La fecha que hoy
traemos al recuerdo de España, es la fecha de una Victoria limpia y
espiritual. Una Victoria que se logró sobre un sin fin de
sacrificios y a costa de miles de muertos, cuyo principio de
reacción-rectificación-salvación fue el Alzamiento del 18 de Julio
de 1936 que empezó a cobrar forma al constatarse que el Frente
Popular, “la chusma que se apoderó de la República”, tenía la
intención de sovietizar España.
Y dos fueron los factores que dieron forma a esta
evidencia. En primer lugar, la destitución de Alcalá Zamora por
Azaña, que trajo como consecuencia no tomar medidas contra la
violencia más que documentada de la extrema izquierda (socialistas,
comunistas y anarquistas), mostrando, además, síntomas más que
evidentes de sucumbir ante ella; sobre todo tras el triunfó del
Frente Popular, verdadero gobierno comunista con asesores soviéticos
dispuestos a un baño de sangre hasta no haber cumplido sus
objetivos: “A Europa hay que tomarla por detrás, por la Península
Ibérica” (Lenin). Y en segundo lugar, el asesinato del jefe de la
Oposición, don José Calvo Sotelo, un crimen político sin parangón en
la historia de los sistemas parlamentarios de la Europa Occidental.
Por lo que no es verdad (los alzados se levantaron
con la enseña de la República) que el Alzamiento fuera contra el
nuevo régimen, la República –que no olvidemos se había proclamado
tras un golpe de Estado, el “golpe de los concejales”-, sino contra
el Gobierno claramente “rojo” del Frente Popular. Baste constatar,
por otra parte, que la mayoría de los generales alzados no sólo eran
republicanos, sino que habían hecho posible la entronización del
nuevo régimen. Dándose la paradoja, que el único general que no
había participado en ninguna intentona, asonada, ni siquiera en
actos de indisciplina fue Franco. Un militar del que todos, civiles
y militares, tenían un altísimo concepto.
Con todo, uno de los aspectos que menos se han
estudiado en el tema que nos ocupamos, es el que supuso poner en pie
el Alzamiento, darle forma. Pues ni siquiera desde la valoración de
los dos aspectos antes señalados, y que obran como circunstancias
determinantes del Alzamiento del 18 de Julio, encontramos una
mentalidad clara en el Ejército de aquella época. Un Ejército que,
incluso dentro de aquella gravísima situación, tenía serios
problemas para conseguir una unidad y una coherencia de acción.
Siendo un dato perfectamente documentado que tan sólo una minoría de
los oficiales era claramente derechista, y muchos de ellos de clara
tendencia izquierdista-radical; hasta el punto, que los intentos de
subversión comunista y anarquista entre los militares (el
pronunciamiento de Jaca obra como dato) eran frecuentes. Aspecto
éste, el que el Ejército no tuviese un matiz monolítico, que obra
más en favor de los “alzados”, pues los que fueron, fueron a por
todas… “Querer es poder”; y, sobre todo, en la capacidad de Franco
para establecer su autoridad, su disciplina y sus directrices
tácticas, estratégicas y políticas.
Sin embargo, a partir del 18 de Julio se pone en
marcha un proceso de guerra civil, en la que ambos bandos
–cuantitativamente divididos a partes iguales- ponen a disposición
de la victoria total y definitiva sobre los “otros”, toda la fuerza
y la táctica necesaria. Tres años de guerra durante los cuales, el
Ejército de Franco junto con miles de civiles forjaron juntos un
nuevo sistema cuya “primavera” surgió con la Victoria del 1 de Abril
de 1939.
Con honda y sentida emoción, quienes nos
hemos propuesto que sobre tan señalada fecha no caía jamás “un
sudario de silencio”, expresión que según opinión de un autor inglés
cayó sobre España después de la Victoria sobre el bando rojo,
celebramos y recordamos aquella efeméride, clave y fundamental para
el devenir de España, de Europa y del mundo. Pues fue la primera y
única victoria sobre el comunismo, “intrínsecamente perverso”, que
quiso apoderarse de España y Europa.
Una fecha que coincide cronológicamente con la II
Guerra Mundial, a la que Franco no podía ni quería incluir a España.
Lo que obligó que Franco actuase con la mayor cautela posible, tanto
en el interior de España como de cara al exterior. Una cautela a la
que no contribuía la élite falangista intransigente, dirigida por un
jefe de escuadra, Manuel Hedilla, que quiso adueñarse del poder para
sin consenso suficiente implantar su propia visión de la “revolución
pendiente”. Ni mucho menos el carlismo “antipático” (como lo
definiera el propia José Antonio, el último gran pensador
tradicionalista, la mente más preclara, justa y original de todo el
siglo XX español y europeo), que se hubiera avenido a todo, con tal
de que Franco hubiera consentido coronar a su pretendiente,
un tipo al que no conocían ni en su casa. Obviando unos y otros, en
el mejor de los casos, que en España resultaba muy difícil una
organización y una movilización política efectiva, y que la mayoría
de los españoles de todos los sectores apremiaron la intervención
del Ejército. Y en concreto de Franco, una autoridad incontestada
que tenía por objetivo la unidad nacional y el progreso como punto
de partida.
