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Actualizada: 03 de Mayo de 2.006.  

 
 
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Dios. 

Jesús Iberia.

Inicio mi andadura en esta Sección de Artículos con el sano y sincero propósito de intentar explicar y divulgar, con un lenguaje sencillo, didáctico y entendible, aquellos Principios Fundamentales que esta honorable página defiende y promueve. Propósito dirigido sobre todo a nuestros visitantes y lectores más jóvenes, los cuales ansían encontrar una exposición sencilla y razonada de las creencias, ideales y afanes por los que supongo se guían y procuran defender en una sociedad que en muchas ocasiones les censura, ridiculiza o, peor aún, persigue. Creencias, Ideales y Afanes, sintetizados en pequeñas palabras y conceptos tan cargados de significado y simbolismo como DIOS, PATRIA, VIDA, FAMILIA, JUSTICIA, HONOR, SACRIFICIO, LEALTAD…. Palabras y conceptos que intentaré, artículo tras artículo, desentrañar y poner al alcance de la mano a todos aquellos que sintiéndolos dentro de sí, no pueden o no saben expresarlos con toda la carga que conlleva, por la ignorancia o la manipulación a la que se han visto sometidos respecto a esos Valores, y que se acercan a esta web como oasis en medio del desierto en  búsqueda de agua fresca que les vivifique.   

Empezaremos pues por el Primer Principio, el Valor inicial, Punto de partida y fuente de lo que TODO fluye: DIOS.

Cuenta la Historia que en la mañana de un buen día entre los años 395 y 439, siendo San Agustín Obispo de la ciudad de Hipona, situada en la antigua provincia romano-africana de Numidia – actualmente lo que sería el norte de Argelia – este piadoso Patriarca y Doctor de la Iglesia primitiva se sentaría frente a la orilla del Mediterráneo, en compañía de una banqueta, una pequeña mesa, papeles, pluma y tinta. Su intención no era otra que la de escribir nada más y nada menos sobre Dios.

A medida que pasaban las horas, a pesar de estar sumido en una profunda reflexión y meditación, San Agustín miraba al mar y mantenía su pluma presta sobre el papel en blanco sin saber por dónde empezar a reflejar por escrito, con palabras humanas, su concepción de Dios.

Imbuido en esta pose, y tras largo tiempo, en un momento dado observó – sin darle demasiada importancia - que llegaba un niño que se puso a jugar cerca de él. El pequeño hizo un agujero no muy grande en la arena, y  empezó a acercarse a la orilla con una concha de nácar; con ella tomaba agua del mar y volviendo al hoyo la echaba en su interior. Y así continuó varias veces repitiendo el mismo gesto.

Al poco rato, San Agustín se percató de lo que hacía el niño, y le prestó atención sumamente extrañado, hasta que decidió acercarse hasta él y con cierta ignorancia le preguntó:

- “¿Qué haces, niño?”

A lo que el chiquillo contestó sonriente:

- “Quiero meter el Mar en mi hoyo”.

El bueno de San Agustín, con un aire racional y paternalista, le respondió a su vez:

- “Eso es imposible”.

Y hete aquí que el niño, que sin que Agustín se diera cuenta, en realidad era un Ángel enviado por el Señor, le manifestó:

- “Pues eso es lo que estás pretendiendo hacer tú, en una mente finita y mortal, con toda la Inmensidad y Eternidad de Dios”.

Y al momento, el niño-ángel desapareció de escena, y San Agustín comprendió.

He querido hacer una introducción con este piadoso relato, para dejar claro que es bien cierto que pretender expresar, o al menos explicar, un concepto tan trascendente, sobrehumano y preternatural como DIOS, no es fácil ni sencillo. Por ello, y si se me permite la expresión, utilizaré una Teología “de andar por casa”.

Para poder acercar (que no explicar, pues ello es imposible según la Razón humana) al lector la concepción y existencia Trinitaria de Dios, haré un símil con un elemento tangible: el Agua.

El Agua tiene una naturaleza, una razón de ser por sí misma que le permite ser lo que es: es la combinación de dos átomos de Hidrógeno con uno de Oxigeno (H2O). Siempre ha sido así, y siempre tendrá que ser así para continuar siendo lo que es: Agua.

De la misma forma, Dios tiene una Naturaleza, una razón de ser, una ESENCIA Divina. Y por Esencia, una Existencia. Es el Dios que siempre ha existido, y que siempre existirá; el cual no ha sido creado por nada ni por nadie; el Principio y Fin de TODO y El que todo lo ha creado por Su Voluntad y por Su Amor.  

Así pues, de la misma manera que el Agua puede presentarse en forma de tres ESTADOS distintos: Sólido, Líquido y Gaseoso, existentes, reconocibles y palpables objetivamente como tales PERO SIN DEJAR DE SER UNA SOLA ESENCIA (H2O), así Dios SE MANIFIESTA a la Humanidad y a la Historia en tres PERSONAS distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, existentes objetivamente PERO SIN DEJAR DE SER UNA SOLA COSA: DIOS. 

Antes de toda la Historia, el Padre Todopoderoso siempre disfrutó de Su Eterna Presencia en Paz, Alegría, Armonía y Comodidad. No obstante, no quiso reservar egoístamente, solo para sí mismo, esos estados, y por eso deseó compartirlos con una Creación salida de la Fuerza de Su Palabra. Y así, de la Potencia del Bien, surgió el Mundo, con sus criaturas todas y coronado por un Hombre hecho a imagen y semejanza suya.

