Estaba equivocado.
Por Pablo Gasco de la Rocha,
14/04/2008.
Estaba equivocado, pido disculpas y ruego me perdone don Santiago Carrillo, insigne prócer de la democracia que disfrutamos y destacado admirador de don Juan Carlos de Borbón y Borbón
Estaba equivocado. Lo reconozco. Mea culpa. Y es tanta mi emoción por esta conversión, que he abierto puertas y ventanas para gritar sin ira mi alegría, y hoy mismo, porconsiguientemente y sin más tardanza, me he declarado ante notario “juancarlista” de toda la vida como don Santiago Carrillo. Un personaje al que hasta hace unas horas calificaba de vil genocida, asesino en serie o como la repugnante “rata de Pontejos”, que era como algunos fascistas le llamaban cuando ejercía como Delegado del Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid entre 1936-39. Pues para mí don Santiago ha dejado de ser el agravio que todos los españoles “de bien” llevábamos sobre nuestra conciencia.
Estaba equivocado. No me duele reconocerlo. Sin embargo, y sin que sirva de justificación, considero que cualquier persona mínimamente sensata lo hubiera estado ante los alegatos que se me presentaban por parte de historiadores de toda tendencia. Unos alegatos que aportaban las declaraciones juradas de muchos testigos y las pruebas irrefutables que contra Carrillo existen sobre los sucesos de Paracuellos y otros lugares, más allá de toda duda razonable. Pese a todo, lo que más me sorprende es no haberme dado cuenta antes, pues es de todo punto imposible que todo un sistema y sus instituciones pudieran justificar, amparar, incluso gratificar a tan “supuesto” execrable asesino, dispensándole todos los honores que se le han dispensado. El primero el de la vida y el último la Medalla al Mérito del Trabajo.
Sólo una cosa sigue pesando en mi ánimo, la información y documentación que existe sobre los hechos acaecidos en el Cerro de San José, las responsabilidades que sobre los mismos pesan y el nombre de su autor principal. Cuestión a la que no termino de dar feliz término. Aunque me han recomendado que la amnesia intencionada y contumaz, unida a una buena dosis diaria de falta de dignidad, son remedios muy eficaces para el propósito que me ánima.
No obstante, y siguiendo el iter de los signos que ante mis ojos se presentaban sin que yo los viera, diré, que ahora comprendo como un imposible tautológico que el mismísimo Rey de España pudiese dispensar a un asesino el trato de favor y cariño que le ha dispensado siempre, desde el primer día que les presentaron. Y es que puede que como persona se equivoque, pero no como Rey de todos los españoles. Como tampoco puede abjurar de los principios morales un sistema de hombres buenos y libres, como es el que tenemos, sosteniendo, defendiendo y protegiendo a un asesino múltiple, a un genocida reconocido, a una repugnante rata de alcantarilla, al cabrón más vil de cuantos han existido en nuestra historia, como hasta hace unas horas calificaba a don Santiago Carrillo Solares. A este prócer de la democracia que disfrutamos y gran admirador de Su Majestad el Rey don Juan Carlos de Borbón y Borbón, felizmente entronizado en el trono de España por su padre, Don Juan II, que con un simple “taconazo”, que es sin duda la prueba más palpable y hasta solemne de la autoridad real, borró toda oposición a la Monarquía que se negó a entronizar Franco. Que es la síntesis histórica de la llamada transición que nos han legado esos grandes e ilustres prohombres que son Luís María Ansón, Alfonso Ussía, Antonio del Burgos, Felipe Gonzáles y en las últimas semanas también Mario Conde, aunque éste último desde la filosofía taoísta. Que puede que sea la única forma posible de explicar los últimos treinta años de España.
Como también sería inadmisible, si don Santiago fuera realmente un genocida, que la Universidad Complutense, con tantos hombres inteligentes y sabios, pudiera haber concedido sin resistirse y sin que para la ocasión se hubiese tenido que enviar a un retén de la Guardia Civil (pongamos por caso a todos los que huyeron saltando por las ventanas el día 24 de febrero de 1981), que a un genocida se le nombrase “Doctor Honoris Causa”. Señales todas ellas que apuntan a la verdad de unos hechos falsificados por una cuadrilla de embusteros y facinerosos, muchos de ellos simuladores de la Historia.
Y tal es mi conversión, que queriendo limpiar completamente mi forma de pensar y proceder del pasado, pido, con el mayor rigor con el que se ha dotado mi indomable espíritu democrático, se tenga a bien procesar a cuantos fascistas falten a la verdad histórica manchando el buen nombre, faltando al honor y vilipendiando la imagen de don Santiago Carrillo Solores, este gran prócer de la democracia que disfrutamos y declarado “juancarlista”. Porque si no procediese así, de esta forma, sin duda que me volvería loco de atar. Y yo, señores, no quiero estar loco ni parecerlo.
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com