Se suele achacar al sistema político actual, basado
más en el espíritu de secta que de partido, un empeño “talibán” en
destruir nuestra Historia, lo cual es un gran error. Nos hemos
enterado hace relativamente pocos años de la existencia de los
talibanes, especialmente a raíz de la destrucción del Buda de
Bamiyan, sin embargo, el espíritu de destrucción de un valioso
Patrimonio ha sido una de las históricas “virtudes” de los
antepasados políticos de los hoy muñidores de la “Ley de Memoria
Histórica”. Llevan muchos años de adelanto a los talibanes afganos.
Lo que pasa es que entonces sí había enemigo ¡vaya si lo había!,
enemigo que les vapuleó y supo reconstruir gran parte de lo
arrasado, así como recuperar algo del inmenso tesoro saqueado por
aquellos que hoy son considerados fervorosos demócratas asaltados en
julio del 36 por militarotes y fascistas con bigotillo.
La que podríamos denominar, de modo suave, infame
“Ley de la Memoria Histórica”, no ha sido elaborada por el poder
político sino por un poder sectario gracias a la circunstancia
accidental de haber ganado un partido ex-marxista las dos últimas
elecciones, ley aprobada ante la pasividad hipócrita de una derecha
cobarde y acomplejada, carente de sentido nacional. Es decir, que
los sectarios legisladores no tienen enfrente enemigo alguno, la
sociedad española que pasa de todo, menos de “tele”, de fútbol y de
hipotecas, observa el sucio panorama con ojos pitarrosos de enfermo
por exceso de droga.
Y la llamada izquierda (la seguimos denominando así
para ahorrar tiempo) rencorosa, vencida durante años hasta la
extenuación, ha podido, por fin, expulsar su bilis dispuesta a la
venganza. Y como el emblema de su derrota es el Ejército, contra él
han ido los peores tiros, minas y navajazos, habiendo conseguido
gran parte de sus objetivos, el principal, emporcar “legalmente” su
histórico pasado. Para ello, había que destruir, eliminar símbolos,
placas, monumentos y hasta museos que afectan más a los militares
que a cualquier otra colectividad española, porque forma parte de su
propia historia y tradiciones. Y lo que resulta descorazonador es la
pasividad sumisa con la que los responsables de uniforme aceptan, no
ya que parte de sus Hojas de Servicios sean consideradas relatos de
crímenes y opresiones fascistas, sino que sean incapaces de defender
las nuestras, la de sus compañeros retirados que, gracias a esa Ley
maldita, pasamos a ser seguidores de un cruel dictador y a brutales
opresores del pueblo. Y se quedan tan anchos, dispuestos a seguir
saliendo en la foto con el ministro de turno, ahora con la Ministra
admiradora de aquel encanallado “Rufianes”.
Tampoco conviene engañarse. Esa paulatina
destrucción de nuestra Historia y de nuestros monumentos viene de
lejos, desde los tiempos de Suárez. Algo se contuvo hasta el
inoportuno 23 de febrero de 1981, pero a raíz de esta fecha, la
maniobra cainita y vengativa se encontró sin enemigo y, con paso
firme y el objetivo bien definido, han ido consiguiéndolo todo.
