Jorge
López Teulón. La Razón. 27/02/2008.
¿Se imaginan ver,
dentro de unos años, un «san Iker Casillas»? Eso es lo que puede
pasar con Manuel Martín Fernández-Mazuecos, abogado y portero de fútbol
del Club Deportivo Talavera, asesinado durante la cruel persecución
religiosa que asoló España durante la década de los años 30.
Manolo Martín
jugaba en el campo de fútbol de Santa Clotilde, que se erigió y,
posteriormente, desapareció, en una huerta de la calle Matadero
-informa «La Voz de Talavera» de aquella época-. Ese equipo cubrió
toda una época de fútbol local: ellos fueron los precursores del
actual Talavera F.C.
Una
memoria prodigiosa
Manuel había nacido
en la ciudad de la cerámica en 1907 y, desde muy pequeño, fue
educado por sus padres en el amor a Dios y a la Iglesia, formación
que continuó con los salesianos. En 1917 comenzó los estudios del
bachillerato, distinguiéndose por su talento y memoria prodigiosa.
Siguió después estudiando la carrera de Derecho, que cursó en
Madrid, donde se licenció a los 19 años. Preparó más tarde las
oposiciones a registrador de la propiedad, pero el ambiente de
aquellos tiempos de la República, completamente contrario a sus
ideales, que ya defendía, le hizo desistir de sus propósitos.
Finalmente regresó a su ciudad natal para establecerse en un
modesto despacho de abogados, profesión que compaginaba con el
deporte rey.
La sección juvenil de Acción Católica fue el objeto preferente de
sus desvelos. Su entusiasmo por ella le atrajo iras y persecuciones,
por cuya causa fue encarcelado poco antes del estallido de la guerra
en compañía de otros jóvenes católicos, tras un violento asalto
al Centro de la Juventud Católica. Según los testigos, alentó a
sus compañeros, a los que decía: «Imitemos el ejemplo que nos dio
nuestro Divino Maestro, que por nosotros sufrió y murió». Y, en
efecto, en medio de una turba que los amenazaba e incluso los agredía,
fueron conducidos a la cárcel.
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Meses después,
cuando el 21 de julio de 1936 los marxistas se hicieron con el
control de Talavera de la Reina, ese mismo día fue encarcelado y
llevado más tarde al hospital, por una congestión cerebral que
sufría. Recuperado de sus dolencias, sería devuelto a la cárcel.
Los testigos declaran que una de sus hermanas, al ver los asesinatos que
se estaban cometiendo, le habló con temor de lo que pudiera
suceder. Él, con entereza, contestó: «No me prevengas de nada,
pues estoy ya sobre ello. Siempre he puesto en práctica lo que en
nuestro himno cantamos: «Ser apóstol o mártir acaso». Lo
primero, tengo la satisfacción de haberlo cumplido, y lo segundo,
lo espero con alegría. Cúmplase la voluntad de Dios».
Allí mismo en la cárcel,
no dejó un solo día de hacer sus ratos de meditación, su rezo del
rosario y demás prácticas religiosas. Tras un mes de cautiverio,
donde sufrió toda clase de humillaciones y ensañamientos por parte
de sus carceleros, el 21 de agosto de 1936, un mes después de ser
detenido y encarcelado, alcanzó la palma del martirio. Su proceso
de canonización está en marcha en la archidiócesis de Toledo
desde el año 2002, que recoge su testimonio en "persecución
religiosa".
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