En
los últimos años nuestra sociedad occidental ha experimentado un
trascendental cambio, distanciándose aceleradamente de los esquemas
y principios fundamentales universalmente admitidos en los países
desarrollados desde tiempo inmemorial.
Una
sorprendente mutación, sin precedentes, impulsada por la
partitocracia dominante en las democracias, potenciada por los
medios de comunicación de masas a su servicio. Desde cotas
privilegiadas, dirigen y manipulan fácilmente a la opinión pública,
imponiendo maquiavélicamente normas, conductas, modas y nuevos
estilos de vida dudosamente aceptables.
Una
sociedad emergente carente de sólidos principios, que muestra
enfáticamente como signos de progreso lo que en realidad es un
incuestionable regreso a etapas pretéritas, que en su tiempo fueron
la causa del derrumbamiento de imperios y civilizaciones firmemente
consolidadas.
En
las últimas décadas se ha hipertrofiado exhaustivamente el estamento
político en nuestra patria. Aflora un nuevo profesional de la
política –muchos sin preparación académica suficiente– cuyo objetivo
prioritario es la permanencia en las distintas áreas de la función
pública, gozando de las prebendas que ello conlleva, sin intenciones
de reintegrarse en un plazo prudencial –salvo honrosas excepciones–
a su ocupación habitual en la vida ordinaria.
Suelen trabajar con mayor ímpetu de cara a los nuevos comicios, que
en la dirección del país. En este sentido, un parlamentario
moderado, como Duran Lleida, manifestaba recientemente en la
televisión, que la campaña electoral comienza al día siguiente de
las elecciones. A tenor de estas intenciones, nos preguntamos:
¿Cuánto tiempo dedican los representantes del pueblo al gobierno y
control nacional vocacionalmente?
En
una carta de Franco al general Emilio Mola Vidal, anterior al
Alzamiento, se expresaba en los siguientes términos: “Un político es
un hombre que trata de medrar en la vida pública, porque no ha sido
capaz de hacerlo en la vida privada”.
La
política no consiste en mandar o figurar, sino en hacer algo
positivo en beneficio del bien común, organizar la convivencia y
prosperidad de los ciudadanos, sin afán de protagonismo.
La
plétora gigantesca de empleados públicos en las diversas
administraciones del territorio nacional, supone un gasto
considerable para las arcas del Estado, insostenible, que precisa
reponerse con las aportaciones procedentes de los
impuestos –cada vez más gravosos– que paga el
contribuyente.
Santiago Ramón y Cajal siendo catedrático en Madrid de Anatomía
Patológica, con motivo de un modesto incremento en su nómina, dijo
“que no aceptaría el aumento si supiera que procedía del sudor de un
labrador”. Eran tiempos más románticos y menos materialistas.
Hoy
se dilapidan conscientemente importantes sumas del erario público en
obras innecesarias, frecuentes viajes pomposos, banquetes suntuosos
ante cualquier evento, propaganda escrita y mediática de
autocomplacencia plena de arrogancia sobre las presuntas meritorias
gestiones políticas, tratando de confundir a la opinión pública
inexperta en las materias que se abordan, sin opción a la crítica
sobre hechos ya consumados, ni el mínimo indicio de atrición por la
procedencia del dinero mal administrado, producto del trabajo de
nuestros compatriotas.
Actualmente, existen tributos en determinadas comunidades autónomas
–como Cataluña– de carácter confiscatorio, que suponen una
incuestionable penalización al ahorro conseguido con evidentes
esfuerzos y privaciones a lo largo de toda una vida de trabajo. Nos
referimos al impuesto de transmisiones patrimoniales, que dejan
exhaustos a muchos herederos legítimos. Algunos precisan empeñarse o
vender, para afrontar los pagos de índice expoliativo, si pretenden
recibir la parte alícuota de la herencia que le corresponde.
Naturalmente, siempre que se trate de consanguíneos directos bajo
disposición testamentaria. Entre hermanos, el porcentaje tributario
es del cincuenta por ciento.
Con
respecto a los herederos testamentarios no familiares del donante la
tasa impositiva es tan elevada que muchos de ellos no pueden aceptar
la herencia. Al carecer de recursos privados ni disponer de
préstamos bancarios suficientemente garantizados, se ven en la
situación arbitraria de tener que renunciar al legado en beneficio
de la Administración.
