En este 20 de noviembre se cumplen treinta y dos años del fallecimiento
de Francisco Franco Bahamonde, el gran patriota y excelente militar
que fuera Caudillo de España y Jefe del Estado español entre 1936
y 1975. Con ese motivo, el que ya puedo llamar mi amigo, director de
este excelente periódico digital, me pide una colaboración a la
que me presto encantado.
Muy poco después de
ponerse en marcha en nuestro país la reforma política conocida
como la Transición, elogiada por tantos y que en mi modesto parecer
– espero que se me disculpe – constituye la raíz de no pocos de
nuestros males actuales, se inició la demolición de la figura del
hombre que había sabido devolverle la paz a España, tras una
cruenta guerra de tres años contra la locura revolucionaria que había
acabado con la II República; que logró desarrollar al país llevándolo
desde una situación de penuria total y flagrantes desigualdades
sociales hasta hacerlo ocupar el puesto de décima potencia
industrial del mundo; y que había aportado a la convivencia
nacional una clase media hasta entonces prácticamente inexistente y
una seguridad social tan avanzada que podía contarse entre las
mejores del mundo. Sólo esas tres pinceladas de una labor ingente.
En la relación con el mundo exterior, a la etapa inicial de
aislamiento, pronto sucedería una fértil relación con los demás
países de nuestro entorno y muy especialmente con los Estados
Unidos de América, tan en el punto de mira de la inquina de la
izquierda española, quizá por ese sólo hecho. Porque no nos engañemos,
ninguna de las Internacionales, comunismo, socialismo o anarquismo,
pudo olvidar o perdonar que Franco logró la victoria frente a sus
fuerzas, ya nacionales o foráneas. El 1 de abril de 1939 se producía
la primera derrota clara de esas fuerzas en una guerra en campo
abierto.
Y este hecho, esa flagrante derrota suele exhibirse como motivo y razón
fundamental de la persecución a todos los niveles contra la figura
de Francisco Franco. Persecución protagonizada incluso por personas
que ni siquiera fueron sus contemporáneos o aquellas cuyo ideario
no justifica ese odio casi irracional. Ejemplos los hay para aburrir
al lector. Quienes hoy representan la derecha o si ellos lo
prefieren el centro democrático se hacen cruces si les tachan de
franquismo; de la izquierda socialista o comunista no hay ni que
hablar: la mentira es su arma ya que es suya propia la relativización
de la verdad. No hace mucho, un escritor conservador como Juan Manuel de Prada calificaba a Franco de botarate en uno de sus artículos en ABC. Otro, también joven,
Javier Cercas, premiado por su obra “Soldados de Salamina”, pone
en boca de uno de sus personajes esta definición de Franco: ”el militar gordezuelo, afeminado, incompetente, astuto y
conservador” (Pág. 86). Basten esos dos botones de muestra.
Por cierto este último autor calificaba a los colaboradores del
Jefe del Estado como ”un
puñado de patanes (que) luchó durante cuarenta años de pesadumbre
por justificar su régimen de mierda".
¿Hay quien dé más?
Y, sin embargo, no creo que sea el odio marxista la única fuerza que
actúa en la demolición de una figura que es histórica por mucho
que tantos se empeñen, hoy hasta con una ley mendaz, en hacerla
desaparecer. No puede ser sólo eso. Entre otras razones, porque no
todo el pueblo español está poseído de esa inquina antifranquista
a pesar del lavado de cerebro a que se le está sometiendo desde su
paso por las clases de la propia enseñanza primaria.
Se da a mí entender otra componente enraizada quizá en aquellos vicios
de nuestro carácter colectivo a los que el propio Franco se refería
como nuestros “demonios familiares”. Si
cualquiera se fija en las calles y plazas de nuestras ciudades podrá
reparar en un fenómeno tan curioso como triste. Abundan los
monumentos y estatuas a quienes se sublevaron contra su patria. Son
varios, valga como ejemplo, los erigidos a José Francisco San Martín,
el Libertador, artífice
de la independencia de esa querida nación que es Argentina. También
existen los de Bolívar, venezolano, hijo de vascos, que logró la
independencia de Venezuela o a Rizal, el que consigue la de
Filipinas y cuenta en Madrid con uno de sus más amplios paseos y un
monumento que hubieran merecido de tal dimensión no pocos héroes
de nuestra historia. Pero nos costará trabajo, por ejemplo,
encontrar en nuestras calles efigies de Hernán Cortés, Pizarro,
Valdivia, y esa amplia nómina de conquistadores y colonizadores de
la América hispana. O de generales como Castaños, Prim, Primo de
Rivera (Miguel y Fernando) o de figuras populares cuya nómina es
asimismo extensa.
Para que nadie pueda calificar estas líneas de sectarias, haré constar
que entiendo perfectamente el orgullo de sus compatriotas por
aquellas figuras que protagonizaron la independencia de sus
respectivos países. En la visita que realicé a Argentina en el otoño
del 2000 visité el regimiento San Martín, legítimo orgullo de los
argentinos. Pero San Martín, fue teniente coronel de Caballería en
el ejército español de su tiempo y se sublevó contra España. ¿Por
qué monumentos aquí?
A lo largo de estos últimos años, en una acción que me parece tan
irracional como absurda, se han ido demoliendo los monumentos
ecuestres o de otro carácter erigidos a Franco, en muchos casos por
suscripción popular. El
primero, que puedo recordar fue la estatua que presidía la plaza
entonces llamada del Caudillo en la ciudad de Valencia. La más
reciente, iba a escribir la última y no lo será, la que se
levantaba ante las puertas de la Academia General Militar, en cuya
leyenda se había sustituido hace años la dedicatoria a Franco como
Jefe del Estado, por el más modesto título de fundador – lo era
– de aquel Centro. Apenas nadie alzó su voz contra aquella
demolición injusticia cobarde…
¡Que tristeza de pueblo que así trata a quienes le sirven y así
premia a quienes se sublevan contra él!
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Francisco
Franco, ¿Alcalde Perpetuo de Avilés?, por
Ángel Garralda.
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20N
Plaza de Oriente, por Miguel Menéndez.
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20N-2007,
por José Luis Muñoz.
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Más
de tres décadas, por F.
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Acotaciones
a un testamento, por Rafael C.
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Admiradores
de Franco. Siglo XXI, por Francisco Avalon.
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"No
olvidéis que los enemigos de España están
alerta", por Miguel Ángel Lacoma.
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José
Antonio, 71 años después, por Rafael Moreno.
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Recuerdo
a Franco, Caudillo de España, por Isabel Bermúdez.
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Dos
figuras excepcionales, por Pablo Gasco.
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Francisco
Franco: entre el odio y la ingratitud, por Ricardo
Pardo.
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