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Actualizada: 19 de Octubre de 2.005.  

 
 
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Frente al ultraje en la Basílica de Luján, República Argentina.

Lic. Gustavo Carrère Cadirant.

Frente a los reiterados abusos del poder ejecutivo, y muy especialmente el reciente ultraje perpetrado en la Basílica de Luján, sede de Nuestra Madre y Patrona en la República Argentina, -convertida en una suerte de ateneo de politiquería, cuando es un lugar santo reservado para lo sagrado, para el culto a Dios Nuestro Señor-, y al silencio de los Obispos –cuestión delicada y no menor en gravedad-, como cristiano católico, atónito y perplejo, traigo a la memoria, con caridad, un pasaje evangélico para ilustrarlos e ilustrarnos en esta confusión que vivimos: “A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto; Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino, con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita”. 1Pe 5,1-4. Sean “Pastores” pues, para mayor gloria de Dios y bien de las almas.

Y sabiamente nos refuerza con claridad el P. Iraburu:

“¿Cómo está la Iglesia allí donde servir a la verdad católica y defenderla es sumamente arduo y peligroso, mientras que callar discretamente ante errores y abusos es condición para «guardar la propia vida» en la paz y la estima general? Un cierto grado de disidencia o al menos de respeto por las tesis de los disidentes es un pasaporte absolutamente exigido en muchos ambientes. Ante errores y abusos, a veces enormes, se responde con un silencio comprensivo y tácitamente anuente. En esa actitud tan frecuente, lo eclesial y académicamente correcto es no alarmarse por nada”.

¿Cómo está la Iglesia allí donde un grupo de laicos que crea en la doctrina católica sobre Jesucristo, la Virgen, los ángeles, la Providencia, la anticoncepción, el Diablo, etc., y se atreva incluso a «defender» estas verdades agredidas por otros, sea marginado, perseguido y tenido por integrista?” (…).”

A medida, por el contrario, que la doctrina católica se ha ido definiendo más y más, aquellos que contrarían la doctrina de la Iglesia –como los jansenistas o los modernistas– se han visto obligados a expresar su pensamiento con palabras más cautelosas y encubiertas. Hoy, pues, los errores rara vez son expresados en forma patente. Casi siempre se difunden a través de un lenguaje deliberadamente impreciso, ambiguo y eufemístico, en el que quizá podría ser aceptable lo que se dice, pero no lo que se quiere decir, que es lo realmente comunicado. Después de todo, siempre, antes y ahora, los lobos se han vestido «con piel de oveja» (Mt 7,15). «Son falsos apóstoles, que proceden con engaño, haciéndose pasar por apóstoles de Cristo. Su táctica no debe sorprendernos, porque el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2Cor 11,13-14)”.

La confusión, queridos Pastores, queridos fieles, no es católica. Es, en cambio, la nota propia de las comunidades cristianas protestantes. En ellas la confusión y la división son crónicas, congénitas, pues nacen inevitablemente del libre examen y de la carencia de Autoridad apostólica. La desunión entre los «cristianos» es un escándalo muy grave, contrario a la voluntad de Cristo, que quiere que «todos sean uno» (Jn 17,21), y dificulta grandemente la misión ad gentes de la Iglesia.

Los Pastores sagrados han de predicar la Verdad evangélica –entera, toda; también aquella que puede ocasionar rechazos–, deben refutar los errores que dañan a los fieles, y están obligados, incluso por el Derecho Canónico, a sancionar eficazmente a los maestros del error. Los santos pastores y doctores de todos los tiempos combatieron a los lobos que hacían estrago en las ovejas adquiridas por Cristo al precio de su sangre. Estuvieron siempre vigilantes, para que el Enemigo no sembrara de noche la cizaña de los errores en el campo de trigo de la Iglesia (Mt 13,25). Combatieron contra los errores y los errantes con extrema celeridad. En tiempos en que las comunicaciones eran muy lentas, cuando el fuego de un error se había encendido en algún campo de la Iglesia, se enteraban muy pronto –estaban vigilantes–, y corrían a apagarlo, antes de que produjera un gran incendio” (…) “No se vieron frenados en su celo pastoral ni por personalidades fascinantes, ni por Centros teológicos prestigiosos, ni por príncipes o emperadores, ni por levantamientos populares, ni por temores a que en la comunidad eclesial se produjeran tensiones, divisiones y enfrentamientos. No dudaron tampoco en afrontar marginaciones, destierros, pérdidas de la cátedra académica o de la sede episcopal, ni vacilaron ante calumnias, descalificaciones y persecuciones de toda clase. Y gracias a su martirio –gracias a Dios, que en Él los sostuvo la Iglesia Católica permanece hoy en la fe católica”. (…) “Los Pastores que, de hecho, hoy no tienen autoridad para frenar herejías e impedir sacrilegios son aquellos que han asimilado el pensamiento mundano sobre la autoridad. Basta leer la grandes encíclicas de la Iglesia sobre la autoridad –por ejemplo, de León XIII, Diuturnum illud (1881), Immortale Dei (1885), Libertas (1888)–, y otros documentos que impugnaron la devaluación de la autoridad iniciada en la Reforma protestante y consumada en el liberalismo, para advertir que los errores descritos en esos documentos son justamente los que hoy están obrando, y que las grandes calamidades anunciadas en aquellos textos, a causa de la inhibición de las autoridades, son las que hoy padecemos. Por eso, actualmente, en la Iglesia, una de las mayores urgencias es reafirmar la fe en la autoridad, y concretamente en la autoridad pastoral”.