Pero Franco sabía que aquellos que hubieran llevado
a España hacia su suicidio como nación libre y soberana, eran una
minoría, un reducto apenas significativo de una España muchísimo más
plural y sensata. Y sabía, sobre todo, que la gran mayoría de los
españoles, fueran del grupo social o ideológico que fueran,
confiaban en su proverbial sapiencia para la paz, como habían
confiado en su extraordinaria pericia para ganar la guerra. Eso
sabía, y fue suficiente para ponerse a trabajar por España, a la que
amó “hasta el último aliento” de su vida. |
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Desde esta convicción profundamente sentida y
manifestada por el pueblo español durante casi cuatro décadas, que
no paro de entonar un mismo deseo: ¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!,
¡Franco!, nuestro Caudillo se empleo, y de forma sobresaliente, en
el engrandecimiento de España, llevando adelante la certera
revolución pendiente durante tantos siglos. Y así, entonces, y a la
par que se iba reconstruyendo todo el destrozo que la guerra había
causado, se empleo en el mejoramiento social a través del
instrumento político de una organización sindical que reunía a
trabajadores y empresarios en una misma afán de producción, a la par
de fomentar estructuras avanzadas de derechos sociales, sobre todo
para los más necesitados. Sin que para el logro de la justicia
social hiciera falta una estructura económica estatal que anulase la
libre capacidad individual creadora de riqueza.
En cuanto a su política exterior, y pese al criterio
de ese falangismo “intransigente”, simpatizante de Mussolini y
Hitler, Franco vio con enorme claridad que la nueva España no podía
ni vegetar al margen de los acontecimientos ni descender a ser un
simple satélite de las potencias del Eje. De ahí que articulase su
política exterior en aquellos dificilísimos momentos históricos para
Europa y para el Mundo, desde dos aspectos: libertad de acción y
amistad. Proclamando la “estricta neutralidad” de España una vez
estalló el conflicto bélico, hasta el punto de prohibir a Alemania e
Italia el mantenimiento de tropas en nuestro suelo. Así como
proclamando que España excluía toda agresión a potencias
extranjeras. Esta posición inquebrantable de Franco hizo que Winston
Churchill, premier de Gran Bretaña, pese a la escasez de tonelaje
que aquejaba a Inglaterra, ordenase el envió de 30 buques con
cereales a España, comunicándole a Franco que el gobierno en el
exilio de Juan Negrín, establecido en Gran Bretaña, “no disfrutaría
ya de auténtica libertad de acción”.
La derrota de las potencias del Eje (Alemania,
Italia y Japón) por las naciones aliadas junto con la Unión
Soviética, determinó que en el interior de España se viviera la
situación con una profunda inquietud, lo que se tradujo en una
seducción por parte de amplios sectores de la población, altos
mandos del Ejército incluidos, por la idea de una restauración en el
ámbito político-constitucional que diese paso a la Monarquía. Pues
se consideraba que de seguir la dictadura sus días estarían
contados por una invasión de las naciones vencedoras.
Franco, que ni había sido un golpista durante la
República, ni ahora era un dictador, sin duda que se hizo esta
pregunta… ¿Se debía volver desandando los pasos hacia un sistema de
gobierno que había fracasado, y que en España no era por el momento
conveniente? Y Franco se contestó desde su amor a España… había que
ir hacia una rectificación de nuestro pasado, costase lo que
constase. Y, sobre todo, había que constituirse en el único frente
de referencia anticomunista, toda vez que la Unión Soviética se
había adueñado de la nueva situación geopolítica. Dos decisiones que
a la postre se comprobaron eficacísimos. Aunque se tuviera que pagar
el precio de la Victoria: el “sudario de silencio” sobre la
obra que España con su sangre había ofrecido a Europa. Aunque de
modo y manera implícita todo el mundo libre nos lo reconocería.
Poco a poco, con paciencia y desde esa premisa que
Franco había establecido mucho tiempo atrás, la libertad de acción,
el régimen de Franco (España, en definitiva) vio como desde
Occidente –una vez se desengaño de la estafa comunista- se volvía a
un comprensible deseo de vuelta a una situación estable con España,
a la par que el potencial perturbador de los rojos y de los
monárquicos desaparecía en la misma proporción a la simpatía y la
buena disposición que las naciones libres europeas mostraban hacia
nuestro país y su obra.
