Sin enemigo.
Por Jesús Flores Thies, Coronel de Artillería-retirado, 19/07/2009.
Se suele achacar al sistema político actual, basado más en el espíritu de secta que de partido, un empeño “talibán” en destruir nuestra Historia, lo cual es un gran error. Nos hemos enterado hace relativamente pocos años de la existencia de los talibanes, especialmente a raíz de la destrucción del Buda de Bamiyan, sin embargo, el espíritu de destrucción de un valioso Patrimonio ha sido una de las históricas “virtudes” de los antepasados políticos de los hoy muñidores de la “Ley de Memoria Histórica”. Llevan muchos años de adelanto a los talibanes afganos. Lo que pasa es que entonces sí había enemigo ¡vaya si lo había!, enemigo que les vapuleó y supo reconstruir gran parte de lo arrasado, así como recuperar algo del inmenso tesoro saqueado por aquellos que hoy son considerados fervorosos demócratas asaltados en julio del 36 por militarotes y fascistas con bigotillo.
La que podríamos denominar, de modo suave, infame “Ley de la Memoria Histórica”, no ha sido elaborada por el poder político sino por un poder sectario gracias a la circunstancia accidental de haber ganado un partido ex-marxista las dos últimas elecciones, ley aprobada ante la pasividad hipócrita de una derecha cobarde y acomplejada, carente de sentido nacional. Es decir, que los sectarios legisladores no tienen enfrente enemigo alguno, la sociedad española que pasa de todo, menos de “tele”, de fútbol y de hipotecas, observa el sucio panorama con ojos pitarrosos de enfermo por exceso de droga.
Y la llamada izquierda (la seguimos denominando así para ahorrar tiempo) rencorosa, vencida durante años hasta la extenuación, ha podido, por fin, expulsar su bilis dispuesta a la venganza. Y como el emblema de su derrota es el Ejército, contra él han ido los peores tiros, minas y navajazos, habiendo conseguido gran parte de sus objetivos, el principal, emporcar “legalmente” su histórico pasado. Para ello, había que destruir, eliminar símbolos, placas, monumentos y hasta museos que afectan más a los militares que a cualquier otra colectividad española, porque forma parte de su propia historia y tradiciones. Y lo que resulta descorazonador es la pasividad sumisa con la que los responsables de uniforme aceptan, no ya que parte de sus Hojas de Servicios sean consideradas relatos de crímenes y opresiones fascistas, sino que sean incapaces de defender las nuestras, la de sus compañeros retirados que, gracias a esa Ley maldita, pasamos a ser seguidores de un cruel dictador y a brutales opresores del pueblo. Y se quedan tan anchos, dispuestos a seguir saliendo en la foto con el ministro de turno, ahora con la Ministra admiradora de aquel encanallado “Rufianes”.
Tampoco conviene engañarse. Esa paulatina destrucción de nuestra Historia y de nuestros monumentos viene de lejos, desde los tiempos de Suárez. Algo se contuvo hasta el inoportuno 23 de febrero de 1981, pero a raíz de esta fecha, la maniobra cainita y vengativa se encontró sin enemigo y, con paso firme y el objetivo bien definido, han ido consiguiéndolo todo.
Cuando una ministra del PSOE decidió echar del Palacio del Buen Retiro al Museo del Ejército de Madrid, su idea fue acogida poco después por Aznar con raro entusiasmo. Ninguno de estos dos políticos conocían este Museo; tampoco el presidente de la Comunidad, Ruiz Gallardón, ni siquiera en la publicidad que se repartía entre los turistas figuraba el Museo del Ejército en la lista de Museos de Madrid. Pero lo peor, lo más triste, es lo que pone el título a estos comentarios, y es que nadie con un cierto poder de decisión salió en defensa del Museo del Ejército para evitar que saliera de Madrid. El alcalde señor Álvarez del Manzano hizo unas tímidas declaraciones a toro pasado. Alguna Asociación cultural o particulares, militares o paisanos, enviaban a los periódicos cartas al director que en muchos casos nunca se publicaron, porque los “medios”, en general, o callaban o aprobaban la increíble expulsión del museo más antiguo de la capital. Y en el Ejército, ya convertido en silenciosas FFAA, no se produjo la menor crítica por parte de ningún alto mando u organismo militar.
