En el contexto de
una España que se descompone a diario, donde la situación economía
está a punto de hacer reventar la paz social y el orden político
está apuntalado por una Constitución que es un contrasentido
jurídico-político que ni el propio Tribunal Constitucional es capaz
de solucionar (Sentencia 32/1981, de 28 de julio), por cuanto
admitiendo la superioridad del Estado, al mismo tiempo entiende que
dicha superioridad no puede entenderse como una relación de supra-subordinación
de las Comunidades Autónomas respecto al propio Estado. El lema de
convocatoria del próximo 20-N no puede ser más negativo: "La
resistencia sigue".
¿A qué clase de
resistencia se refieren?
Desde la dimensión
conceptual del término resistir podemos establecer acepciones que se
me antojan opuestas. En primer lugar, resistir tiene que ver con
tolerar, aguantar o sufrir una situación, porque no queda más
remedio o porque se acepta en aras de que finalmente, y por arte de
milagro, se reconvierta a mejor. En segundo lugar, resistir es
también combatir, esto es, atacar, impugnar o, más propiamente para
el tema que nos ocupa, agitar efectos y pasiones para reconvertir
una situación que apreciamos mala.
Centrándonos en
estas segunda acepción de la palabra resistir, que es, entiende, la
que nos importa reseñar, se impone una solución de urgencia. Y lo
primero es posponer todo personalismo, e ir directamente hacia la
convergencia política con un coordinador de suficiente prestigio y
una alternativa nacional-popular de la que dimanen determinantes
propuestas políticas.
La clásica pegada
de carteles pone nuevamente en marcha la maquinaria electoral.
Comienza la cuenta atrás para las Generales, y una vez más la
presencia de una fuerza nacional unitaria, popular y patriótica
estará ausente del debate político, aunque no de algunas cenas y
comidas con el impertinente orador de turno que clamará ante un
auditorio escaso aquello de "prietas las filas". Con todo, no
estamos en un momento adecuado para eso, sino para pensar en el
verdadero significado de esa ausencia. Máxime, cuando los sondeos de
opinión constatan electorado suficiente. De ahí que se imponga una
buena dosis de autocrítica sobre los condicionantes que han jugado a
nuestra contra. Porque de lo que se trata es de afirmar razones que
resultan compartidas y apreciadas por una inmensa mayoría de
nuestros compatriotas. |
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No hay, que yo
sepa, ningún estudio sociopolítico sobre la incapacidad de las
llamadas fuerzas nacionales, en realidad grupúsculos de amigos, para
conseguir una unidad y participar en el debate político, pero el
sentido común indica que se trata de una incapacidad que denota una
persistencia en los errores, defectos o maldades propias, que en
ningún momento de este largo periplo se han subsanado, corregido o
superado, y la ausencia de un líder capaz y suficiente que de haber
existido, se hubiese tenido esa atinada percepción. Ahora bien, lo
que es innegable es la teatralidad que han tendido y tienen muchas
de las puestas en escena, que a medida que uno asiste al espectáculo
va descubriendo que muchas de sus propuesta no son posibles.
Frente a esta
razonable explicación, los distintos grupúsculos que han ido
quedando de lo que en su día fueron determinadas formaciones
políticas, en vez de unirse han optado por la huida hacia adelante,
por la demagogia, por la delegación de responsabilidades, en este
caso, en el Partido Popular; en definitiva, en no asumir la tarea
del patriotismo. Aunque lo que más sigue sorprendiendo es la
ausencia de autocrítica que permite, incluso, la expulsión de
quienes desienten, pues lo contrario sería una muestra de madurez y
patriotismo tras casi treinta años para alegría del sistema. Con
todo, no siento animadversión alguna por ninguno de estos
grupúsculos inoperantes que sobreviven con apenas presencia y
visibilidad. Simplemente no les sigo, y menos aún, sus espectáculos
de menguada altura.
Todas esta
cuestiones constituyen problemas lo suficientemente graves para
justificar un nuevo rumbo político a través de una alternativa de
"Derecha Nacional", por cuanto las opciones políticas que han
gestionado el llamado mundo nacional-patriótico desde la Transición
están agotadas en sus propuestas y son incapaces de responder a los
nuevos retos que tenemos planteados.
Es, y debe ser, la
hora sobre ese posibilismo posible y necesario. Una hora demasiado
tiempo pospuesta, pero que no puede demorarse más. Porque lo
importante es su irrupción en el ruedo político, no como grupo
marginal sino como fuerza decisiva para remover las conciencias y
evidenciar los problemas que están ahí, denunciando a quienes los
han generado e intentan ocultarlos. Es la hora de esta alternativa
pospuesta que si por su origen político podemos situar a la derecha,
enarbola un programa trasversal y populista a favor del pueblo y la
nación.
Sólo desde estos
argumentos me cabe admitir lo de... "La resistencia sigue".
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