“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? …”
-Por amor al Señor-
I.- Notas críticas a la filosofía perversa: el Laicismo
Como consecuencia de la “globalización” comienza abrirse paso en
toda Europa una corriente favorable de convergencia internacional,
“Alianza de Civilizaciones”, cuyo objetivo es el establecimiento
progresivo de un modelo político, cultural, social y económico
único. Lo que comportará un orden moral sincretista para conciliar
diferencias y alcanzar consensos. De ahí la potenciación que viene
haciéndose del Laicismo, filosofía perversa que desacraliza la
Historia del hombre, definido como “positivo” en esta última fase de
expansión, cuyo devenir a lo largo de los últimos años se hace
evidente por sus nefastos resultados: una des-cristianización
progresiva de todo el continente europeo, un hedonismo evidente y un
relativismo aceptado como basamento filosófico de la democracia
liberal o de partidos, sistema político que nadie osa poner en duda.
Tal clima hace posible que surjan por doquier las mezquitas y otros
centros de significación espiritual en la Europa cristiana, so
pretexto del respecto a la diversidad cultural y a las creencias de
quienes profesan otros credos, y vienen (nos invaden) de otros
países, sobre todo musulmanes, en donde no sólo no se respeta la
creencia cristiana, sino que se la persigue y combate.
Todo en función de la pretensión que les ánima, la creación de una
nueva era, New Age, que será establecida sobre la
aparente necesidad de un orden mundial por aquellos que ostentan el
poder real aunque de forma “discreta”, cuya voluntad es imponer un
modelo de comportamiento único a todas las colectividades. Una Nueva
Era que ya ha comenzado, aunque de momento tenga la necesidad del
empleo de la fuerza militar como forma de doblegar la inevitable
confrontación mediante lo que se da en llamar “Dividendo de Paz
Internacional”. Pues se trata de ir configurando una policía
internacional al servicio de ese nuevo Orden Mundial. Un Nuevo Orden
que rechaza a Dios como creador del mundo y a su Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, como su Palabra encarnada.
Una realidad que los discípulos del Señor deberíamos poner en la
dimensión esjatológica de los “Signos de los Tiempos”, pues estos
Signos nos han acompañado a lo largo de la Historia y han demostrado
su veracidad, primero como clima precursor del advenimiento de Jesús
(el Mesías Redentor) y finalmente en la perspectiva del Tercer
Secreto de Fátima (aún por desvelar completamente). Unos Signos que,
como se nos ha dicho, también marcarán las últimas horas de la
Historia de la humanidad hasta la última y definitiva que será el
Fin de los Tiempos, la Hora que sólo conoce Dios Padre, que no es
una manía de integristas, pues está referenciada en el Apocalipsis
de San Juan, y que hacen referencia a una gravísima crisis de fe
dentro de la Iglesia, que traerá un cisma de proporciones
gigantescas con el consecuente y grave riesgo de la condenación
inmensa de almas Acontecimientos que se ocultan tras el velo del
misterio, pero que podemos atisbar y comprender según nos hace
advertir el Señor...
“¿Así que sabéis descubrir el aspecto del cielo y no podéis
discernir los signos de los tiempos?” (Mat. 16, 2-3).
II.- La Cruz como necedad
En este año dedicado al Apóstol de los “gentiles”, Saulo de Tarso
(San Pablo), el tema que nos ocupa y preocupa adquiere una dimensión
fundamental, el testimonio de los cristianos frente al Laicismo. O
lo que es lo mismo, el testimonio que debemos dar frente al ataque
al Señor Jesús y a su Iglesia. Pues no otra cosa es el Laicismo,
pervertido aún más con el calificativo de “positivo”. Un testimonio
que se traduce en el fuerte desafío que para los cristianos debe
tener la condición de ser servidores de la Palabra, como lo fue y de
manera eminente Pablo, que ardió en aquella doble llama de un mismo
fuego: el amor a Cristo y el celo por la Iglesia. Para cuya
predicación prescindió (tras su segundo viaje, y en concreto desde
su paso por Atenas, “la ciudad de la cultura” de aquel entonces) de
la necedad de intentar armonizar la Cruz con la sabiduría humana.
Experiencia de la que Pablo extrae una importante lección que nunca
olvidará: renunciar a todo saber humano, hasta incluso
ridiculizarlo. Porque a partir de ese momento Pablo predicará la
necedad de la Cruz como la única fuente de sabiduría. Experiencia
que es más afirmación de fe en Cristo, que constatación de un
fracaso, y que Pablo expresa de forma categórica como base de toda
predicación: “Pues todo lo que ha sido escrito en el pasado, lo fue
para nuestra enseñanza, a fin de que por la paciencia y el consuelo
que dan las Escrituras tengamos esperanza” (Romanos 15,4). |
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Por eso con nuestro amado Pablo, al que reconocemos sus esfuerzos,
sacrificios y fatigas por predicar a Cristo, y a Cristo crucificado,
y desde su experiencia legada a través de sus escritos (sus Cartas),
es como deberemos afrontar la ofensiva contra la Europa Católica,
acosada desde diferentes frentes y abocada a convivir con un
Laicismo definido como “positivo”, que compara y dimensiona a Jesús
de Nazaret, el Mesías vendido por las autoridades judías y
crucificado por el Imperio terrenal, con personajes más o menos
relevantes de la Historia como…Ulpiano, Sócrates, Platón,
Aristóteles, Tomas de Aquino, Locke o Hegel; y a la Cruz en la que
murió el Hijo de Dios con los bustos de Vitoria, Suárez, Belarmino,
Von Ihering, Raimundo de Peñafort o Savigny. Que es como se expresan
los tibios, (“Los valores culturales”, Jaime Rodríguez Arana. La
Gaceta de los Negocios, 15 de diciembre de 2008) que dicen no sólo
ser cristianos sino católicos, lo que constituye la Gran Blasfemia
del Mundo contra el Hijo de Dios, y por tanto contra Dios mismo….. Y
a los que el Señor Jesús se refiere de forma explícita...
“Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois
de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que
moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy,
moriréis en vuestros pecados. Entonces le decían: ¿Quién eres
tú? Jesús les respondió: Desde el principio, lo que os estoy
diciendo.” (Jn 8, 23-25).
III.- Relativismo, Hedonismo, Consumismo,
ídolos del mismo dios, el Laicismo, al que se derraman libaciones y
cuyo nombre se pronuncia con verdadera unción: “positivo”
La ofensiva laicista contra Cristo y su Iglesia empiezan a ser de
tal envergadura en toda Europa, que tomamos conciencia o pronto
quedaremos atrapados por un sincretismo mágico y telúrico, antesala
del reino de Satanás con “sus pompas y sus obras”. Realidades a las
que renunciamos a través de la Iglesia por medio del Bautismo, y de
forma personal, explícita y consciente en la Confirmación.
Y tan sibilino es el ataque, que la exhibición o manifestación
pública de la fe en Cristo se supedita a la demostración empírica de
su Realeza como Hijo de Dios, de lo contrario cualquier religión o
credo moral será igualmente aceptable o repudiable. Que es el
fundamento del concepto del civilismo o condición del estatus de
ciudadanía democrática, recientemente bautizado como “laicismo
positivo”. Como si la existencia de Dios no fuera una realidad
conformada por la gracia a través de nuestra decisión de voluntad y
dimensionada por la recta razón. Por eso, anticipándose a esta
cuestión, el Señor nos advierte y apercibe cuando en la parábola de
“Epulón y Lázaro” -ante la petición que el rico Epulón le hace a
Abraham desde el Infierno- dicta la siguiente sentencia: “tampoco se
convencerán, aunque uno de los muertos resucite”.
Por tanto hay que insistir y, desde esa insistencia, plantear la
cuestión desde el ataque frontal que el Laicismo, como afán
satánico, ejerce contra la Verdad Revelada y Encarnada que es Cristo
Jesús y su Iglesia en cuanto concibe que todas las religiones sean
iguales y respetables. Anatema contra la Verdad que es el Dios Uno y
Trino revelado por Jesucristo. Una cuestión que no admite
relatividades desde la pregunta recurrente que nos debemos hacer...
¿Acaso es posible que todas las religiones sean igualmente
agradables a Dios, y que se dé igualmente por satisfecho con todo
linaje de culto? Respuesta de la que depende nuestra fe, por encima
de cualquier otra consideración. Porque como bien nos hace ver
Balmes: “A la Verdad infinita no puede serle acepto el error”. De
ahí que con Balmes, también nosotros, católicos de este nuevo
milenio, digamos que la aceptación del Laicismo sea blasfemar contra
el Dios de Jesucristo. Una cuestión que nos interpela a proyectar
con todas nuestras fuerzas el Estado confesional Católico. Una
realidad a la que debemos aspirar con objeto dar culto a Dios y
procurar la salvación de nuestras sociedades.
“El que me odia, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho
entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían
pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mí y a mi Padre.
Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: Me
han odiado sin motivo.” (Juan, 15, 23-25)
Una tarea que debemos dimensionar desde la realidad de que la fe en
Cristo es fundamentalmente un acto de amor y aceptación a la Palabra
encarnada, esa Palabra que expresa los designios ocultos de Dios, su
voluntad plena. De ahí la necesidad que expresa la propia Iglesia de
“nutrirse de la Palabra de Dios, para hacer eficaz el empeño de la
nueva evangelización”, como decía el Papa Benedicto XVI en la
homilía de clausura del Sínodo de los Obispos.
Epílogo final.-
Una tarea, la confesionalidad católica de Europa, que, si bien es
cierto siempre tuvo que conformar en nuestro horizonte de creyentes,
fundamentalmente desde la década de los años sesenta, hoy se hace de
vital necesidad ante la furia innovadora, herética, revolucionaria y
de apostasía de tantos sacerdotes, laicos y obispos de todo el
mundo.
Una necesidad que es respuesta a la pregunta que el Señor Jesús
también nos hace hoy a nosotros, hombres y mujeres de Europa en este
tiempo convulso…
“.. Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt. 16,
13-18).
¡Nada sin Dios!
¡Viva Cristo Rey!
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