Pero es que ocurrió precisamente lo contrario. No pocos militares, especialmente algunos generales, apoyaron el desalojo del Museo del Ejército de Madrid basándose en una patraña lanzada por los astutos iconoclasta: “como apenas nadie visitaba este Museo, mejor es llevárselo a Toledo”, aunque todavía lo de llevárselo a Toledo no pasaba de lejanísimo proyecto. Quien esto escribe, tuvo una conversación en el despacho del entonces general director de la Asociación de Veteranos en Madrid con un prestigioso y conocido general, protagonista de importantes hechos en nuestra historia militar reciente. Al comentarle el hecho insólito de este desalojo, me dijo: “en un año, sólo han visitado el Museo del Ejército en Madrid 20.000 personas, mejor es que se lo lleven a Toledo”. No era yo nadie para entrar en discusión con todo un teniente general, pero sí me atreví a decirle que si eso fuera cierto, si uno de los mejores museos militares de mundo, situado en un verdadero palacio, y en la zona más noble de la capital, apenas si era visitado ¿de quién era la culpa? Indudablemente de nosotros, los militares, incapaces de mantener una extraordinaria colección histórica y cultural de tal envergadura.
Años después, cuando el coronel Montesino Espartero se hizo cargo de la dirección del Museo Militar de Montjuich, en Barcelona, al poco, poquísimo tiempo, sacó al Castillo y al Museo de su rutina y le dio tal impulso que lo convirtió en un centro muy visitado, reformó y creó salas, mejoró las instalaciones, amplió su biblioteca y creó el Aula “General Prim” que daba además un matiz intelectual excepcional, con conferencias que impartían la parte intelectual más sana de Cataluña. Y apenas sin presupuesto… Pero este éxito aceleró su destrucción porque la parte más catalanista, antiespañola y antimilitar de Cataluña, decidió acabar con aquel foco de Historia de España y de Cataluña.
Cuando se ordenó el cierre del Museo del Ejército de Madrid, sin que previamente se hubiera preparado su nueva reinstalación, se empezaron a conocer sus consecuencias. Ya habían desaparecido las piezas de artillería que se exhibían en el exterior (¿se tiene alguna idea del lugar en el que se encuentran?), pero en contenedores cercanos al Museo empezaron a verse restos de cureñas y otros objetos del Museo, cuyas fotos fueron publicadas en una excelente revista de Historia Militar, por supuesto que de una editorial privada ajena a DEFENSA. Se da el caso curioso de que el millonario que fuera ministro de DEFENSA cuando fue desalojado de Madrid el Museo del Ejército, el señor Serra (Eduardo), que no hizo absolutamente nada para impedirlo, se pasó luego al inocente causante de aquella iniquidad cultural, es decir, fue a ocupar un alto y bien remunerado cargo en la dirección del Museo del Prado. Y muchos años después, cuando se cierra el de Barcelona, tiene la desfachatez de escribir un artículo quejándose de este cierre ¿Qué hizo él, cuando era ministro, para defender al Museo de Madrid, o el de Barcelona, contra los sucesivos y victoriosos ataques (recordemos que no tenían enemigos) de lo más granado del antimilitarismo catalán?
Otra lumbrera de la política, el señor Bono, el generoso ministro de DEFENSA que prefería morir a matar, nos contestó a una carta en la que le pedíamos que hiciera algo para defender al Museo de Montjuich de aquellos que querían sustituirlo por otro denominado de la Paz, que no nos preocupáramos, que finalmente se resolvería a satisfacción de todos. Hoy, encaramado en la poltrona más alta de las Cortes, no le afectará en absoluto la noticia del cierre del Museo, circunstancia que le importa una higa, la misma que le importó cuando era ministro.
