Conocí a Félix Martialay siendo
aún una niña. Ya había enviado algún artículo a “La Nación”, que me
habían publicado en el apartado de “Cartas al Director”. Andaba yo,
en esa época, enfrascada en el libro “Hacia el futuro. Preguntas
políticamente incorrectas por España”. Y decidí acercarme a la sede
de dicho semanario. Iba con el miedo y el respeto que puede tener
una adolescente al ir a entrevistarse con un personaje al que veía
como un ejemplo a seguir. El encuentro me marcó para toda la vida.
En vez de encontrarme a una persona altiva y distante, me topé con
un hombre agradabilísimo y muy cordial. Me impactó todo lo que me
estuvo contando, de su vida, de la política en general, del
periodismo, etc… Me animó a que siguiera escribiendo y se ofreció
para resolverme cualquier duda que tuviese. Así, me ayudó con el
libro que estaba preparando, para que consiguiera más gente que me
pudiera contestar a las preguntas, tanto facilitándome sus
direcciones como poniéndose él mismo en contacto. Me trató,
realmente, como a una nieta, con todo cariño y comprensión. Como
todos los grandes personajes que he conocido fue muy asequible,
simpático y casi familiar.
Recuerdo que le llevaba un artículo escrito a bolígrafo en un papel
para ver si me lo quería publicar en el Semanario. Ante ello, me
dijo que era mejor que se lo llevara escrito a máquina, en el
futuro. Para lo cual me regaló su primer ordenador portátil, pues ya
lo había cambiado por otro. Ese detalle lo recordaré siempre. Tuve
la oportunidad de visitarle algunas veces más, y siempre me seguía
animando y me daba libros para mi formación política, histórica y
cultural. En una ocasión, me regaló la colección de “Flechas y
Pelayos”. Todos esos detalles materiales y espirituales los guardo
como un tesoro.
La
última vez que le vi fue en la entrega de Premios de los Círculos
San Juan, el 25 de enero del 2009. Aparentemente, estaba bien de
salud y su simpatía la conservaba íntegra. Como detalle, contar que
al acabar mi intervención, me quitó el papel con lo que había dicho
para publicarlo en La Nación, pues le había emocionado mucho.
Siempre he tenido a Félix como un ejemplo a seguir por su lucha
constante y su Fidelidad a los Ideales Eternos. En las charlas que
manteníamos me contó, con orgullo, que era falangista desde los seis
años y católico desde que nació. Fue un hombre y un periodista muy
destacado y un gran luchador, hasta su muerte, por el Ideal Nacional
y, aunque estaba abierto a todo, era claramente
Nacional-Sindicalista.
Su
vida fue un constante Servicio y Sacrificio a la Causa: Permaneció
en el Diario “El Alcázar” desde el año 1968 hasta su cierre
democrático en 1988. Entró como crítico de cine, materia en la que
era un experto y a los seis meses pasó a ser Redactor-Jefe en la
Sección de Deportes, especializándose en fútbol. Ascendió a Sub-director,
cargo que desempeñó 11 años. Finalmente, fue director de “El
Alcázar” durante dos años. Fue, igualmente, militar de carrera,
hasta su retiro voluntario en 1982, con el grado de Coronel de
Ingenieros. Escribió varios libros, entre los que destacan:
“Mientras suenan los tambores”, “Las grandes mentiras del fútbol
español”, “Amberes, allí nació la furia española” y “Aquellos
domingos de gloria. 1939-1976”. Fue el alma de la publicación “La
Nación”, desde cuya trinchera siempre luchó por España y la Verdad,
con mayúsculas.
Este pasado agosto, me acerqué a la sede de “La Nación” para hacerle
una visita, como había hecho otras veces. Y me sorprendió que no
estuviera. Cual fue mi sorpresa cuando, en la mañana del 9 de
septiembre, Javier Grima me llamó para comunicarme su fallecimiento,
ocurrido hacía un par de horas. En ese mismo momento, noté como si
un cuchillo me traspasase el alma pues se sucedieron por mi mente,
en un instante, todos aquellos gratos momentos que compartimos y en
los que pude aprender mucho de la experiencia de este hombre íntegro
y leal a sus Ideas hasta la muerte.
No
podemos estar tristes, pues sabemos ciertamente que él ya está en su
Lucero eterno y que, desde allí, velará por nosotros y nos ayudará
en la gran tarea que tenemos pendiente para con Dios y con la
Patria. Félix, me despido con los gritos que tanto te gustaban y a
los que nunca renunciaste:
FÉLIX MARTIALAY: ¡PRESENTE!
¡VIVA CRISTO REY!
¡ARRIBA ESPAÑA!
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