Inhibición política del ciudadano.
Por
Dr. Manuel Clemente Cera.
13/04/2007.
Recientemente
han tenido lugar en nuestra patria dos confrontaciones electorales autonómicas
en heterogéneas comunidades, cuyos criterios y aspiraciones de autogobierno
difieren esencialmente. En el breve intervalo de unos meses, ambos comicios
se han caracterizado por un
estrepitoso fracaso en cuanto al índice de participación ciudadana censada.
Aproximadamente, sólo acudió a las urnas un tercio del electorado.
Los
partidos políticos, verdaderos generadores e impulsores de este tipo de
elecciones, en estas coyunturas se han sentido totalmente defraudados, desde su
perspectiva, al conocer tan mediocres resultados. No sorprendieron al pueblo que
declinó conscientemente la invitación a las
urnas.
Como
era de esperar tras el adverso desenlace, las diversas formaciones políticas,
reacias a admitir personalmente las causas del desastre, tratan de inculpar al
adversario del naufragio.
El
verdadero fundamento de tan notoria crisis plebiscitaria es el aburrimiento y
cansancio del pueblo, hastiado de acudir democráticamente disciplinado a las
urnas, donde se ventilan cuestiones ajenas a sus aspiraciones y necesidades más
apremiantes.
La
clase política situada en el Olimpo, absorta en conceptos antediluvianos de difícil
traducción práctica en nuestros días, se distancia cada vez más de los
problemas y dificultades del pueblo, que requieren plena dedicación, estudio
sistemático y soluciones rápidas.
El
Gobierno y los parlamentarios democráticamente elegidos, tanto los centrales
como los periféricos, suelen agotar sus legislaturas sin resultados destacados
dignos de recordar en el futuro. Su tránsito por la Administración globalmente
es desfavorable para los intereses nacionales.
El
curso de la última legislatura se caracteriza por enfrentamientos dialécticos
virulentos y mutuas descalificaciones diarias entre parlamentarios de distinto
signo, tanto en la Cámara Alta como en el Senado y en los medios de comunicación
de masas. Se abordan proyectos inconsistentes y resbaladizos que suscitan
crispación y desinterés en el oyente, por no sentirse apoyado ni identificado
con la trayectoria que siguen sus presuntos representantes.
Se
hurga
obstinadamente
en un pasado remoto del que apenas quedan supervivientes, tratando de exhumar
vetustos rencores cainitas con ánimo de provocación. Persiste la patológica
apología de las autonomías ante la evidente apatía del ciudadano común, al
propio tiempo que se insiste en irresponsables intentos de fragmentación del
territorio peninsular. Pretensiones ilusas, incoherentes e inviables en el siglo
XXI. Utopías teorizantes aptas únicamente para la retórica demagógica
habitual, generando desconcierto y alimentando indirectamente las causas de la
pandemia que asola a España.
Se
intuye una simbiosis político-periodística preconcebida para desviar al pueblo
de sus verdaderos problemas, con disertaciones progresistas evanescentes.
España
precisa proyectos de futuro positivos realizables a corto plazo, especialmente
en las áreas prioritarias para las necesidades
del
ciudadano.
Urge
recuperar la estabilidad en el trabajo mediante contratos razonables. Seguridad
ciudadana, cada vez más precaria y violenta. Debe eliminarse la mendicidad
callejera que inunda las grandes ciudades, ante la atonía de los gobernantes de
un país moderno, europeo y presuntamente democrático, que recauda impuestos
onerosos del contribuyente. No se recuerda una plaga similar de esta naturaleza
en la etapa predemocrática. En la década de los setenta, en un viaje
profesional a Lisboa, nos llamó extraordinariamente la atención, la pléyade
de mendigos en el pórtico de las iglesias -tras
la revolución de los claveles-
exhibición anecdótica que desconocíamos en la denostada España de la autarquía.
Urge
una política hidráulica nacional, ajena a los partidismos, paralela a la que
adoptaron los regímenes autoritarios del siglo XX. Deben construirse sin dilación
nuevos embalses, puesto que los existentes son insuficientes ante el incremento
de la demanda de agua y evitando que se pierdan en el mar los excedentes
fluviales primaverales, que ocasionalmente obligan a abrir las compuertas de los
pantanos.
La
educación es uno de los temas fundamentales que requieren especial atención.
Debe ocuparse de la misma el estamento docente académicamente más cualificado,
evitando interferencias políticas electoralistas, que suelen modificar periódicamente
los planes de enseñanza media y elemental, en detrimento del alumnado cada vez
menos preparado culturalmente.
La
Sanidad pública científicamente reconocida y valorada internacionalmente en el
ámbito hospitalario, debe ser gestionada y dirigida por los facultativos, únicos
profesionales preparados y expertos para adoptar las decisiones más importantes
en beneficio de los pacientes. Numerosas dificultades burocráticas que
ensombrecen la buena marcha del sistema público de salud se desvanecerían,
evitando divergencias innecesarias entre gerentes administrativos y
profesionales de la medicina.
Por
último, debemos subrayar la apremiante necesidad de investigación. Es
incuestionable que se debe estimular, incentivar y apoyar desde la administración
gubernamental al investigador, dedicándose al estudio de determinadas áreas de
la patología ancladas en el medioevo -como
la psiquiatría-
a las que no se dedican los recursos necesarios.
En
resolver estas someras premisas expuestas, deben dedicar los gobiernos de turno
los máximos esfuerzos, sustrayendo de la protección oficial frivolidades y
utopías en beneficio de la ciencia.
Las
cosas bien hechas con honestidad, proporcionan satisfacción y paz interior, por
insignificantes que sean, pensando en el bien común de nuestros semejantes,
especialmente en los más desfavorecidos.
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com