Inhibición
política del ciudadano.
Por Dr. Manuel
Clemente Cera.
Recientemente han tenido lugar en nuestra
patria dos confrontaciones electorales autonómicas en heterogéneas
comunidades, cuyos criterios y aspiraciones de autogobierno difieren
esencialmente. En el breve intervalo de unos meses, ambos comicios
se han caracterizado por un estrepitoso fracaso en cuanto al
índice de participación ciudadana censada. Aproximadamente, sólo
acudió a las urnas un tercio del electorado.
Los partidos políticos,
verdaderos generadores e impulsores de este tipo de elecciones, en
estas coyunturas se han sentido totalmente defraudados, desde su
perspectiva, al conocer tan mediocres resultados. No sorprendieron
al pueblo que declinó conscientemente la invitación a las
urnas.
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Como era de esperar
tras el adverso desenlace, las diversas formaciones políticas,
reacias a admitir personalmente las causas del desastre, tratan de
inculpar al adversario del naufragio.
El verdadero
fundamento de tan notoria crisis plebiscitaria es el
aburrimiento y cansancio del pueblo, hastiado de acudir democráticamente
disciplinado a las urnas, donde se ventilan cuestiones ajenas a
sus aspiraciones y necesidades más apremiantes.
La clase política
situada en el Olimpo, absorta en conceptos antediluvianos de difícil
traducción práctica en nuestros días, se distancia cada vez más
de los problemas y dificultades del pueblo, que requieren plena
dedicación, estudio sistemático y soluciones rápidas.
El Gobierno y
los parlamentarios democráticamente elegidos, tanto los
centrales como los periféricos, suelen agotar sus legislaturas
sin resultados destacados dignos de recordar en el futuro. Su tránsito
por la Administración globalmente es desfavorable para los
intereses nacionales.
El curso de la
última legislatura se caracteriza por enfrentamientos dialécticos
virulentos y mutuas descalificaciones diarias entre
parlamentarios de distinto signo, tanto en la Cámara Alta como
en el Senado y en los medios de comunicación de masas. Se
abordan proyectos inconsistentes y resbaladizos que suscitan
crispación y desinterés en el oyente, por no sentirse apoyado
ni identificado con la trayectoria que siguen sus presuntos
representantes.
Se hurga
obstinadamente en un
pasado remoto del que apenas quedan supervivientes, tratando de
exhumar vetustos rencores cainitas con ánimo de provocación.
Persiste la patológica apología de las autonomías ante la
evidente apatía del ciudadano común, al propio tiempo que se
insiste en irresponsables intentos de fragmentación del
territorio peninsular. Pretensiones ilusas, incoherentes e
inviables en el siglo XXI. Utopías teorizantes aptas únicamente
para la retórica demagógica habitual, generando desconcierto y
alimentando indirectamente las causas de la pandemia que asola a
España.
Se
intuye una simbiosis político-periodística preconcebida para
desviar al pueblo de sus verdaderos problemas, con disertaciones
progresistas evanescentes.
España
precisa proyectos de futuro positivos realizables a corto plazo,
especialmente en las áreas prioritarias para las necesidades
del ciudadano.
Urge
recuperar la estabilidad en el trabajo mediante contratos
razonables. Seguridad ciudadana, cada vez más precaria y
violenta. Debe eliminarse la mendicidad callejera que inunda las
grandes ciudades, ante la atonía de los gobernantes de un país
moderno, europeo y presuntamente democrático, que recauda
impuestos onerosos del contribuyente. No se recuerda una plaga
similar de esta naturaleza en la etapa predemocrática. En la década
de los setenta, en un viaje profesional a Lisboa, nos llamó
extraordinariamente la atención, la pléyade de mendigos en el
pórtico de las iglesias -tras
la revolución de los claveles-
exhibición anecdótica que desconocíamos en la denostada España
de la autarquía.
Urge
una política hidráulica nacional, ajena a los partidismos,
paralela a la que adoptaron los regímenes autoritarios del
siglo XX. Deben construirse sin dilación nuevos embalses,
puesto que los existentes son insuficientes ante el incremento
de la demanda de agua y evitando que se pierdan en el mar los
excedentes fluviales primaverales, que ocasionalmente obligan a
abrir las compuertas de los pantanos.
La
educación es uno de los temas fundamentales que requieren
especial atención. Debe ocuparse de la misma el estamento
docente académicamente más cualificado, evitando
interferencias políticas electoralistas, que suelen modificar
periódicamente los planes de enseñanza media y elemental, en
detrimento del alumnado cada vez menos preparado culturalmente.
La Sanidad pública científicamente
reconocida y valorada internacionalmente en el ámbito
hospitalario, debe ser gestionada y dirigida por los
facultativos, únicos profesionales preparados y expertos para
adoptar las decisiones más importantes en beneficio de los
pacientes. Numerosas dificultades burocráticas que ensombrecen
la buena marcha del sistema público de salud se desvanecerían,
evitando divergencias innecesarias entre gerentes
administrativos y profesionales de la medicina.
Por
último, debemos subrayar la apremiante necesidad de investigación.
Es incuestionable que se debe estimular, incentivar y apoyar
desde la administración gubernamental al investigador, dedicándose
al estudio de determinadas áreas de la patología ancladas en
el medioevo -como
la psiquiatría-
a las que no se dedican los recursos necesarios.
En
resolver estas someras premisas expuestas, deben dedicar los
gobiernos de turno los máximos esfuerzos, sustrayendo de la
protección oficial frivolidades y utopías en beneficio de la
ciencia.
Las
cosas bien hechas con honestidad, proporcionan satisfacción y
paz interior, por insignificantes que sean, pensando en el bien
común de nuestros semejantes, especialmente en los más
desfavorecidos.
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