Más de tres décadas a la intemperie.
Por
F de "La Tribuna Española", en una tarde triste del 17/11/2007.
Bajo el plomo frío del cielo serrano languidecen muchas esperanzas, como murieron otras bajo el no menos frío plomo de unas balas traidoras en Alicante. Los que perdieron la esperanza porque nunca la tuvieron disfrutan ahora el inmerecido salario de la traición, pago de treinta argénteas monedas, para quienes dijeron ser fieles hasta la muerte, y tras la muerte, lo abandonaron. Allá ellos, los que nos juzgan para no recordar que su suerte debería pender de su propio cinto bajo una higuera. Más les valdría eso…
Otro año más para acompañar en su debilidad postrera a los capitanes mudos, al joven y arrebatado César, como al forjador de cuatro décadas. Forman guardia muda y celestial una cohorte de arcángeles, terribles, entre quienes se halla Aquel cuyo índice nos hace guardar silencio ante los túmulos. Su voz sin palabras nos repite “Él arrojará sobre ellos su misma perversidad, y con su misma malicia los aniquilará, los aniquilará Yavé, nuestro Dios”. Mas no es el tiempo maduro, ni la estación propicia…
Una sucia miríada de acomplejados, de traidores cetrinos, factores de la venganza, cobardes asesinos de guerreros muertos tiempo ha. Una canalla orgullosa, hinchada de fatuidad, nauseabunda, ungida de sarcasmo, igual a la emporcada banda de chacales que festejan ante la carne muerta pasajero triunfo…
Aún los impíos velan en este tiempo de escarcha y soledad. Con sus mentiras han doblegado a los hijos del pueblo para sus banquetes y excesos. Han cernido a miles, como se cerne al trigo, para dejar un puñado inexpugnable y solo, como una frágil gavilla de flechas rotas, cubiertas no de sangre, sino de la roja herrumbre del desuso.
Lejos de tiempos heroicos, esta tarde triste también se cubre de un velo de valor para quienes no reniegan. Desde un lugar de privilegio en el firmamento, aquellos miles que entregaron su vida en testimonio de sangre nos lo recuerdan desde los altares. También los que siguen en la perpetua guardia de los luceros, caídos en un campo, torturados en una mazmorra, o exánimes en una vejez ya terminada. Es lo que nos queda para arroparnos en la intemperie; no la del viejo Risco, amasada por Dios en edades ignotas, sino la de los propios hombres, que hoy nos persiguen.
Más de tres décadas y a la
intemperie con los huesos ateridos y el helor en el alma. No basta, todavía
quedan muchos años para que dejen de escupirnos a la cara.
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com