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Actualizada: 22 de Julio de 2.007.  

 
 
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 18 de Julio, 71 aniversario del Alzamiento.

De la Tradición a la Salvación.

 

Por Almirante. 


La Historia siempre ha padecido el acoso obsesivo de los líderes del momento, de los vencedores del instante. Se afanan los prohombres de moda, como costureras ambiciosas, en la labor de tejer los hechos que reposan en el tiempo con hilos esclavos de agujas de diseño guiados por manos de artrosis tendenciosa. Suele pasar que el hilo no resiste mucho, la Historia se revela, el corsé explota y se han de utilizar sogas o incluso cadenas que ambicionan arrastrar la complejidad del pasado hacia las regiones simplísimas de sus cerebros. Y se etiqueta el secuestro bajo conceptos aspirantes a “sentido universal” no siendo otra cosa que disfraces mezquinos del interés particular.

Nuestros nuevos líderes, humanos llenos de “luz”, con poca paciencia y menos talento para hilvanar el Sentido de la Historia, para seducirla, cantan a menudo la estrofa que aprendieron en su rebeldía tardoadolescente y pija: “Del pasado haremos añicos”. Y es, en verdad, un método realmente práctico de crueldad hiperactiva que modela y forja la Historia a partir de su destrucción apelando a lo imposible, a la ficción del “hubiera-podido-haber-sido-y-no-fue”. Se visitan así los campos de las derrotas y se empieza a “crear” a partir del oficio del saqueo, desvalijo de cadáveres dejando a los instintos e imaginación reconstruir el resto entre risas y rencores.

En este viaje se trata tanto de destruir como de crear. Destruir lo existente, y crear lo ficticio. Destrozar las vías que nos han transportado hasta aquí, la Patria, España, ese útero caliente que se forja en el tiempo y que nos ha dado la vida haciéndonos salir del mismo sexo. Naciéndonos por tanto hermanos, es decir iguales en derechos y diferentes en rarezas. 

Pero en este nuevo programa histórico de inseminación artificial, de renacimiento por laboratorio por los doctores de la razón, se hace imprescindible el olvido, la ignorancia de los hechos. De la reflexión se pasa a la introspección y se nos transporta hacia el origen de las sabidurías, al pantano burbujeante del paganismo para ofrecernos pócimas de eterna juventud y amor libre en la selva bendita y no muy virgen de los mitos. Beber de nuevo los manjares del “eterno conocimiento” que provocará sin duda una “eterna juventud” y nos hará saltar raudos por el camino de Oz, senda efervescente, que desemboca en ese campo de amapolas rojo alucinógeno que se llama Utopía.

Y todo será maravilloso y guay, universal, lleno de fraternidades que forman parte de un multi-todo de diseño y marca. Y se nos vende la idea en el mercado fabuloso, entre vendedores de humo con chistera, porque ya todo es mercado, todo tiene un precio y las leyes infalibles de oferta y demanda se enmarcan en un cuadro convenientemente asimétrico, inelástico con tics liberadores.

Pero sigue amaneciendo, y el día a día pasa su regular factura. El presente exacto, ese tiempo que pulula entre la Historia y el Proyecto, aparece cada mañana cual notario triste mostrando lúcido que en la fiesta revolucionaria hay sacrificio de bebés, abuelos exiliados a esos campos de concentración de la tristeza, familias destrozadas, jóvenes acabados antes de abandonar la adolescencia… Y nos vemos todos alienados, enemigos en casa, extraños entre nosotros, desconocidos, libres con manos atadas y manos temblorosas por síndromes de abstinencia.

Hace tiempo se utilizaba la Verdad para frenar delirios. Pero la Verdad, como todos los conceptos incómodos, reguladores, insobornables, ya no existe en los tiempos modernos. Las cosas ya no “son”, las cosas “se hacen”. Y así el humano descubrió hace unos siglos que la verdad se puede modelar entre nuestras manos y darla imagen y semejanza de nuestras vísceras, rencores, manías. La Verdad se reprodujo en verdades y se olvidó aquella restricción que perfilaba, que pulía nuestras dulces neuronas para dirigir la inteligencia hacia el encuentro del Sentido.

Si, matando a la Verdad, mataron el Sentido. Y de ahí a la Unidad, y volvimos a la alienación del origen, a la división, a la muerte de los tiempos y a poblar el mundo de demonios interiores. Ni Historia ni Futuro, ni Vida Eterna. Es todo una inmediatez alucinógena de sensaciones en el reino del presente inmediato.

Y tal día como hoy, desde mi celda, vuelvo la vista hacia la última generación de España que se negó a la destrucción y fueron capaces de establecer los puentes que nos hacen seguir viviendo. La generación que se envolvió bajo el manto de la bandera y de la cruz, y eligieron vivir en-la-Historia defendiéndose de leyendas criminales. No quisieron dejarse morir por cuentos de hadas, nanas suicidas,  mientras les acuchillaban en la oscuridad temblorosa de las noches largas.

Y volvieron a rehacer, una vez más, como siempre, las vías formidables que liberan la Historia, que la dejan respirar, seguir haciéndose. Volvieron al desierto que lleva a la tierra Prometida, a la Patria siempre incompleta, nunca acabada, amada siempre.

Y desde allí añorar la vida Eterna, el ensanche de la Vida, del Amor, para que en la Unidad y el sacrificio se pueda recorrer juntos el hermoso espacio ilimitado que va desde la Tradición hasta la Salvación.


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.007. - España -

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