Dios Padre, ha pesar de haberlo creado TODO, no creó el Mal. El Mal surgió EN ESTE Mundo. El Mal tampoco procede de un “antidiós”, sino que fue el mismo Hombre quién, al abusar de la libertad que Dios le dio, cayendo en la soberbia Tentación, lo introdujo en el Mundo.

Así pues, Dios tampoco ha creado con Su mano el Infierno, pues el Infierno es una situación humana, y por lo tanto, no es algo que pueda existir con independencia de que alguien decida colocarse en dicha situación. Si el Cielo fuera un lugar, sería inconcebible que Dios excluyese de él a nadie; pero si es un estado de amor, ni siquiera Dios puede introducir en él a quién se niega a amar.

Por lo tanto, y aunque pueda parecer dura la aseveración, el Infierno será por toda la Eternidad un testimonio del respeto que tiene Dios a la libertad del hombre. Dios no condena, es el hombre quien se condena así mismo, “porque Dios quiere que todos los hombres se salven”. (1ª carta de San Pablo a Timoteo 2, 4)

El Mundo y el Hombre, abandonados desde entonces a sus propias fuerzas, son incapaces de Salvación. Se trataría de una empresa tan patética como la del Barón de Múnchaussen intentando salir del pantano en el que había caído tirando hacia arriba de su propia coleta. Es así donde entre en la escena de la Historia del Hombre el Hijo de Dios.

El Hijo fue engendrado por el Padre y nacido de Él desde Siempre, y tiene su misma naturaleza porque no ha sido creado “de la nada”. A partir de que el Hombre pecó por primera vez, el Padre permitiría  por un largo tiempo que éste, si no escuchaba Su Ley ni atendía a Sus profetas, se sumiera en la más profunda iniquidad para que comprobara por sí mismo lo perdido que estaría sin la ayuda del Cielo.

Pero para evitar que ello fuera para siempre, prometió a la Humanidad que algún día enviaría a Su Único Hijo, el cual, para poder librar para siempre al Hombre de la Muerte eterna, tomaría, sin dejar de ser Dios, el cuerpo y sangre mortales, anunciando en esta Tierra el Reino de Dios, manifestando con sus milagros las maravillas que sobrevendrán al llegar ese futuro Reino, y compartiendo con el ser humano la muerte temporal derrotándola para siempre una vez Resucitado, y no obstante Ascendido al Cielo, permanecer entre nosotros con su Presencia real en la Eucaristía, guardarnos así permanentemente en la Vida Eterna, en conexión permanente con Su Reino.   

Cristo sería, pues, Dios de una manera humana, y Hombre de una manera divina. Lo humano es expresión de lo divino, y lo divino se expresa a través de lo humano

Para asistirnos interiormente tras su marcha, Dios no sólo se quedó entre nosotros por medio del Hijo en la Sagrada Forma, sino que también nos asistiría interiormente por medio de su Santo Espíritu, que procede del Padre, por medio suyo y además a través del Hijo al mismo tiempo.

En la primera mitad del siglo III, San Hipólito empleó una imagen muy bonita: igual que, cuando rompemos un frasco de perfume, su olor se difunde por todas partes, al “romperse” el cuerpo de Jesús en la Cruz, su Espíritu – que, mientras estuvo vivo, había poseído en exclusiva – se derramó en los corazones de todos. El Espíritu Santo aparece así como el “sustituto” del Jesús ausente. No se trata, pues, de la sustitución de una Persona por otra, sino la sustitución de UN MODO DE ESTAR por otro.

El Espíritu Santo, por lo tanto, nos dinamiza desde dentro y nos habla en la propia conciencia, como la Voz de Dios en cada uno de nosotros.

Por todo ello, debemos Amar al Padre por cuanto Ha creado, por haber querido crearnos a nosotros y por todos los bienes que nos ha otorgado; debemos Creer en todo lo que el Hijo nos ha manifestado en su paso por la Tierra para saber distinguir lo bueno de lo malo; y debemos Confiar en la asistencia permanente e interior del Espíritu Santo para que a pesar de nuestras flaquezas humanas seamos felices aquí en la Tierra y consigamos salvarnos para así ser felices por siempre en el Cielo.   

Dios nos ha dejado para sostenernos y asistirnos a la Iglesia, que como Madre y Maestra, viene custodiando y predicando este tesoro de VERDAD desde hace más de veinte siglos para llevar hacia al Señor las almas de los hombres y mujeres de todas las generaciones.

A Dios se le encuentra todos los días en lo profano, en lo silencioso y en lo sencillo, y no se trata, por tanto, de vivir en exclusiva “religiosamente” – aunque en vacío - algunos momentos puntuales de la vida, sino dar a nuestra vida entera una visión Trascendente.

Tener consciencia de Dios, y en definitiva, de la Salvación, no es esperar “otro” Mundo, SINO CONVERTIR ESTE MUNDO EN “OTRO”.

Así pues, el mejor consejo que podría dar para finalizar, sería un viejo axioma que dice: Cree y Ama a Dios como si todo dependiera de Él; lucha y haz el Bien como si todo dependiera de ti”.   


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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