La corrupción necesaria
Por Jesús Flores. 03/11/2009.
Nos aseguran que los partidos políticos, no sólo son un logro de la democracia, sino necesarios para esa democracia. Pero descubrimos, además, que en la España actual son prácticamente sólo ellos la democracia. Y todavía nos abstenemos de escribir esta sacra palabra, democracia, entre comillas.
La gestación de un partido político es algo tan lógico y natural como la lluvia o el viento. Lo malo es cuando se convierten en pedrisco o tornado. Un grupo de personas de la misma ideología y fines políticos, se unen formando una especie de club o de asociación, al que llaman partido y les colocan unas siglas que no siempre quieren decir lo que dicen. Si su programa es interesante y sus promesas caen bien en eso que llaman ciudadanía, el partido adquiere unas dimensiones y una fuerza que le han de dar los carnés de sus adheridos. Y este partido ha de luchar con otros partidos, bien para absorberlos y de esa forma aumentar el número de sus “socios”, para aliarse con ellos con vistas a alcanzar un lugar al sol del Poder Político, o para apartarlos de su camino porque molestan.
Hasta aquí, todo muy lógico. Pero surge un problema: ¿cuál ha de ser el papel de los partidos políticos en eso que llaman el Poder? Uno de ellos sería la de tener un lugar en los Senados, Asambleas o Parlamentos, junto con otras formas de representatividad popular. Y otra, la de ser ellos los únicos representantes de eso que se denomina, de forma bastante frívola, la voluntad popular. Y aquí empiezan las comillas para envolver a la casi sagrada palabra “democracia”.
Cuando la voluntad popular está únicamente representada por los partidos, el sistema se convierte en una dictadura, la vulgarmente denominada “partitocracia”, que puede sonar a algunos a pura demagogia, pero que indudablemente no lo es. Una de las partes fundamentales de esa dictadura es la de que en el partido que alcanza los escaños de Asambleas, Senados o Parlamentos, desaparece una de las bases fundamentales de los derechos humanos, la de la libertad de pensamiento y opinión, porque allí, lógicamente, sólo vale la opinión del líder, es decir, del partido, y el que no sale en la foto es mandado a los infiernos. Si no, no tendría razón de ser el mismo partido político.
Pero es que surgen nuevos cardos en ese campo del partido. Y es que, para que funcione la democracia de los partidos, es necesaria la corrupción, es decir, que sin corrupción no hay, no puede haber “democracia”. Muy fuerte, como diría mi nieta.
Como nos limitamos a leer a "Pero Grullo", dejando a un lado voluminosos textos sobre Derecho Político, Constitucional y hasta las Páginas Amarillas, podemos decir sin sonrojarnos lo siguiente. En el sistema “democrático” actual en España no existe Estado de Derecho. Y no existe porque, si existiera, desaparecería inmediatamente la “partitocracia”. Para poder gobernar, el partido ha de tener mayoría en esas Asambleas políticas, y si la consigue, el Ejecutivo gobierna a su aire, sin importarle un pito la opinión de los adversarios. Y lógicamente dominan el Poder Legislativo donde ya pueden chillar los otros, para lo que les va a servir…, pues son ellos los que calientan una mayoría de escaños. Y queda el Judicial, que el partido en el poder puede organizar como mejor le plazca. ¡Adios Montesquieu, adiós, adieu, addio, dosvidania…! La corrupción política está servida.
Pero pudiera ocurrir que el partido no ganara las elecciones por mayoría y, aun no siendo el más votado, se encarama al Poder pactando con otros partidos minoritarios. A veces, el voto de un único representante de un diminuto partido, inclina la balanza para poder conseguir ese goloso (golosísimo) Poder, como esa pluma que desequilibra la rama donde el “Coyote” se tambalea después de una fracasada persecución del “Correcaminos”. Al votante se le ha engañado en las carísimas campañas electorales donde se le debía haber dicho cual iba a ser su actuación en caso de necesitar apoyos de otros partidos menores. Eso se silencia. Y se da, con frecuencia, el caso de que un chiquilicuatre con ribetes de majadero, es el verdadero árbitro de la política del país, en este caso de la de este país llamado, por ahora, España. No es que exista hoy en España política alguna de dimensión nacional, ya que todo huele a cloaca en época de sequía, pero es que esos chiquilicuatres con ribetes de majaderos, casi con toda seguridad les importa muy poco el país, sólo el sector político que representan que, casi con toda seguridad, es nacionalista o separatista sin disimulos. Y esos nacionalistas y separatistas sin disimulos son hoy, por ejemplo, los árbitros de la política española. Corrupción de la política y de la pobre y vapuleada “democracia”.
Mas, para poder funcionar son necesarias varios tipos de corrupción.
