españoles. Como tampoco puede abjurar de los
principios morales un sistema de hombres buenos y libres, como es el
que tenemos, sosteniendo, defendiendo y protegiendo a un asesino
múltiple, a un genocida reconocido, a una repugnante rata de
alcantarilla, al cabrón más vil de cuantos han existido en nuestra
historia, como hasta hace unas horas calificaba a don Santiago
Carrillo Solares. A este prócer de la democracia que disfrutamos y
gran admirador de Su Majestad el Rey don Juan Carlos de Borbón y
Borbón, felizmente entronizado en el trono de España por su padre,
Don Juan II, que con un simple “taconazo”, que es sin duda la prueba
más palpable y hasta solemne de la autoridad real, borró toda
oposición a la Monarquía que se negó a entronizar Franco. Que es la
síntesis histórica de la llamada transición que nos han legado esos
grandes e ilustres prohombres que son Luís María Ansón, Alfonso
Ussía, Antonio del Burgos, Felipe Gonzáles y en las últimas semanas
también Mario Conde, aunque éste último desde la filosofía taoísta.
Que puede que sea la única forma posible de explicar los últimos
treinta años de España. |
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