Bajo el plomo frío del cielo serrano
languidecen muchas esperanzas, como murieron otras bajo el no menos
frío plomo de unas balas traidoras en Alicante. Los que perdieron
la esperanza porque nunca la tuvieron disfrutan ahora el inmerecido
salario de la traición, pago de treinta argénteas monedas,
para quienes dijeron ser fieles hasta la muerte, y tras la muerte,
lo abandonaron. Allá ellos, los que nos juzgan para no recordar que
su suerte debería pender de su propio cinto bajo una higuera. Más
les valdría eso…
Otro año más para
acompañar en su debilidad postrera a los capitanes mudos, al joven
y arrebatado César, como al forjador de cuatro décadas. Forman
guardia muda y celestial una cohorte de arcángeles, terribles,
entre quienes se halla Aquel cuyo índice nos hace guardar silencio
ante los túmulos. Su voz sin palabras nos repite “Él arrojará
sobre ellos su misma perversidad, y con su misma malicia los
aniquilará, los aniquilará Yavé, nuestro Dios”. Mas no es el
tiempo maduro, ni la estación propicia…
Una sucia miríada
de acomplejados, de traidores cetrinos, factores de la venganza,
cobardes asesinos de guerreros muertos tiempo ha. Una canalla
orgullosa, hinchada de fatuidad, nauseabunda, ungida de sarcasmo,
igual a la emporcada banda de chacales que festejan ante la carne
muerta pasajero triunfo…
Aún los impíos
velan en este tiempo de escarcha y soledad. Con sus
mentiras han doblegado a los hijos del pueblo para sus
banquetes y excesos. Han cernido a miles, como se cerne al trigo,
para dejar un puñado inexpugnable y solo, como una frágil gavilla
de flechas rotas, cubiertas no de sangre, sino de la roja herrumbre
del desuso.
Lejos de tiempos
heroicos, esta tarde triste también se cubre de un velo de valor
para quienes no reniegan. Desde un lugar de privilegio en el
firmamento, aquellos miles que entregaron su vida en testimonio de
sangre nos lo recuerdan desde los altares. También los que siguen
en la perpetua guardia de los luceros, caídos en un campo,
torturados en una mazmorra, o exánimes en una vejez ya terminada.
Es lo que nos queda para arroparnos en la intemperie; no la del
viejo Risco, amasada por Dios en edades ignotas, sino la de los
propios hombres, que hoy nos persiguen.
Más de tres
décadas y a la intemperie con los huesos ateridos y el helor en el
alma. No basta, todavía quedan muchos años para que dejen de
escupirnos a la cara.
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Francisco
Franco, ¿ Alcalde Perpetuo de Avilés?, por
Ángel Garralda.
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20N
Plaza de Oriente, por Miguel Menéndez.
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20N-2007,
por José Luis Muñoz.
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Más
de tres décadas, por F.
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Acotaciones
a un testamento, por Rafael C.
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Admiradores
de Franco. Siglo XXI, por Francisco Avalon.
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"No
olvidéis que los enemigos de España están
alerta", por Miguel Ángel Lacoma.
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José
Antonio, 71 años después, por Rafael Moreno.
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Recuerdo
a Franco, Caudillo de España, por Isabel Bermúdez.
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Dos
figuras excepcionales, por Pablo Gasco.
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Francisco
Franco: entre el odio y la ingratitud, por Ricardo
Pardo.
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