Cuando una ministra del PSOE decidió echar del
Palacio del Buen Retiro al Museo del Ejército de Madrid, su idea fue
acogida poco después por Aznar con raro entusiasmo. Ninguno de estos
dos políticos conocían este Museo; tampoco el presidente de la
Comunidad, Ruiz Gallardón, ni siquiera en la publicidad que se
repartía entre los turistas figuraba el Museo del Ejército en la
lista de Museos de Madrid. Pero lo peor, lo más triste, es lo que
pone el título a estos comentarios, y es que nadie con un cierto
poder de decisión salió en defensa del Museo del Ejército para
evitar que saliera de Madrid. El alcalde señor Álvarez del Manzano
hizo unas tímidas declaraciones a toro pasado. Alguna Asociación
cultural o particulares, militares o paisanos, enviaban a los
periódicos cartas al director que en muchos casos nunca se
publicaron, porque los “medios”, en general, o callaban o aprobaban
la increíble expulsión del museo más antiguo de la capital. Y en el
Ejército, ya convertido en silenciosas FFAA, no se produjo la menor
crítica por parte de ningún alto mando u organismo militar. |
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Pero es que ocurrió precisamente lo contrario. No pocos militares,
especialmente algunos generales, apoyaron el desalojo del Museo del
Ejército de Madrid basándose en una patraña lanzada por los astutos
iconoclasta: “como apenas nadie visitaba este Museo, mejor es
llevárselo a Toledo”, aunque todavía lo de llevárselo a
Toledo no pasaba de lejanísimo proyecto. Quien esto escribe, tuvo
una conversación en el despacho del entonces general director de la
Asociación de Veteranos en Madrid con un prestigioso y conocido
general, protagonista de importantes hechos en nuestra historia
militar reciente. Al comentarle el hecho insólito de este desalojo,
me dijo: “en un año, sólo han visitado el Museo del Ejército
en Madrid 20.000 personas, mejor es que se lo lleven a Toledo”.
No era yo nadie para entrar en discusión con todo un teniente
general, pero sí me atreví a decirle que si eso fuera cierto, si uno
de los mejores museos militares de mundo, situado en un verdadero
palacio, y en la zona más noble de la capital, apenas si era
visitado ¿de quién era la culpa? Indudablemente de nosotros, los
militares, incapaces de mantener una extraordinaria colección
histórica y cultural de tal envergadura.
Años después, cuando el coronel Montesino Espartero
se hizo cargo de la dirección del Museo Militar de Montjuich, en
Barcelona, al poco, poquísimo tiempo, sacó al Castillo y al Museo de
su rutina y le dio tal impulso que lo convirtió en un centro muy
visitado, reformó y creó salas, mejoró las instalaciones, amplió su
biblioteca y creó el Aula “General Prim” que daba además un matiz
intelectual excepcional, con conferencias que impartían la parte
intelectual más sana de Cataluña. Y apenas sin presupuesto… Pero
este éxito aceleró su destrucción porque la parte más catalanista,
antiespañola y antimilitar de Cataluña, decidió acabar con aquel
foco de Historia de España y de Cataluña.
Cuando se ordenó el cierre del Museo del Ejército de
Madrid, sin que previamente se hubiera preparado su nueva
reinstalación, se empezaron a conocer sus consecuencias. Ya habían
desaparecido las piezas de artillería que se exhibían en el exterior
(¿se tiene alguna idea del lugar en el que se encuentran?), pero en
contenedores cercanos al Museo empezaron a verse restos de cureñas y
otros objetos del Museo, cuyas fotos fueron publicadas en una
excelente revista de Historia Militar, por supuesto que de una
editorial privada ajena a DEFENSA. Se da el caso curioso de que el
millonario que fuera ministro de DEFENSA cuando fue desalojado de
Madrid el Museo del Ejército, el señor Serra (Eduardo), que no hizo
absolutamente nada para impedirlo, se pasó luego al inocente
causante de aquella iniquidad cultural, es decir, fue a ocupar un
alto y bien remunerado cargo en la dirección del Museo del Prado. Y
muchos años después, cuando se cierra el de Barcelona, tiene la
desfachatez de escribir un artículo quejándose de este cierre ¿Qué
hizo él, cuando era ministro, para defender al Museo de Madrid, o el
de Barcelona, contra los sucesivos y victoriosos ataques (recordemos
que no tenían enemigos) de lo más granado del antimilitarismo
catalán?
Otra lumbrera de la política, el señor Bono, el
generoso ministro de DEFENSA que prefería morir a matar, nos
contestó a una carta en la que le pedíamos que hiciera algo para
defender al Museo de Montjuich de aquellos que querían sustituirlo
por otro denominado de la Paz, que no nos preocupáramos, que
finalmente se resolvería a satisfacción de todos. Hoy, encaramado en
la poltrona más alta de las Cortes, no le afectará en absoluto la
noticia del cierre del Museo, circunstancia que le importa una higa,
la misma que le importó cuando era ministro.
