Nos
aseguran que los partidos políticos, no sólo son un logro de la
democracia, sino necesarios para esa democracia. Pero descubrimos,
además, que en la España actual son prácticamente sólo ellos la
democracia. Y todavía nos abstenemos de escribir esta sacra palabra,
democracia, entre comillas.
La
gestación de un partido político es algo tan lógico y natural como
la lluvia o el viento. Lo malo es cuando se convierten en pedrisco o
tornado. Un grupo de personas de la misma ideología y fines
políticos, se unen formando una especie de club o de asociación, al
que llaman partido y les colocan unas siglas que no siempre quieren
decir lo que dicen. Si su programa es interesante y sus promesas
caen bien en eso que llaman ciudadanía, el partido adquiere unas
dimensiones y una fuerza que le han de dar los carnés de sus
adheridos. Y este partido ha de luchar con otros partidos, bien para
absorberlos y de esa forma aumentar el número de sus “socios”, para
aliarse con ellos con vistas a alcanzar un lugar al sol del Poder
Político, o para apartarlos de su camino porque molestan.
Hasta aquí, todo muy lógico. Pero surge un problema: ¿cuál ha de ser
el papel de los partidos políticos en eso que llaman el Poder? Uno
de ellos sería la de tener un lugar en los Senados, Asambleas o
Parlamentos, junto con otras formas de representatividad popular. Y
otra, la de ser ellos los únicos representantes de eso que se
denomina, de forma bastante frívola, la voluntad popular. Y aquí
empiezan las comillas para envolver a la casi sagrada palabra
“democracia”.
Cuando la voluntad popular está únicamente representada por los
partidos, el sistema se convierte en una dictadura, la vulgarmente
denominada “partitocracia”, que puede sonar a algunos a pura
demagogia, pero que indudablemente no lo es. Una de las partes
fundamentales de esa dictadura es la de que en el partido que
alcanza los escaños de Asambleas, Senados o Parlamentos, desaparece
una de las bases fundamentales de los derechos humanos, la de la
libertad de pensamiento y opinión, porque allí, lógicamente, sólo
vale la opinión del líder, es decir, del partido, y el que no sale
en la foto es mandado a los infiernos. Si no, no tendría razón de
ser el mismo partido político.
Pero es que surgen nuevos cardos en ese campo del partido. Y es que,
para que funcione la democracia de los partidos, es necesaria la
corrupción, es decir, que sin corrupción no hay, no puede haber
“democracia”. Muy fuerte, como diría mi nieta.
Como nos limitamos a leer a "Pero Grullo", dejando a un lado
voluminosos textos sobre Derecho Político, Constitucional y hasta
las Páginas Amarillas, podemos decir sin sonrojarnos lo siguiente.
En el sistema “democrático” actual en España no existe Estado de
Derecho. Y no existe porque, si existiera, desaparecería
inmediatamente la “partitocracia”. Para poder gobernar, el partido
ha de tener mayoría en esas Asambleas políticas, y si la consigue,
el Ejecutivo gobierna a su aire, sin importarle un pito la opinión
de los adversarios. Y lógicamente dominan el Poder Legislativo donde
ya pueden chillar los otros, para lo que les va a servir…, pues son
ellos los que calientan una mayoría de escaños. Y queda el Judicial,
que el partido en el poder puede organizar como mejor le plazca. ¡Adios
Montesquieu, adiós, adieu, addio, dosvidania…! La corrupción
política está servida.
Pero pudiera ocurrir que el partido no ganara las elecciones por
mayoría y, aun no siendo el más votado, se encarama al Poder
pactando con otros partidos minoritarios. A veces, el voto de un
único representante de un diminuto partido, inclina la balanza para
poder conseguir ese goloso (golosísimo) Poder, como esa pluma que
desequilibra la rama donde el “Coyote” se tambalea después de una
fracasada persecución del “Correcaminos”. Al votante se le ha
engañado en las carísimas campañas electorales donde se le debía
haber dicho cual iba a ser su actuación en caso de necesitar apoyos
de otros partidos menores. Eso se silencia. Y se da, con frecuencia,
el caso de que un chiquilicuatre con ribetes de majadero,
es el verdadero árbitro de la política del país, en este caso de la
de este país llamado, por ahora, España. No es que exista hoy en
España política alguna de dimensión nacional, ya que todo huele a
cloaca en época de sequía, pero es que esos chiquilicuatres con
ribetes de majaderos, casi con toda seguridad les importa muy poco
el país, sólo el sector político que representan que, casi con toda
seguridad, es nacionalista o separatista sin disimulos. Y esos
nacionalistas y separatistas sin disimulos son hoy, por ejemplo, los
árbitros de la política española. Corrupción de la política y de la
pobre y vapuleada “democracia”.
Mas, para poder funcionar son necesarias varios tipos de corrupción.
