¿POR AVERSIÓN A LA DEMOCRACIA?

 

 

Por Pío Moa.

 

«La ciudadanía debe reaccionar a esta deriva, cada día más evidente. Pues la convivencia alcanzada en estos treinta años corre verdadero peligro»

Al revés que la extrema derecha, el PSOE, el PCE y otros partidos de izquierda siempre comprendieron la utilidad de invocar la democracia a troche y moche para justificar sus agresiones a la libertad. Lo dijo en una expresiva frase Drieu la Rochelle, "Los nazis son los cínicos, porque reconocen abiertamente su violencia, su tiranía. Y los marxistas son los hipócritas, porque niegan desvergonzadamente las suyas".

De forma algo vaga, los socialistas han justificado la retirada de la estatua de Franco argumentando su aversión a las dictaduras. Pero con esa aversión del PSOE a las dictaduras pasa como con lo de los cien años de honradez: no resiste al más somero análisis.

El PSOE fue desde su origen un partido violento, capaz de justificar el terrorismo, resuelto a acabar con las libertades que llamaba burguesas para implantar su propia dictadura, gracias a la cual, presumía, la humanidad entraría en un período de felicidad sin cuento. Su primera gran hazaña consistió en organizar la huelga revolucionaria de 1917, al lado de otros demócratas por el estilo, como los anarquistas, los nacionalistas catalanes o los republicanos jacobinos, con el fin de aplastar el régimen liberal de la Restauración. Fracasada la intentona, su explotación demagógica y sin escrúpulos del desastre de Anual, combinada con el terrorismo ácrata y con la ofensiva conjunta de los separatismos vasco, catalán y gallego, llevó por fin a la quiebra las libertades y trajo la dictadura de Primo de Rivera. Entonces los socialistas pasaron a colaborar con el dictador, en parte para imponerse como única fuerza sindical contra su rival CNT.

Gracias a la protección de la dictadura, el PSOE y la UGT salieron a la república como las fuerzas políticas más poderosas, como los verdaderos árbitros del nuevo régimen. Su aparente moderación inicial ocultaba a los ingenuos el hecho de que, para la ideología marxista, la república era sólo una "democracia burguesa", a explotar mientras no madurasen las condiciones para derrocarla. El sector mayoritario del partido (Largo Caballero y Prieto) consideró maduras las condiciones revolucionarias ya en 1933, antes de abandonar el Gobierno de Azaña. Y decidió preparar la insurrección para implantar la "dictadura del proletariado", o sea, del PSOE, erigido en supuesto representante de los obreros. Besteiro y otros legalistas fueron marginados mediante maniobras y violencias, y, tras la victoria electoral de la derecha en 1933, la insurrección fue preparada a conciencia, como una "guerra civil", textualmente. Estos hechos, disimulados largo tiempo por una historiografía poco fiable, están hoy plenamente demostrados a partir de los documentos del propio PSOE.

La derecha -en especial Franco- derrotó en octubre del 34 el asalto guerracivilista del PSOE, la Esquerra catalana y otros, pero en 1936 la izquierda republicana volvió al poder sin haber aprendido nada. De inmediato Largo Caballero y los suyos volvieron a crear, junto con los anarquistas y los comunistas, un procesó revolucionario. El gobierno se deslegitimó al amparar tal proceso y negarse a cumplir y hacer cumplir la ley. Conocemos el resultado: el reinicio de la guerra civil y la dictadura de Franco.

Franco no dio a los socialistas la protección que les había otorgado Primo de Rivera, pero también es verdad que la resistencia del PSOE al franquismo fue muy escasa, al revés que la del PCE. Así pues su aversión a la dictadura resultó muy escasa en la práctica. Luego el PSOE resurgió, ya muy al final, con tolerancia, si es que no apoyo, de la propia dictadura, que veía en él un contrapeso al mucho más peligroso partido comunista. En mi libro Una historia chocante, sobre los nacionalismos vasco y catalán, expongo algunos datos de interés al respecto, y alguien debiera examinar a fondo ese período del socialismo, todavía algo oscuro. Por esto, y porque muchos dirigentes socialistas provienen de familias franquistas, no se entiende bien esa súbita aversión a aquel régimen, treinta años después de muerto Franco.

Bien, pero, dirá algún escéptico, eso son cosas del pasado. Durante la Transición del PSOE abandonó el marxismo, fuente principal de su violencia antidemocrática y se convirtió en un partido civilizado. Podría aceptarse esto, quizá, en un balance general entre sus conductas democráticas y sus agresiones a la democracia ("entierro de Montesquieu", oleada de corrupción, etc.). Pero el panorama actual no autoriza el optimismo: el gobierno socialista recibe los plácemes de "demócratas" como Mohamed VI, Fidel Castro o Chávez, o los de uno de los cerebros de la matanza del 11-M. Ha abandonado, en lo que de él depende, a los iraquíes en manos de los mismos asesinos de Madrid, y está demostrando tanta comprensión hacia el terrorismo nacionalista vasco como aversión a sus víctimas, a la que divide y ningunea; tanto buen talante hacia los separatistas que hunden la democracia en las Vascongadas y la convierten en una farsa en Cataluña, como agresividad contra quienes defienden la Constitución, es decir, la democracia. Así, la retirada de la estatua de Franco no puede responder a aversión a ninguna dictadura. Es sólo una manifestación demagógica más de la vuelta de ese partido, el de mayor historial antidemocrático de España, a sus peores tradiciones. La ciudadanía debe reaccionar a esta deriva, cada día más evidente. Pues la convivencia alcanzada en estos treinta años corre verdadero peligro.

 

La Razón, 23 de Marzo de 2.005

 

 


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