A
la muerte de Franco, España no sólo conculcó su legalidad sobre el
fraude de una supuesta Reforma, verdadera ruptura que bien podemos
calificar de "golpe de Estado" encubierto, sino que, sobre todo, se
cayó en el tremendo error político de condenar todo el contenido del
inmediato pasado: Anti-Franquismo.
Una categoría de valor democrático mayormente evidenciado cuanto más
se ha ido extendiendo la corrupción, la inmoralidad y la pobreza en
España.
Así, entonces, deprisa y corriendo,
cediendo y claudicando, y en restaurantes de “cinco tenedores”, se
elaboró la norma suprema de la nueva organización política de
España, la Constitución de 1978, cuyo texto, como de sobra han
denunciado destacados constitucionalistas, mira más a lo cercano que
a lo futuro, pues se tuvo que contentar a todos: conservadores,
liberales, socialistas, comunistas y separatistas.
De esta suerte, Majestad, la falta
de atención a determinadas cuestiones ha sido y sigue siendo la
cuestión pendiente y prioritaria que tenemos planteada. A saber, la
falta de contenido real y explícito del papel que usted, como Jefe
del Estado, debería jugar en el organigrama de la organización
política de la nación, como denunció entre otros Sabino Fernández
Campo en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y
Políticas: "Una relectura de El Príncipe", el 28 de junio de 1994.
El poder cuasi absoluto de los Partidos Políticos, que han terminado
por controlar todo el sistema con total ausencia de valores, pues ni
siquiera en su estructura interna son democráticos. La difícil
gestión de nuestro Estado autonómico, "una singularidad" –en
expresión textual del propio Tribunal Constitucional-, que obliga al
Estado a una permanente necesidad de consenso a la hora de aplicar
políticas estatales. Y la Ley de Representación Política, fueron,
sin duda, cuestiones en las que apenas se reflexionó, evidenciando
la nula prevención de lo que se estaba haciendo con España.
Sobre
el estado de hedonismo insustancial que domina hoy España, cuya base
se asienta en el llamado “espíritu de la Transición”, como
reconocimiento del discurso de la algarada, “Movida” (involución,
engaño y tergiversación), una ideología insustancial se ha venido
infiltrando en todos los campos de la sociedad española, en un
intento de imponer una única visión de entender y hasta de sentir a
través de sus poderosos medios de comunicación. Y como
primera cuestión en ese ámbito de proyecto, el mismo concepto de
Nación, término con el que la propia Constitución también denomina a
las Comunidades Autónomas, expresión de la crisis nacional que
padecemos, que ni el mismo Tribunal Constitucional es capaz de
resolver ante la insurgencia de los separatistas. A lo que hay que
añadir una crisis total de valores, consecuencia de la conculcación
que del orden moral se ha hecho en lo social y cultural, que sumerge
al Estado y a la Nación en una deliberada debilidad, conducida por
la acción de los partidos de izquierda y por la omisión del PP. A la
par del gravísimo problema de una invasión extranjera, a la cabeza
de Europa, de toda clase de etnias y culturas, que determina buena
parte de nuestros problemas sociales y que estrangula ya nuestra
capacidad económica.
Y todo eso,
Majestad, en un ambiente de crisis económica sin precedentes, de muy
difícil solución, y sin proyecto nacional viable.
Ahora, pues, cuando
lo que más nos duele, la economía, tanto nos afecta en negativo, es
cuando muchos se dan cuenta, pese a todo lo que se ha venido viendo
a lo largo de estos treinta y cinco años, del estado de completa
putrefacción de España a todos los niveles. Y aunque desde hace
algún tiempo se vienen oyendo voces que abogan por una reforma de la
Constitución en lo que refiere a determinados fallos, con insólitos
comentarios incluso respecto a la Transición que en otro tiempo
hubieran sido calificados de “desestabilizadores”, dichas voces
siguen siendo interesadamente políticas, por lo que tales críticas
pasan por el tamiz tramposo de la palabrería hueca y vacía que ellos
mismos han conformado para explicar la realidad. Pues hasta el mismo
concepto de las palabras puede cambiarse según convenga, según ha
reconocido el mismísimo director de la Real Academia de la Lengua
Española, Víctor García de la Concha, en relación a cambiar la
definición actual de la palabra o término "Franquismo", según
postula ese movimiento político de tendencia totalitaria que es la
Ley de Memoria Histórica.
Ahora, pues,
aprendemos la lección. Justo cuando han convertido a España en un
lodazal de mierda, donde todos los Poderes del Estado e
Instituciones se revuelcan, mientras los dos actores principales:
los Partidos Políticos y los Medios de Comunicación se emplean en
ocultar sus vergüenzas, hinchados de hipocresía.
Por ello resulta
esencial considerar que a tenor de la situación que padecemos esta
comedia de enredo se puede transformar en drama y después en
tragedia. Un duelo entre verdaderos enemigos, que no adversarios.
Entonces, pautado constitucionalmente durante treinta y un años, mal
aconsejado y poseído, sin duda, de un exceso de confianza, la
primera pieza que se cobre la crisis nacional sea usted, Majestad. A
no ser, naturalmente, que el "soberano" (como algunos llaman al
pueblo), pese a su indomable espíritu democrático y sana rebeldía
no llegue a preguntarse nunca qué clase de gobernantes quiere.
Aunque sobre cuánto
hemos reflexionado, Majestad, tengo la profunda convicción que
ninguno de los jaleadores del sistema se dará por aludido. Un
sistema con muy diversos actores, que se entroniza tras un "golpe de
Estado" encubierto y que ha propiciado la mentira, el crimen, la
cobardía y la corrupción hasta extremos hoy irresistibles.
Realidades que han convivido entre nosotros con pasmosa
tranquilidad, porque aquí cualquier asesino, embustero o corrupto no
sólo ha podido votar, sino que ha gozado de la presunción de
inocencia más allá de toda evidencia razonable. Mientras se nos
ponía y sigue poniendo a los pies de los caballos a quienes
hemos venido denunciando el sistema desde sus albores. |
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