Durante varios días hemos sido convocados a través de “Internet”
para asistir a la ceremonia de renovación de la Consagración de
España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles.
Conocíamos esta historia de la Consagración, así como los sucesos
posteriores que convirtieron el monumento en símbolo para unos y
para otros, para cristianos y para sus más sangrientos y enconados
enemigos. El rey Don Alfonso XIII hizo la Consagración en el año
1909, hace un siglo, ceremonia a la que asistió lo más granado de la
política y de la milicia. En julio de 1936, es fusilada la imagen
del Sagrado Corazón que corona el monumento, que es posteriormente
dinamitado de forma concienzuda, quedando el cerro convertido en una
muestra de muñones y ruinas, no sólo de la imagen del Sagrado
Corazón, sino de los conjuntos escultóricos y de la iglesia que lo
completaban. Y no lo olvidemos, este Cerro de los Ángeles fue
también testigo del martirio de varios sacerdotes, pues a la rabia
iconoclasta se unía el odio a los servidores de Cristo.
Durante los primeros meses de la guerra, cae el cerro en manos del
ejército nacional pero, un día, en un ataque por sorpresa de los
rojos, consiguen estos poner el pié en él, que es denominado ¿cómo
no? “Cerro Rojo”. Poco les duró la alegría ya que, a los pocos días,
el cerro dejaba de ser rojo para reconvertirse en nacional hasta el
final de la guerra.
Ya
en los primeros años de la paz, se reconstruyen edificios y
monumentos del Cerro de los Ángeles que, en una solemne ceremonia
presidida por el Generalísimo Franco, se entrega a una congregación
religiosa. Otra vez se yergue en la planicie de Castilla la imagen
del Sagrado Corazón, los conjuntos escultóricos y un nuevo
Santuario. Y hasta la aridez de su entorno irá cambiando al irse
cubriendo el cerro de un verdor del que carecía desde tiempo
inmemorial. Era aquello como un símbolo de la España árida donde la
repoblación empezaba a cambiar el paisaje.
Pasan los años, y nos situamos en estos tiempos actuales en los que
el gallo se queda afónico de cantar tres veces después de tantas
cobardes negaciones.
Con
motivo de este centenario, se organiza una ceremonia para recordar
aquella Consagración que presidiera hace un siglo el abuelo del
actual inquilino de la Zarzuela. Y el gallo se acaricia las plumas…
No
hay nueva Consagración porque, lógicamente, aquella ya se hizo en su
momento, y hoy tocaba solamente confirmarla, recordarla… Pero
tampoco hay tal, porque no se habla de España Consagrada al Sagrado
Corazón, sino de la consagración de nuestros propios corazones. Y,
por supuesto, se silencian las terribles vicisitudes por las que
pasó el monumento, prudente actitud, ya que los que lo fusilaron y
destruyeron son de la misma cuerda política que los que hoy se
encaraman en el poder. Si no se habla de la destrucción ¿cómo se iba
a hablar de la reconstrucción? ¿quién se atreve, por mucho capelo
cardenalicio que adorne su cabeza, a mencionar al que reconstruyó
Monumento y Santuario? Lógico, prudente y cobarde silencio que
permite oír, otra vez, el canto repetido del gallo
Su
“Católica Majestad”, no sólo declina el honor de presidir la
renovación de la Consagración, es que no manda ni al conserje de
Palacio.
Nos
da la impresión de que en un Estado laicista como el que padecemos,
estas ceremonias en las que se pretende involucrar a toda España,
sobran; mejor dicho, no son “constitucionales”. En todo caso, nos
diría Llamazares o algunos de sus muchachos: “consagraos
vosotros, si es que os da por ahí, pero a la España múltiple, plural
y laica, ni la toquéis”.
Y
el gallo hace gárgaras para aclararse la voz. Y hasta la próxima |
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