Nosotros hemos tenido la oportunidad de comprobar recientemente, un
caso real que le ocurrió a un matrimonio, antiguos pacientes
nuestros. Estaban al servicio de un señor de profesión liberal
–Procurador de los tribunales– que contrajo una enfermedad grave e
irreversible. De común acuerdo, decidieron trasladarse a su
domicilio para cuidarle con gran dedicación, esmero y cariño hasta
su fallecimiento. En prueba de agradecimiento por los servicios
prestados, les transfirió notarialmente el piso señorial en que
vivían y algunos pequeños enseres más. No pudieron recibir la
vivienda legada por la cuantiosa suma tributaria reclamada, quedando
inexorablemente en poder del ente recaudador. Del resto heredado de
menor cuantía percibieron un veinticinco por ciento.
Sobre las donaciones en vida, aunque la base impositiva sea más
baja, no son atractivas para el
donante. Además de desprenderse de un patrimonio honradamente
adquirido, debe asumir los gastos de cierta consideración, no
gratificantes, por su filantrópico desprendimiento.
Algunos de ellos, dispuestos a hacer el dispendio en la Notaría, al
conocer el baremo estatal aplicable a su cesión, desistieron en
último término de su altruismo. Argumentando, que quedo pobre y
encima tengo que pagar para regalar lo que es mío y además debo
rendir cuentas en la declaración de la renta, donde posiblemente me
reclamarán nuevos tributos. ¡Sorprendente sistema impositivo
democrático!
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Determinados progresistas radicales, han manifestado a través de la
prensa, que las herencias debieran pasar directamente al Estado
central o autonómico, al fallecimiento del propietario. Los
herederos legítimos, que se abran camino de nuevo por su cuenta, y
si pretenden conseguir un patrimonio
con trabajo, privaciones y sacrificio, cuando les llegue el final de
su vida terrenal contribuirán a aumentar las arcas del Estado.
Así
intentan fomentar el ahorro y el verdadero progreso que predican
estos ignaros.
Acción revolucionaria, consistente en la destrucción del aparato del
estado burgués y el establecimiento de la dictadura del
proletariado, como fase premonitoria de la instauración de la
sociedad comunista, sin clases ni Estado.
Se
cuestiona políticamente con reticencia el modelo educativo
tradicional que ha demostrado su eficacia a través de los resultados
académicos pretéritos. Existe una tendencia incontenible entre los
políticos de turno, ajenos científica y experimentalmente al mundo
de la docencia, al cambio por el cambio, sin planteamientos serios
justificables. Lo importante es denostar el pasado. No intuyen que
estos experimentos oportunistas carentes de sólidos criterios
deriven en efectos catastróficos entre el alumnado, saliendo cada
vez más deficientemente preparados y con escasa proyección de
futuro.
El
cambio de un plan de estudios –como actualmente se
insinúa– no es una bagatela caprichosa en manos inexpertas.
Es un proceso serio, constructivo y edificante potestativo del
estamento docente más cualificado, escogiendo a los profesores
nacionales más destacados de la enseñanza primaria, media y
superior, que sobresalgan por sus profundos conocimientos
científicos y humanísticos. Personalidades ilustres, honestas,
apolíticas, en los que predominen la vocación formativa sobre el
utilitarismo, quienes tras las deliberaciones académicas pertinentes
y mutuos consensos, puedan elaborar una positiva ley de educación,
sin mácula alguna, capaz de formar expertos, honrados y sabios
profesionales.
Hoy
existe un indudable malestar en los institutos de enseñanza media,
como consecuencia de la errónea política establecida por los
responsables gubernamentalmente de la misma, en la que predomina el
factor económico. Queda en segundo término la formación que reciben
las últimas generaciones.
El
profesorado mayor de 55 años está seriamente contrariado por el
trato laboral discriminatorio que recibe, al propio tiempo que se
desaprovecha un potencial laboral con mayor capacidad y experiencia.
Por fin se ha consumado el despropósito demencial, aprobando en
Cataluña una Ley de Educación radical, aplaudida con fervor e
histerismo por una minoría insignificante, ajena al pensamiento del
electorado mayoritario. No resuelve ninguno de los graves problemas
estructurales pendientes que afectan a la educación en el
Principado. Sólo sirve para autosatisfacer la delirante obsesión
autonomista de ciertos políticos, especializados en la exclusión y
eliminación de todo aquello que tenga connotaciones españolas,
empezando por la lengua común que hablan y conocen todos los
hispanos. Un artilugio político más para imponer maquiavélicamente
el ideario de unos iluminados minoritarios, al que ya estamos
acostumbrados en esta singular democracia, autoritariamente
dirigida.