Volvamos al Museo del Ejército de Madrid. No vamos a
relatar aquí la odisea de este museo itinerante, ni la enumeración
de las numerosas comisiones repletas de sonoros nombres de la
política y de la cultura oficial que iban a organizar algo
excepcional en el Alcázar toledano; ni los millones de Euros
gastados hasta ahora; ni la reestructuración que están haciendo de
aquellos valiosísimos fondos, muchos de los cuales pasarán a los
almacenes, como el cuadro de un excepcional artista cubano sobre
Paracuellos, las placas en homenaje a los defensores, el coche en el
que asesinaron al Almirante Carrero Blanco, o la pequeña parcela del
Alcázar dedicada a su heroica e histórica defensa. Sólo diremos que
aunque no se sabe a ciencia cierta cuando se acabará su ya
larguísima instalación, lo que sí se sabe es que la ministra Chacón
ha dado claras instrucciones para organizar el Museo según sus
criterios de antimilitarista reciclada. Por de pronto, el Alcázar ya
no es el símbolo de una defensa heroica, es otra cosa. Que Dios nos
coja confesados.
Ya se ha comentado en otras colaboraciones y
artículos aparecidos fuera de la poderosa prensa, los desmanes
cometidos contra la Historia, la inicua eliminación ilegal de la
estatua del Generalísimo en la plaza de San Juan de la Cruz (¿se
sabe dónde está esta estatua?); la desaparición de otra estatua de
la Academia General Militar, ordenada por un siniestro ministro, el
descamisado que ponía cruces amarillas a pacíficos militares muertos
en pacífica paz, hoy reconvertido en portavoz de su amo. Un
personaje de tan mínima talla humana puede presumir de haber
eliminado una estatua del Generalísimo sin la menor oposición de
aquellos generales que tantos desfiles hicieron por delante de ella
cuando eran cadetes. Y es que el descamisado Alonso no tenía
enfrente enemigo alguno.
Ahora le ha tocado al Museo de Montjuich, cerrado,
aunque se pretende engañar diciendo que se reinstalará en el
Castillo de San Fernando en Figueras, o “en otro lugar de
Barcelona”. Parte de sus fondos empiezan a desaparecer o a
almacenarse, pues poor obvios motivos sectarios, jamás volverán a
ser expuestos; otros son reclamados por los herederos de los
generosos particulares que los cedieron, precisamente para el Museo
de Montjuich, encontrándose con una rabiosa resistencia oficial:
“nuestra Ministra no quiere que se devuelva nada…”.
Cuando algo puede salir mal, saldrá mal; cuando se empezó a actuar
con debilidad y hasta con cobardía ante las pretensiones de los
enemigos del Museo, lógicamente el Museo estaba condenado. Y es que
ellos no tenían enemigo.
Las Cortes condenan el “franquismo” un día sí y otro
también; en las comunidades taifas, en las ciudades, en los pueblos,
se arrasa con la Historia, se anulan honores, alcaldías honorarias,
condecoraciones, medallas…; Garzón sigue con su empeño de
desentarrador compulsivo; en prensa, radio y televisión, de una
forma sofocante, angustiosa, espesa, continua, implacable… se sacan
programas, se montan documentales, se crean series, se organizan
tertulias de villanos… para aplastar y ensuciar, no ya el recuerdo
de Francisco Franco, sino el de millones de españoles que lucharon
por una España muy diferente de la que nos abocaban los Largo,
Negrín, Carrillo o la Ibárruri. Y nadie, absolutamente nadie, salvo
los guerrilleros de siempre, los insobornables de “Internet” o de
las escasas publicaciones “de papel” que defienden contra viento y
marea aquellos ideales, sale al paso de esta aplastante maniobra. El
acomplejado y acobardado Partido Popular, se contrae como una
almeja, ratea, se escurre, aprueba con un sí es no, mira para otro
lado…, y deja hacer a sus adversarios políticos, incapaces de
gritarles a la cara, no ya los logros de un régimen que trasformó a
España, sino las sangrientas miserias de aquella república del
Frente Popular que esta izquierda miserable alaba hasta la baba.
Miserables de baba, pero, eso sí, sin enemigos.
¿Cuál será el próximo ataque de un enemigo sin enemigo? Ya lo
sabemos: El Valle de los Caídos.
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