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Actualizada: 18 de Junio de 2.007.  

 
 
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 Lo valioso es construir.

Arzobispo de Valencia, Mons. Agustín García-Gasco.  17/06/2007.

En cualquier orden de la vida lo valioso es construir. La historia de la humanidad confirma que quienes trabajan unidos multiplican su potencial creador, mientras que lo destructivo es sembrar el enfrentamiento y favorecer la división. La unión entre las personas y los pueblos se funda sólidamente si se reconocen dos principios básicos: primero, que los seres humanos estamos creados para el mutuo enriquecimiento con nuestra libre entrega personal y que sólo se da la verdadera unión cuando los seres humanos entregamos con libertad nuestras personas y nuestros bienes para el bien de nuestros semejantes.

En la España de hoy se está produciendo una preocupante dinámica: mientras los nacionalismos radicales quieren imponer por todos los medios como obvias sus más que discutibles propuestas de separatismo, quienes proponen la unidad de la nación son presentados como reliquias del pasado, privados de argumentos inteligentes. Frente a esta deformación comunicativa, hay que reconocer que la unidad de España es un gran logro histórico y cultural que hoy se puede y se debe seguir proponiendo a la inteligencia y a la libertad de las personas y de los grupos sociales.

Poder actuar conjuntamente, de modo libre, coordinado y eficiente es un logro social que sólo los insensatos desprecian. El trabajo político por la Unión Europea muestra hasta qué punto es complicado y difícil introducir el sentido de unidad entre pueblos culturalmente variados y geográficamente dispersos. Los varios cientos de años que en España llevamos conviviendo es un legado histórico que no podemos despreciar. La Iglesia, con su mensaje de amor universal, estima que el entendimiento entre hombres y mujeres es siempre posible y por ello resultan positivas para la paz mundial el reforzamiento de los lazos y relaciones entre comarcas, regiones y naciones. “Solidaridad” no es un concepto abstracto sino un compromiso que todos debemos ejercer también entre las regiones y comunidades autónomas, frente a un independentismo nacido en muchas ocasiones de consideraciones insolidarias en el desarrollo y en los recursos naturales básicos como el agua.

En la España de hoy, nuestra tradición occidental se expresa con un estilo de vida que se funda en una convicción esencial e innegociable: nada hay más valioso en la esfera política que el respeto incondicional de cada ser humano como persona, con todos sus derechos humanos, sin restricciones por razón de edad, sexo, cultura, inteligencia, creencias, convicciones... Estamos comprometidos con que todos los derechos sean de todos. El pensamiento católico, con su sentido universal no es sólo una tradición. Además de una tradición es un pensamiento de vanguardia que predica la solidaridad mundial, y por ende también la local. No pueden resultar creíbles aquellos que hablan de solidaridad con lejanos países, al tiempo que niegan el agua o las comunicaciones a sus convecinos de comunidad.

Los hechos diferenciales de las autonomías de España no alteran esa convicción común. Las modulaciones históricas y culturales de cada territorio sólo se entienden desde ese compromiso por la dignidad humana que recoge nuestro texto constitucional, y que establece un estilo de convivencia basado en una cultura de la vida, de la paz y de la convivencia libre, justa y solidaria.

La organización política de España es un asunto que compete a la libertad de los ciudadanos y de sus legítimos representantes políticos. Pero la Iglesia también está legitimada para aportar su fecunda experiencia de dos mil años y recordar la obviedad de que la unión hace la fuerza, y que debilitar la solidaridad entre las personas, las familias y las comunidades precariza el bienestar concreto de las personas. También conviene desenmascarar los radicalismos ideológicos que acompañan ciertas propuestas y que consideran la destrucción de la unidad de España como paso previo para imponer en un territorio sus utopías políticas, que han dado lugar a los totalitarismos más funestos en otras partes del planeta.

Los Obispos de España, recordando las palabras del magisterio de Juan Pablo II, invitamos decididamente a cultivar la ética política del amor al bien de la propia nación, que suscita comportamientos de solidaridad renovada por parte de todos. Hay que evitar con firmeza los riesgos de manipulación de la verdad histórica y de la opinión pública a favor de pretensiones particularistas o de reivindicaciones ideológicas.

La Iglesia anima a todas las personas de buena voluntad, y especialmente a los católicos, a la renovación moral y a una profunda solidaridad de todos los ciudadanos, para asegurar las condiciones que hacen posible la reconciliación y la superación de las injusticias, las divisiones y los enfrentamientos.


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