El
Código Da Vinci.
Godofredo.
Desde que vi las imágenes en la televisión de la “pseudo boda”
de Zerolo con otro hombre, no puedo quitar de mi cabeza otra imagen
producto de la imaginación. La imagen consiste en ver entre la
glamorosa pareja un niño. El niño agarra con sus manos al sujeto A
y al sujeto B. La imagen como podéis comprobar es verdaderamente
escabrosa y, si, de una imaginación un tanto retorcida, pero no nos
engañemos, es una imagen recién salida del horno de la sociedad
actual retorcida por un gobierno y una serie de “lobbies”.
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Poco se puede
decir que no se haya dicho ya en todos los medios católicos
sobre el Código Da Vinci. Seria tarea absurda querer
exponer los errores históricos y teológicos en los que incurre
este libro, convertido ya en película, con la que seguramente
acabara de jubilarse Dan Brown, cuya fama no se la debe tanto a
su pluma como a sus patrocinadores visibles e invisibles.
Desde todos los
medios ajenos a la Iglesia, e incluso desde dentro de ella, se
escuchan voces que afirman que no es para tanto, que no hay
motivo de alarma, pues se trata de una novela de ficción,
aunque su autor no se canse de decir que se ha documentado bien
para hacer su libro. Pero, dejando de lado la competencia del
Sr. Brown como literato e historiador, lo que debería
preocuparnos es el daño que puede hacer a la fe de las gentes
sencillas este libelo, a pasar de las voces que desde fuera y
dentro de la Iglesia nos dicen lo contrario.
Hace años un
libro como este seria impensable, y aunque se hubiera escrito la
reacción del conjunto del pueblo cristiano habría sido
contundente, pues, en términos generales, el católico medio
estaba mejor preparado doctrinalmente que el actual, y difícilmente
habría aceptado las historietas del Sr. Brown. Pero hoy, la
situación es diferente: la formación de muchos cristianos es
de un nivel de párvulos, muchos van a misa pero consultan el
Tarot, van a las videntes, e incluso los hay que siguen al
primer charlatán que encuentran y que les dice que es el Padre,
el Hijo o el Espíritu Santo. De ahí, la preocupación de la
Jerarquía, pues mejor que nadie sabe como esta su rebaño,
aunque habría que ver que nivel de responsabilidad tiene en la
existencia de este estado de cosas, pues muchas catequesis de niños
se reducen a cantos, palmas y juegos, pero de contenido
doctrinal poco, y casi lo mismo podemos decir de la oratoria
sagrada, que en algunos casos deja mucho que desear.
En las pasadas
fiestas de Semana Santa, en línea con el Código Da Vinci,
“casualmente” fue dado a conocer también otro libro
“revelador”, el Evangelio de Judas, un libro gnóstico
de valor simplemente testimonial para la Iglesia de hoy, pero
que ha sido bien promocionado por la National Geography, detrás
de la cual posiblemente haya una mano masónica, como en casi
toda organización de cuño anglosajón. Pues bien, poco ha
faltado para que se pidiese la canonización de Judas Iscariote,
el traidor, ahora reconvertido en héroe de la Historia de la
Salvación, un despropósito tan grande como si se quisiese
revindicar la figura del Conde Don Julián que abrió las
puertas a Tarik y Muza de la Península en aquel aciago 711,
permitiendo a nuestros ancestros visigodos disfrutar de 800 años
de “convivencia pacifica” y de “tolerancia” islámica
(aunque todo es posible)
Volviendo a
nuestro tema, el tema del Código Da Vinci es un ejemplo
más de hasta que punto ciertas fuerzas están empeñadas en
desacreditar a Cristo y a su Iglesia. Cosa diferente seria si el
Sr. Brown se hubiera atrevido a contar una historia sobre Mahoma
en términos tan “históricos” como la que presenta sobre
Cristo, pobre de él, acabaría haciendo compañía al pobre
autor de los Versos satánicos, condenado a muerte por
Jomeini y cuya vida todavía hoy esta en peligro. Pero con
Cristo todo vale, a fin y al cabo los tiempos de la Inquisición
han terminado, aunque algunos pogres ven inquisidores en todas
partes, sobre todo si son miembros del Opus Dei, reencarnación
para ellos de la Compañía de Jesús fundacional, que luchan
contra los nuevos ilustrados que no son otros sino ellos, que
quieren librar al mundo de las tinieblas y llevarlo a la luz de
un nuevo mundo sin Dios, del amor libre, de la interculturalidad
y en el que posiblemente los simios manden, dado que son
“personas” y tienen sus derechos por decreto “divino” de
la ONU.
Cristo, al que
la Iglesia y con ella los fieles reconocemos como verdadero Dios
y verdadero Hombre, no se canso de advertir a sus discípulos
sobre la vigilancia, teniendo presente los turbulentos tiempos
que habrían que venir, como tampoco dejo de señalar que vendrían
falsos maestros que, como dice San Pablo, enseñarían doctrinas
agradables al oído y que arrastrarían a las masas porque
respondían a sus pasiones más bajas, y no a la búsqueda de la
perfección cristiana que nace del amor y de la imitación de
Cristo, y no del sadismo como pretende el Sr. Brown.
Como hombre de
letras no puedo más que sonrojarme ante quienes se creen a pies
juntillas las mentiras del Código Da Vinci sin un mínimo
de espíritu critico, y como cristiano me apeno al pensar que
mucha buena gente puede llegar a creer las absurdas doctrinas
que contiene ese libro, y con ello perder su fe en Cristo y
separarse de la Iglesia. A todos ellos les recuerdo estas
palabras del Apóstol para que las mediten y las tengan
presentes en estos momentos: Jesucristo, el mismo que ayer,
es hoy: y lo será por los siglos de los siglos. No os dejéis,
pues, descaminar por doctrinas diversas y extrañas (Heb 13,
8-9)
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