Como los partidos, con el dinero de las cuotas no tienen fondos ni para fabricar gorritas y banderines, se han de abastecer de los “dineros” ajenos, es decir, de los nuestros. Y como ellos son los que mandan, esta vez sin oposición alguna porque “la pela es la pela”, pactan ingentes capitales que hacen de la carrera política la más rentable. Ya se sabe, la mejor carrera es la de San Jerónimo… Y viene la caza corrupta de votos, de ahí, por ejemplo, las campañas para que los homosexuales exhibicionistas, los denominados “gays” (¿qué tendrán de alegres estos desgraciados?) les voten, cubriéndoles de subvenciones, pagándoles sus repugnantes charlotadas, sus sedes y sus tenidas; sus concesiones archimillonarias a los gobernantes de taifas nacionalistas o separatistas para que les apoyen en las votaciones; la permisiva legislación sobre los sindicatos amarillos para que no les impidan desde la calle seguir en el machito, cerrando los ojos de la justicia de forma definitiva ante las actuaciones sectarias de esas tropas, totalmente contrarias a derecho y hasta a la propia Constitución. Las izquierdas los corrompen para que les den su total apoyo, las derechas para que no les amarguen la calle. Ningún partido en el Poder se atreve a revisarle las cuentas a estos vividores de los Sindicatos de forma que pueden hacer con los gigantescos fondos lo que les venga en gana, entre ellos los suculentos sueldos a los vividores llamados “liberados”, sobre los que no hay una legislación que limite, de verdad, este abuso. Una corrupción, que merecería un tribunal de Nuremberg, es la que permite que un individuo del nivel moral e intelectual de Carod Rovira, pueda, no ya pactar con los etarras, no ya gastarse millones y millones en embajadas, viajes y “cinco tenedores”, sin control ni límite conocido, sino ejercer de árbitro de la política española, país al que odia y desprecia, echando a un rincón a un partido que multiplica por treinta el número de sus votantes.
Corrupción “democrática” es desconocer el voto de las abstenciones, dando pie a que en una elecciones en las que gracias a que uno de cada 10 españoles que haya votado a determinado partido, éste sea aceptado por ser “mayoría”. De ahí los resultados del bodrio del Estatuto catalán, que permite que un libelo antiespañol y contra la Constitución, por el que la inmensa mayoría de los catalanes habían mostrado un notable desinterés, se imponga “por ser el deseo mayoritario popular”.
La corrupción está también en la subvenciones a organizaciones afines y la de cortar el grifo a las adversarias. Un ejemplo sangrante es la Fundación Pablo Iglesias que recibe millones del Estado, del partido y hasta del Ayuntamiento de Madrid, el de Gallardón. Se le concede un palacio para su instalación, sus directivos viven como nababs (hay que ver la cara de comer langostinos que se le ha puesto a Alfonso Guerra), y los millonarios gastos inútiles, que pagamos todos, sirven entre otras cosas para que se editen las obras completas de Pablo Iglesias (12 tomos) o los discursos y escritos de Largo Caballero (8 tomos), auténticos ladrillos sólo aptos para estudiosos e investigadores, pero que son enviados a las alcaldías de las ciudades, pueblos y pueblecitos con alcaldes socialistas (alguno, como desde el que escribo, de menos de 100 habitantes) ¿Cuánto habrá costado esa edición? ¿Será por dinero?
Hay corrupción en la prensa, radio y televisiones afines, en el número desorbitado de asesores; en los sueldos, prebendas y bicocas de diputados, senadores, ministros, subsecretarios, presidentes, altos y menos altos cargos de Taifas; en esa impunidad taifa para el gasto público, con embajadas, aumento increíble del funcionariado, en cuchipandas electorales en cuanto uno mira para otro lado; hay corrupción en el control de las Cajas de Ahorro, de los Bancos…; hay corrupción en esa lucha feroz a mordiscos por las alcaldías que son fuente de dinero con las trapacerías urbanísticas…
Siendo el partido político la base de esta “democracia”, vemos que su objetivo es, en primer lugar el Poder por el Poder. Para ello vale todo. Si se está en el Poder, no hay que laborar por el bien del país, sino para que el Partido conserve las posaderas en la gran poltrona. De ahí los pactos “contra natura” que en nada nos benefician, pero que les permiten la golosa permanencia. Pero es que si está en la oposición, hay que conseguir a toda costa que el que manda fracase, y para ello, también vale todo. Los logros o triunfos del que está en el Poder son acogidos con disgusto por los opositores que prefieren segarle la hierba, aunque perjudique al país.
Sin corrupción, el chiriguito no funciona. Si cualquiera de estas corruptelas, contadas aquí de manera algo anárquica, no existiera, la “democracia” se vendría abajo.
No es que esta “democracia” se corrompa, no, es que sin corrupción no hay “democracia”.
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com