Volvamos al Museo del Ejército de Madrid. No vamos a relatar aquí la odisea de este museo itinerante, ni la enumeración de las numerosas comisiones repletas de sonoros nombres de la política y de la cultura oficial que iban a organizar algo excepcional en el Alcázar toledano; ni los millones de Euros gastados hasta ahora; ni la reestructuración que están haciendo de aquellos valiosísimos fondos, muchos de los cuales pasarán a los almacenes, como el cuadro de un excepcional artista cubano sobre Paracuellos, las placas en homenaje a los defensores, el coche en el que asesinaron al Almirante Carrero Blanco, o la pequeña parcela del Alcázar dedicada a su heroica e histórica defensa. Sólo diremos que aunque no se sabe a ciencia cierta cuando se acabará su ya larguísima instalación, lo que sí se sabe es que la ministra Chacón ha dado claras instrucciones para organizar el Museo según sus criterios de antimilitarista reciclada. Por de pronto, el Alcázar ya no es el símbolo de una defensa heroica, es otra cosa. Que Dios nos coja confesados.
Ya se ha comentado en otras colaboraciones y artículos aparecidos fuera de la poderosa prensa, los desmanes cometidos contra la Historia, la inicua eliminación ilegal de la estatua del Generalísimo en la plaza de San Juan de la Cruz (¿se sabe dónde está esta estatua?); la desaparición de otra estatua de la Academia General Militar, ordenada por un siniestro ministro, el descamisado que ponía cruces amarillas a pacíficos militares muertos en pacífica paz, hoy reconvertido en portavoz de su amo. Un personaje de tan mínima talla humana puede presumir de haber eliminado una estatua del Generalísimo sin la menor oposición de aquellos generales que tantos desfiles hicieron por delante de ella cuando eran cadetes. Y es que el descamisado Alonso no tenía enfrente enemigo alguno.
Ahora le ha tocado al Museo de Montjuich, cerrado, aunque se pretende engañar diciendo que se reinstalará en el Castillo de San Fernando en Figueras, o “en otro lugar de Barcelona”. Parte de sus fondos empiezan a desaparecer o a almacenarse, pues poor obvios motivos sectarios, jamás volverán a ser expuestos; otros son reclamados por los herederos de los generosos particulares que los cedieron, precisamente para el Museo de Montjuich, encontrándose con una rabiosa resistencia oficial: “nuestra Ministra no quiere que se devuelva nada…”. Cuando algo puede salir mal, saldrá mal; cuando se empezó a actuar con debilidad y hasta con cobardía ante las pretensiones de los enemigos del Museo, lógicamente el Museo estaba condenado. Y es que ellos no tenían enemigo.
Las Cortes condenan el “franquismo” un día sí y otro también; en las comunidades taifas, en las ciudades, en los pueblos, se arrasa con la Historia, se anulan honores, alcaldías honorarias, condecoraciones, medallas…; Garzón sigue con su empeño de desentarrador compulsivo; en prensa, radio y televisión, de una forma sofocante, angustiosa, espesa, continua, implacable… se sacan programas, se montan documentales, se crean series, se organizan tertulias de villanos… para aplastar y ensuciar, no ya el recuerdo de Francisco Franco, sino el de millones de españoles que lucharon por una España muy diferente de la que nos abocaban los Largo, Negrín, Carrillo o la Ibárruri. Y nadie, absolutamente nadie, salvo los guerrilleros de siempre, los insobornables de “Internet” o de las escasas publicaciones “de papel” que defienden contra viento y marea aquellos ideales, sale al paso de esta aplastante maniobra. El acomplejado y acobardado Partido Popular, se contrae como una almeja, ratea, se escurre, aprueba con un sí es no, mira para otro lado…, y deja hacer a sus adversarios políticos, incapaces de gritarles a la cara, no ya los logros de un régimen que trasformó a España, sino las sangrientas miserias de aquella república del Frente Popular que esta izquierda miserable alaba hasta la baba. Miserables de baba, pero, eso sí, sin enemigos.
¿Cuál será el próximo ataque de un enemigo sin enemigo? Ya lo sabemos: El Valle de los Caídos.
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com