Cuando se legalizó la
muerte del nasciturus en España, mediante una ley de “supuestos”,
muchos creímos que la izquierda había llegado todo lo lejos que
podía llegar en el terreno moral. Y aunque la cuestión gravitaba
sobre la conciencia de España como un mal horrendo, muchos millones
de españoles confiábamos que un Parlamento con mayoría del PP
anularía la ley. Pero no fue así. Y no lo fue, porque el PP también
estaba de acuerdo con la ley, a la que sólo objetaba que se
cumpliera rigurosamente; sobre todo ese tercer supuesto, ese
cajón de sastre que es el “peligro psíquico de la salud de la
madre”. Una objeción que ni siquiera vigilaron, porque durante la
dos legislaturas del gobierno de Aznar, la segunda con mayoría
parlamentaria, nada se hizo al respecto, y los cadáveres de los
niños fueron cayendo en los mismos cubos de basura y en idéntica
proporción, cantidad y medida que durante la etapa del PSOE.
Hoy, cuando tenemos en ciernes una nueva ley de
Aborto, que ya ni siquiera admite “supuestos”, porque cualquier
causa es válida para dar muerte al niño en el vientre de su madre,
considero que es la consecuencia directa del comportamiento que
muchos han mantenido por acción u omisión. Y así, por ejemplo,
considero culpables a los votantes del PP, por cuanto no han pasado
factura a sus dirigentes por haber mantenido el crimen más alevoso,
repugnante y cruel de cuantos se puedan cometer, de cuya sangre
inocente pedirá cuentas Dios, Nuestro Señor… Pero con toda la culpa
que tienen los votantes del PP, la mayor culpa habrá que imputársela
a la Jerarquía de la Iglesia Católica que no ha sabido ser valiente
excomulgando, como amenazó en su momento, a quienes propiciaran,
realizaran o ayudaran a cometer tan espantoso crimen. Una amenaza
que cayó en el olvido, desde el momento que “Su Majestad Católica”,
el Rey de España, don Juan Carlos de Borbón y Borbón con su firma
propiciaba la legalización del crimen que lleva aparejado la pena
canónica de “excomunión automática” del seno de la Iglesia de
Cristo.
Un día después de que el Congreso de los diputados
aprobara el anteproyecto de una nueva ley sobre Aborto, la
Conferencia Episcopal hacia un llamamiento a la conciencia de los
fieles recordando que someterse o practicar un aborto significa la
“excomunión”. Sin embargo, plenamente conscientes de cuál será el
comportamiento y la actitud del Rey, que nuevamente estampara su
firma, requisito imprescindible para que entre en vigor y cumpla
efectos, queriendo salvar lo insalvable, el portavoz de CEE, don
Juan Antonio Martínez Camino, subrayó que “esta pena –la excomunión-
no caerá sobre el legislador”. Por lo que si el legislador, que es
quien tiene el dominio del hecho, queda totalmente impune, algo que
nadie en su sano juicio entiende, el que firma, cooperador
determinante, hasta puede ser considerado algún día santo por esa
misma autoridad eclesiástica. Es decir, que don Juan Antonio
Martínez Camino puede un día proponer la causa primero de
beatificación y después de santificación de don Juan Carlos de
Borbón por alguna razón que a tan preparado prelado se le ocurra.
Todo un despropósito por parte de quienes se ven desbordados en sus
afectos, y también en sus miedos.
Y es que, en el camino de nuestra
doble misión de apostolado y de combate, que como católicos,
españoles y occidentales nos compete, constantemente tenemos que
encontrarnos con un elevado número de miembros de la Jerarquía
Católica a los que convengo agrupar bajo el calificativo de
“tibios”. Esta clase de prelados son a mi juicio los grandes
responsables de los males que aquejan a las colectividades humanas
católicas por una prudencia excesiva y por un abusivo instinto de
conservación del status quo al que se han acomodado con gran
suavidad, provocando en muchas ocasiones grave pecado de “escándalo”
e induciendo al error en muchos católicos poco preparados.
Así, entonces, es natural que la Cruz de la que pende el Salvador
del Mundo, Nuestro Señor Jesucristo, la Palabra Encarnada de Dios
hecha carne, sea simplemente “un signo de garantía de libertad
frente al totalitarismo”, que es lo que afirmó el secretario
general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española (día 26 de
noviembre de 2008), don Juan Antonio Martínez Camino ante el acto
satánico de la retirada del Crucifijo de un colegio. Una propuesta
llevada a cabo por un terrorista de ETA (al que supongo se tendrá
vigilando), Fernando Pastor (vecino de Valladolid), al que un juez
ha concedido razón y honor suficiente. |
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