Descanse
en paz el Caudillo Americano.
Por Luis Carlos.
Al día siguiente
del fallecimiento de Augusto Pinochet no se hablaba de otra cosa en
muchos medios de comunicación españoles. Muchos querían sin duda
hacer la sangre que hubiesen deseado hacer tras la muerte de Franco
y que o bien por edad, o bien por miedo, no pudieron hacer.
Si en algo no he
diferido de los juicios emitidos por la izquierda periodística española
es en comparar la figura de Pinochet con la de Franco, aunque con
profundos matices que la distancia geográfica y temporal imponen.
La cubanización del
régimen allendista en 1973 era más que evidente.
Aprovechando su
victoria en las urnas, el mandatario chileno había comenzado a
flirtear de forma peligrosa con los soviéticos y, especialmente con
la avanzadilla cubana que estos tenían en América. Asesores
cubanos desembarcaban a diario en Chile para llevar a cabo misiones
de adiestramiento. El intervencionismo era tal que la economía
chilena caía en picado, aumentando los niveles de desempleo a límites
desconocidos hasta el momento. Una huelga de transportes mantenía
el país paralizado desde hacía semanas, faltando víveres y bienes
de primera necesidad en todos los hogares. La situación era
insostenible y la población demandaba una medida de fuerza que
acabase con el régimen allendista y sacase al país del abismo
comunista en que se precipitaba irreversiblemente.
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Las Fuerzas Armadas
Chilenas, los ejércitos de más larga tradición democrática de América
(el país no había sufrido ningún tipo de intervención militar en
la política desde su independencia de España), no querían ser
testigos impasibles de la destrucción de su amada patria y
encabezados por su general en jefe, decidieron acabar con Allende y
su régimen y reestablecer el orden institucional vulnerado por los
marxistas.
Entre 1973 y 1989,
el general Pinochet abanderó el crecimiento económico chileno y
los profundos cambios sociales que este conllevó. El saneamiento
económico, el revolucionario sistema de Seguridad Social implantado
y la liberalización comercial contribuyeron a convertir a
Chile en la Suiza americana. Un pequeño país próspero y con
ninguna o pocas cosas en que compararse con los de su entorno.
Baltasar Garzón, la
vergüenza de la justicia, la ambición togada, el más execrable
ejemplo del sectarismo al servicio de la Administración de la
Justicia, trató de someter al General Pinochet a un humillante
proceso. El sueño del showman-juez no quedó más que en eso, en
una de sus tantas fanfarronadas, en uno de sus tantos ridículos
intentos de convertirse en una figura de internacional raigambre. El
sectario togado, el cómplice de los GAL y de su líder, el
colaborador de los gobiernos corruptos de Felipe González no se
salió con la suya y el general Pinochet volvió a su país.
Diez años después ha fallecido, rodeado de su familia, en su casa.
Descanse en Paz.
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