COMPANYS

Por Pío Moa.

Aun con sus errores y responsabilidades en la guerra civil,  Azaña era, con diferencia, el más inteligente de los políticos republicanos de los años 30. Sus decepcionadas observaciones sobre sus correligionarios podrían sintetizarse en frases como éstas: “gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta”; o, más amargamente,  “Muchas torpezas y mezquindad,  y ningunos hombres con grandeza y capacidad suficientes… ¿Tendremos que resignarnos a que España caiga en una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta?”. En tales quejas incluía, desde luego, a Companys, a quien dedica expresiones no muy laudatorias: “un iluminado, seguro de su fuerza, del porvenir, engreído”, con la cabeza llena de tópicos insustanciales, de un “exaltado nacionalismo” de ocasión,  etc.

En estas frases Azaña aludía al Companys de 1934, el que preparaba la guerra civil. Había surgido un conflicto entre los nacionalistas catalanes de la Esquerra y los de derecha,  en torno a una ley de contratos de cultivo. Los catalanistas de derecha habían presionado para que la ley fuera sometida al Tribunal de Garantías Constitucionales. El débil gobierno de Madrid, de muy mala gana y sin oposición de la Esquerra,  lo hizo, y el tribunal falló en contra de dicha ley. El gobierno  indicó a la Generalidad que bastarían unas nimias correcciones de pura forma para que la ley se aprobara sin dar tiempo a nuevos recursos.

Pero Companys  no quiso ni oír hablar de alterar una coma y se rebeló contra la decisión del tribunal, equivalente al Constitucional de ahora. Ante el Parlament declaró: “La política de conciliación nos está dando malos resultados…Me han llenado de estupor unas declaraciones  del señor Samper lanzando la sugerencia de que tal vez, si se modificaran algunos aspectos (de la ley) podría haber un plano de avenencia, palabra que en este problema  nos cubre por sí sola de vergüenza”. Aseguró que en otras ocasiones los catalanes habían sido injuriados y no habían replicado con la necesaria violencia, pero ahora sería diferente, pues de otro modo, “¡Oh amigos!, si eso sucediese y yo tuviera  la desgracia de quedar con vida, me envolvería en mi desprecio y  me retiraría a mi casa  para ocultar mi vergüenza  como hombre y el dolor de haber perdido  la fe en los destinos de la Patria”. Y esto no fue más que el comienzo de una agitación belicosa e in crescendo contra las instituciones democráticas durante todo aquel verano.

Cuando todo acabó de forma no muy gloriosa el 6 de octubre, Companys pretendió ante el sorprendido fiscal que sus arengas del verano habían sido “muy moderadas”. El fiscal comentó: “Primero, ¿qué concepto tendrá el señor Companys de la falta de moderación?  Segundo, si el fascismo, según nos dijo ayer, se caracteriza por discursos heroicos, por amenazas de violencia, ¿quién no diría  que el Sr. Companys, cuando pronunciaba este discurso, era fascista?  Tercero, con razón se dice que los hombres estamos más dispuestos a matar o a hacer matar que a morir por nuestros ideales”.

Companys no se había limitado a las palabras. Había utilizado dolosamente los instrumentos que la legalidad ponía en sus manos para organizar la insurrección, preparar y armar milicias, depurar las fuerzas de orden público (que por el estatuto dependían de él), infiltrar el ejército e impedir al gobierno la búsqueda de depósitos de armas socialistas en Cataluña ( pues el PSOE también preparaba,  activa y textualmente, la guerra civil).

¿Cuál era la causa de estas reacciones en apariencia alucinadas a una sentencia de los tribunales?  Lo explica honradamente Amadeu Hurtado, jurista cercano a la Esquerra y enlace entre la Generalidad y el gobierno: “Supe que a la sombra de aquella situación confusa, la Ley de Contratos de Cultivo era un simple pretexto para alzar un movimiento insurreccional contra la República, porque desde las elecciones de noviembre anterior no la gobernaban las izquierdas”.

Y ahí estaba, en efecto, el secreto de una agitación realmente salvaje. En noviembre de 1933 el centro derecha  había ganado las elecciones por amplia mayoría, ante lo cual la Esquerra se declaró “en pie de guerra” contra el gobierno democrático, mientras el PSOE preparaba la insurrección armada para implantar un régimen de tipo soviético.  Hoy  estos hechos  pueden considerarse firme y documentalmente  probados, y decir que Companys fue uno de los principales responsables de la guerra civil corresponde estrictamente a la realidad histórica,  no es hacer una frase demagógica o arbitraria.

También por entonces  había explicado Companys a Azaña  la teoría de la “democracia expeditiva”,  que, señala el segundo, sólo podía traducirse al lenguaje normal como “despotismo demagógico”. Resalta aquí el fino olfato de Azaña tanto como su escaso sentido autocrítico. pues también él había reaccionado al triunfo de la derecha en 1933 con dos intentos de golpe de estado, y había estado más cerca de la rebelión de Companys de lo que admitirá a posteriori.

El testimonio de Azaña sobre Companys  se vuelve aún más duro al referirse a la reanudación de la guerra en 1936, y la connivencia de la Esquerra con los anarquistas en el saqueo del estado: “Su deber (de Companys)  más estricto, moral y legal, de lealtad política e incluso personal, era haber conservado para el Estado, desde julio acá, los servicios, instalaciones y bienes que le pertenecían en Cataluña. Se ha hecho lo contrario. Desde usurparme (y al Gobierno de la República, con quien lo comparto) el derecho de indulto, para abajo, no se han privado de ninguna invasión de funciones. Asaltaron la frontera, las aduanas, el Banco de España, Montjuich, los cuarteles, el parque, la telefónica, la CAMPSA, el  puerto, las minas de potasa… ¡Para qué enumerar! Crearon la Consejería de Defensa, se pusieron a dirigir la guerra, que  fue un modo de impedirla, quisieron conquistar Aragón,  decretaron la insensata expedición a Baleares para construir la Gran Cataluña…”.

Companys, en compañía y rivalidad simultánea con la CNT-FAI, presidió la época de mayores crímenes,  expolios y desorden que haya conocido Cataluña en  época contemporánea. Fue nula su lealtad al Frente Popular, como en 1934 a la república,  y los diarios de Azaña, entre otros muchos documentos, dan de él un retrato que en nada coincide con el que quieren ahora presentarnos sus nostálgicos explotando la sentimentalidad por su trágico fin.

Su ejecución, que él afrontó con dignidad, como otros muchos en la derecha y la izquierda,  fue un acto  brutal, como todos los fusilamientos, máxime teniendo en cuenta que el franquismo debía agradecerle las  deslealtades y divisiones introducidas por su partido en el Frente Popular. Pero debemos tener en cuenta las circunstancias: ¿Qué hubieran hecho con Franco sus enemigos de haberle capturado? ¿Qué hizo Companys por salvar a Goded? ¿O a tantas víctimas del terror en aquellos años? Las guerras desatan las pasiones, y no cabe dudar, insisto de la responsabilidad del líder de la Esquerra en su desencadenamiento.

Naturalmente, cada cual puede admirar  a quien le dé la gana, pero no en nombre de lo que le dé la gana.  Homenajear oficialmente a Companys  en nombre de la democracia  significa degradar profundamente la idea misma de ella, y quienes lo hacen, se retratan. Asistimos al intento de la llamada “Segunda Transición”. La primera nos trajo la democracia. La segunda, si triunfa, traerá otra cosa: quizá la “democracia expeditiva” tan del gusto del homenajeado.

 19 de Octubre de 2.004.-

 

 


PÁGINA PRINCIPAL

OPINIÓN