Uno
de los problemas más serios de esta sociedad moderna tan ávida de
importar modelos y costumbres foráneos, como signo de progreso, es
la banalización, trivialización y promiscuidad del sexo
irresponsablemente. Un producto más del mercado que venden con
ligereza e insolencia los medios de comunicación. Se exaltan
públicamente con impudicia, al propio tiempo que se difunden las
patologías contra natura –dignas decomprensión y respeto por
tratarse de afecciones no deseadas que producen desviación del
instinto sexual– pero sin hacer banderías ni apologismo de los
mismos, que pueden prestarse a confusión entre sectores sociales mal
informados, inculcándoles, que la alteración en sus anómalas
inclinaciones, son tendencias completamente normales exentas de
patología neuroendocrina, pudiendo condicionar ulteriores
desviaciones en personas con óptima salud carentes de base
científica justificable.
Otra cuestión importante en las tres últimas décadas a la que no se
presta la atención debida por las administraciones democráticas, es
la extensión y propagación alarmante de la droga, especialmente
entre la juventud, sin que se apliquen con rigor medidas preventivas
ni coercitivas para que estos tóxicos entren en los colegios,
institutos y universidades, originando la drogadicción cada vez más
frecuente y difícil de erradicar. Uso indebido de la libertad que
tanto se preconiza desde las altas esferas, que deteriora a la
adolescencia y juventud, cuando no han alcanzado la madurez total,
ocasionando gravísimos problemas a sus familiares más directos.
Otro asunto digno de debate constructivo, es el alcoholismo
bochornoso y degradante juvenil los fines de semana. Costumbre ya
arraigada desde hace años en las grandes capitales y ciudades de
provincias. A partir del viernes por la noche, como hemos tenido
oportunidad de comprobar en viajes profesionales, al retirarnos al
Hotel para el descanso. Calles céntricas, de Madrid, Oviedo,
Barcelona, etc. inundadas de botellas vacías, latas y otros
desperdicios. Los adolescentes de ambos sexos sentados o estirados
en el suelo, embriagados y el alboroto consiguiente con el visto
bueno de la autoridad, que no ha hecho el gesto para conseguir la
supresión radical en beneficio del ciudadano, su salud física y
mental.
Se
ha deteriorado progresivamente el concepto tradicional de la
familia, fruto de una libertad adulterada derivada en libertinaje.
Tolerada y admitida como hecho consumado e irremediable, ante el
tácito consentimiento paterno, carente de autoridad suficiente para
convencer e imponer el verdadero criterio tradicional. Desbordados
por las nuevas tendencias invasoras que se han infiltrado entre las
filas de la juventud, socavando unos principios inmanentes en
desdoro de su presente y futuro, como estamos comprobando
prematuramente en múltiples casos, quedan absortos e indefensos ante
la evidencia de un serio problema que no se cercenó a su debido
tiempo.
La
mutación social aludida nos ha importado modas foráneas en la forma
habitual de vestir, exóticas y chabacanas, antípodas de la
elegancia, finura y distinción, que en el siglo precedente había
caracterizado a la sociedad. Prendas informales que usan ambos sexos
indistintamente, oriundas de China y países caribeños, como los
pantalones de tres cuartos que terminan debajo de las rodillas con
unas cintas laterales de la misma ropa, varios bolsillos laterales
bajos, que se suelen denominar piratas. Las cinturas femeninas al
descubierto, mostrando el ombligo y la parte superior de la ropa
interior y la espalda, incluso en pleno invierno. Los pantalones
masculinos sin sujeción con tendencia a deslizarse con los
movimientos.
Las
blusas o camisas femeninas, cortas o largas, exhibiendo escotes
excesivamente generosos.
Costumbre arraigada en las grandes ciudades industriales impulsada
por la propaganda comercial a través de los medios de comunicación,
ya generalizada.
Cuando una persona viste formalmente es observada como retrógrada
–como si estuviéramos en el campo o la playa–, se piensa tal vez que
asiste a un acontecimiento social. Únicos actos en los que el
público suele acicalarse seriamente, o en los trabajos
administrativos que todavía observan las normas tradicionales.
El
veterano y célebre actor Arturo Fernández, que siempre viste con
señorío, opina sobre el tema que abordamos: “No es una moda, es una
falta de educación. Esto es lo que trae la izquierda. Se han
deteriorado los principios y vulgarizado la escala de valores, desde
el respeto al profesor a la forma de vestir”.
En
hoteles de cinco estrellas y en visitas al Museo del Prado, hemos
observado a muchos turistas y algunos autóctonos, vistiendo de la
misma manera como si fueran a darse un chapuzón en Torremolinos.
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