(“Última
advertencia”, La Tercera, ABC, 22-6-2009)
Propongo que el
citado artículo se lea con el detenimiento que sin duda merece y
la enjundia que encierra, dos percepciones que se le escaparon al
director del ABC. Pues, de lo contrario, no lo hubiera publicado, ya
que pone en solfa todo el sistema que sustenta la Monarquía
liberal, al que el destacado político -miembro del Comité ejecutivo
de la Comisión Trilateral entre otros cargos en instituciones
nacionales e internacionales-, Antonio Garrigues Walker, define como
de “absolutamente límite”. A la par de calificar de “proceso
leucémico” la enfermedad que padece España, como advirtiera hace
mucho tiempo don Blas Piñar en el marco incomparable de un 20-N.
Dice Garrigues, uno de los grandes teóricos del
liberalismo:
“Ya se han celebrado unas elecciones (…), que
anulaban de raíz toda posibilidad de acuerdo porque en el período
electoral –cualquiera que sea su ámbito- los partidos políticos
entran en un proceso de locura y desenfreno que les incapacita para
actuaciones coherentes y sensatas. (…) Es culpa de una dinámica
perversa que tolera e incluso alienta todo género de afrentas y
abusos a la virtud de la objetividad y legaliza –esa es la expresión
correcta- comportamientos sectarios absolutos y fanatismos
verdaderamente tragicómicos.
(…) Todavía quedan unos cuantos días de
enfrentamiento dialéctico cansino entre los que no reconocen la
dimensión de su derrota y los que exageran el valor real de su
victoria. El único riesgo podría estar en el juego o en la
manipulación que puedan hacer los partidos políticos mayoritarios
con el resto de los partidos políticos en cuanto a mociones de
censura o de confianza, lo que podría mantener el clima electoral
sine die.”
Dijo José Antonio muchos años antes:
“Un hombre dotado para la altísima función de
gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas,
tenía que dedicar el ochenta, el noventa o el noventa y cinco por
ciento de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer
propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a
adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los
electores iba a recibir el Poder; a soportar las humillaciones y
vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de
gobernar, estaban llamados a obedecerle; y así, después de todo eso,
le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada, o de
algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo
sobrante es cuando el hombre dotado para gobernar podía pensar
seriamente en las funciones sustantivas de gobierno.
(…), porque el sistema funciona sobre el logro
de las mayorías, todo aquel que aspira a ganar tiene que procurarse
la mayoría de los sufragios. Y tiene que procurárselos robándolos,
si es preciso, a los otros partidos, y para ello no tiene que
vacilar en calumniarlos, en verter sobre ellos las peores injurias,
en faltar deliberadamente a la verdad, en no desperdiciar un solo
resorte de mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad
uno de los postulados que el Estado liberal nos mostraba en su
frontispicio, no hubo nunca situación de vida colectiva donde los
hombres injuriados, enemigos unos de otros, se sintieran menos
hermanos que en la vida turbulenta y desagradable del Estado
libera.”
En cuanto a la propuesta, dice Antonio Garrigues:
“El pacto político que exige la ciudadanía
española –mucho más importante que la política fiscal, monetaria o
financiera- para afrontar cualquier problema, sea del orden que sea
es lograr un cambio de actitud. Hay que lograr una vez más que el
conjunto de la sociedad española esté dispuesta a colaborar en la
búsqueda de soluciones, superando el torpe debate entre optimistas
irresponsables (izquierda) y catastrofistas por estrategia
(derecha). Necesitamos dar el salto a la sensatez, a la racionalidad
e incluso a un cierto idealismo.
(…) Estas son la ventajas de un pacto general,
que el estamento político tiene que asumir e impulsar desde ahora
mismo la credibilidad que ha ido perdiendo como consecuencia de su
excesiva radicalización, su alejamiento de las realidades y la
tolerancia frente a un proceso de corrupción que empieza a tener
características leucémicas.”
Dijo José Antonio el 29 de octubre de 1933:
“El movimiento que hoy, que no es de partido,
sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido,
sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas.
(…) La Patria es una unidad total, en que se
integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede
estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor
organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis
indivisible, con fines propias que cumplir; y nosotros lo que
queremos es que el movimiento de este día, y el Estado que cree, sea
el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de una unidad
indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable
que se llama Patria.”
Tanto derroche de
energías, tantos medios empleados y tanta palabrería liberal para
terminar en lo que ya sabíamos. A saber, que la democracia es un
sistema ruinoso que trae consigo la pérdida de la unidad física y
espiritual de los pueblos… Seguimos teniendo razón, porque la razón
no se pierde, y eso es, precisamente, lo que debe animarnos . |
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