Como los partidos, con el dinero de las cuotas no tienen fondos ni
para fabricar gorritas y banderines, se han de abastecer de los
“dineros” ajenos, es decir, de los nuestros. Y como ellos son los
que mandan, esta vez sin oposición alguna porque “la pela es la
pela”, pactan ingentes capitales que hacen de la carrera política la
más rentable. Ya se sabe, la mejor carrera es la de San Jerónimo… Y
viene la caza corrupta de votos, de ahí, por ejemplo, las campañas
para que los homosexuales exhibicionistas, los denominados “gays”
(¿qué tendrán de alegres estos desgraciados?) les voten,
cubriéndoles de subvenciones, pagándoles sus repugnantes
charlotadas, sus sedes y sus tenidas; sus concesiones
archimillonarias a los gobernantes de taifas nacionalistas o
separatistas para que les apoyen en las votaciones; la permisiva
legislación sobre los sindicatos amarillos para que no les impidan
desde la calle seguir en el machito, cerrando los ojos de la
justicia de forma definitiva ante las actuaciones sectarias de esas
tropas, totalmente contrarias a derecho y hasta a la propia
Constitución. Las izquierdas los corrompen para que les den su total
apoyo, las derechas para que no les amarguen la calle. Ningún
partido en el Poder se atreve a revisarle las cuentas a estos
vividores de los Sindicatos de forma que pueden hacer con los
gigantescos fondos lo que les venga en gana, entre ellos los
suculentos sueldos a los vividores llamados “liberados”, sobre los
que no hay una legislación que limite, de verdad, este abuso. Una
corrupción, que merecería un tribunal de Nuremberg, es la que
permite que un individuo del nivel moral e intelectual de Carod
Rovira, pueda, no ya pactar con los etarras, no ya gastarse millones
y millones en embajadas, viajes y “cinco tenedores”, sin control ni
límite conocido, sino ejercer de árbitro de la política española,
país al que odia y desprecia, echando a un rincón a un partido que
multiplica por treinta el número de sus votantes. |
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Corrupción “democrática” es
desconocer el voto de las abstenciones, dando pie a que en una
elecciones en las que gracias a que uno de cada 10 españoles que
haya votado a determinado partido, éste sea aceptado por ser
“mayoría”. De ahí los resultados del bodrio del Estatuto catalán,
que permite que un libelo antiespañol y contra la Constitución, por
el que la inmensa mayoría de los catalanes habían mostrado un
notable desinterés, se imponga “por ser el deseo mayoritario
popular”.
La
corrupción está también en la subvenciones a organizaciones afines y
la de cortar el grifo a las adversarias. Un ejemplo sangrante es la
Fundación Pablo Iglesias que recibe millones del Estado, del partido
y hasta del Ayuntamiento de Madrid, el de Gallardón. Se le concede
un palacio para su instalación, sus directivos viven como nababs
(hay que ver la cara de comer langostinos que se le ha puesto a
Alfonso Guerra), y los millonarios gastos inútiles, que pagamos
todos, sirven entre otras cosas para que se editen las obras
completas de Pablo Iglesias (12 tomos) o los discursos y escritos de
Largo Caballero (8 tomos), auténticos ladrillos sólo aptos para
estudiosos e investigadores, pero que son enviados a las alcaldías
de las ciudades, pueblos y pueblecitos con alcaldes socialistas
(alguno, como desde el que escribo, de menos de 100 habitantes)
¿Cuánto habrá costado esa edición? ¿Será por dinero?
Hay
corrupción en la prensa, radio y televisiones afines, en el número
desorbitado de asesores; en los sueldos, prebendas y bicocas de
diputados, senadores, ministros, subsecretarios, presidentes, altos
y menos altos cargos de Taifas; en esa impunidad taifa para el gasto
público, con embajadas, aumento increíble del funcionariado, en
cuchipandas electorales en cuanto uno mira para otro lado; hay
corrupción en el control de las Cajas de Ahorro, de los Bancos…; hay
corrupción en esa lucha feroz a mordiscos por las alcaldías que son
fuente de dinero con las trapacerías urbanísticas…
Siendo el partido político la base de esta “democracia”, vemos que
su objetivo es, en primer lugar el Poder por el Poder. Para ello
vale todo. Si se está en el Poder, no hay que laborar por el bien
del país, sino para que el Partido conserve las posaderas en la gran
poltrona. De ahí los pactos “contra natura” que en nada nos
benefician, pero que les permiten la golosa permanencia. Pero es
que si está en la oposición, hay que conseguir a toda costa que el
que manda fracase, y para ello, también vale todo. Los logros o
triunfos del que está en el Poder son acogidos con disgusto por los
opositores que prefieren segarle la hierba, aunque perjudique al
país.
Sin
corrupción, el chiriguito no funciona. Si cualquiera de estas
corruptelas, contadas aquí de manera algo anárquica, no existiera,
la “democracia” se vendría abajo.
No
es que esta “democracia” se corrompa, no, es que sin corrupción no
hay “democracia”.
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