El camino fue largo, y ciertamente desagradable,
aunque menos costoso de lo que hubiera sido de no haber estado
gobernados por esa figura providencial que Dios nos puso en nuestro
devenir en una de las encrucijadas más importantes y trascendentales
de nuestra historia, Francisco Franco Bahamonde. Pero al final todos
pudieron comprobar que Franco tenía razón, toda la razón y nada más
que la razón. Y de esta forma, a partir de 1955, el Gobierno de
Franco (España, en definitiva) pudo enviar observadores permanentes
a la sede de las Naciones Unidas, de la que fuimos miembro de pleno
derecho unos meses después. El cerco se había roto. La España
dirigida por Franco, nuestro Caudillo, había superado el
asilamiento, y se disponía a entrar con todos los honores en el
marco de una nueva Europa.
Mientras tanto, el Régimen por él creado iba
perfeccionando su institucionalización-constitucional entorno a la
Ley de Principios del Movimiento Nacional que definía a España como
“una unidad de destino en lo universal”; siendo, “como unidad
política, un Estado (confesional) católico (sin que ello mermase la
protección de libertad de otros cultos), social y representativo,
que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino”.
Estableciéndose, así mismo, la división de poderes, que quedaban
definidos de la siguiente forma: el Poder Legislativo residía en el
jefe del Estado y en las Cortes (Cámara única), integrada por
procuradores elegidos, natos y designados. El Poder Ejecutivo, que
lo ejercía el jefe del Estado por medio del Consejo de Ministros,
integrado por el presidente, vicepresidente y ministros. Y el Poder
Judicial, que se administraba en nombre del jefe del Estado, de
acuerdo con las leyes, por jueces y magistrados independientes,
inamovibles y responsables con arreglo a la Ley. Estableciéndose al
mismo tiempo las jurisdicciones eclesiástica y militar. Y, por lo
que respecta a la declaración de los derechos y deberes de los
españoles, éstos estaban contenidos en el Fuero del Trabajo y en el
fuero de los Españoles. Estableciéndose que su ejercicio “no podría
atentar a la unidad espiritual y social de España”, quedando, al
mismo tiempo, sujetos a las leyes de desarrollo.
Pero Franco sigue trabajando. Y desde la serenidad
del silencio que le proporciona su residencia en El Pardo, la
sucesión de las horas se someten a un estricto control: De 10 de la
mañana hasta las 15 horas, trabajo de despacho; después una hora de
frugal comida; luego, estudio de documentos y dictado de
correspondencia; a las 22 horas la cena; a media noche, el rezo del
rosario del matrimonio, y tras el rezo, un poco de lectura antes de
dormir. Todo ello al margen de los Consejos de Ministros, las
entrevistas, los despachos oficiales y las relaciones
internacionales. Una vida rigurosamente metódica y sin vicios
(aspecto éste que también ha sido criticado, pues a la canalla le
gusta regodearse en los vicios de quienes les dirigen) que
contribuyó a que pudiese emplearse en el bien de lo que España
necesitaba.
El Régimen instaurado por Franco dictó el 10 de
enero de 1967 la Ley Orgánica del Estado, la norma que culminaba la
institucionalización del Estado Nacional surgido el 18 de Julio de
1936, que como textualmente se reconocía: “viene a perfeccionar y
encuadrar en un armónico sistema las instituciones del Régimen y a
asegurar de una manera eficaz para el futuro la fidelidad, por parte
de los más altos órganos del Estado a los Principios del Movimiento
Nacional”. A partir de la cual, los principios constitucionales
estaban contenidos en la dicha Ley; en cuya parte dogmática se
comprendía el Fuero de los Españoles y el Fuero del Trabajo, y en la
parte orgánica, la Ley Constitutiva de las Cortes, la Ley de
Sucesión y la Ley de Referéndum Nacional. Estableciéndose que “el
Estado español, constituido en Reino, es la suprema institución de
la comunidad nacional, y le incumbe el ejercicio de la Soberanía,
que es una e indivisible, sin que sea susceptible de delegación ni
cesión”.
Y ya por fin, el 22 julio de 1969, las Cortes
designaron sucesor en la Jefatura del Estado, a título de Rey, al
“Príncipe de España” don Juan Carlos de Borbón y Borbón, según la
propuesta que había presentado Franco. Ratificado, según lo exigía
la ley, por el resultado de la votación de 491 votos a favor, 19 en
contra y 9 abstenciones. Tres días después, el Príncipe –hoy Rey
Juan Carlos- juró solemnemente en las Cortes los Principios del
Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales.
Desde esta semblanza
del 1 de Abril que hemos trazado, y desde la argumentación de lo que
supuso para España y por ende para Europa las consecuencias de
aquella gesta victoriosa, es por lo que título este trabajo como la
“Obra de Franco”: La realización de aquella apuesta que el 29 de
octubre de 1933 puso a disposición de todos los españoles José
Antonio Primo de Rivera. Una apuesta que algunos quisieron poner en
las manos de un simple jefe de escuadra o en la de un memo coronado.
Una obra que finalmente se dilapido a su muerte, cuyo resultado es
la España que hoy tenemos. Una Patria que se nos muere de entre las
manos.
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