En fin, cuando los Obispos no ejercitan suficientemente su autoridad apostólica, necesariamente se producen grandes daños en la vida de la Iglesia, pues están resistiendo la autoridad del Señor: no le dejan a Cristo guiar, corregir, conducir a su Iglesia. No dejan que la fuerza vivificante de Cristo Pastor acreciente a su Iglesia, guardándola en la unidad y en la santidad.

Merece la pena recordar en todo esto a San Juan de Ávila (1500-1569), que vive en plenos años de la plaga luterana. En sus Memoriales al Concilio de Trento atribuye principalmente los males que sufre la Iglesia a la inhibición de los Obispos, que no estuvieron a la altura de las circunstancias. No supieron ver, ni fueron capaces de actuar debidamente en aquellos «tiempos recios», según lo necesitaba el pueblo fiel.

«Juntose con la negligencia de los pastores, el engaño de falsos profetas» (1561: Memorial II, 9), pues «así como, por la bondad divinal, nunca en la Iglesia han faltado prelados que, con mérito propio y mucho provecho de las ovejas, hayan ejercitado su oficio, así también, permitiéndolo su justicia por nuestros pecados, ha habido, y en mayor número, pastores negligentes, y hase seguido la perdición de las ovejas...

«Y la suma verdad, que es Dios, cuyo testimonio es irrefragable, afirma haber venido todo este mal por no haber pastor que hubiese curado y cuidado lo que tocaba a la necesidad y provecho de sus ovejas».

«...los malos prelados quedaron flacos para ejercitar la guerra espiritual, quedaron también estériles para engendrar y criar para Dios hijos espirituales... No se preciaron ni se quisieron poner a ser capitanes en la guerra de Dios y atalayas».

«...hase juntado en la Iglesia, con la culpa de los negligentes pastores, el engaño de los falsos profetas, que son falsos enseñadores... Porque de estos tales escalones se suelen los hombres hacer malamente libres y desacatados a nuestra madre la Iglesia, y de allí vienen a descreerla del todo».

«No nos maravillemos, pues, que tanta gente haya perdido la fe en nuestros tiempos, pues que, faltando diligentes pastores y legítimos ministros de Dios que apacentasen el pueblo con tal doctrina que fuese luz... y fuese mantenimiento de mucha substancia, y le fuese armas para pelear, y en fin, que lo fundase bien en la fe y encendiese con fuego de amor divinal, aun hasta poner la vida por la confesión de la fe y obediencia de la ley de Dios».¿Cómo tantos errores y males pudieron entonces generalizarse entre los católicos sino a causa de falsos profetas, tolerados por pastores escasos de autoridad apostólica? ¿Cómo no se dio la alarma a su tiempo para prevenir tan grandes pérdidas?

«Cosa es de dolor cómo no hubo en la Iglesia atalayas... que diesen voces y avisasen al pueblo de Dios este terrible castigo... para que se apercibiesen con penitencia y enmienda, y evitasen tan grandísimo mal».

Llegados a este punto, también el Maestro de Ávila pide al Papa –Pío IV, en los años de este escrito– que hable y actúe con más fuerza: «Y entre todos los que esto deben sentir, es el primero y más principal el supremo pastor de la Iglesia. Pues lo es en el poder, razón es que, como principal atalaya de toda la Iglesia, dé más altas voces para despertar al pueblo cristiano, avisándole del peligro que tiene presente y del que es razón temer que les puede venir».

No deja de señalar tampoco en su Memorial al Concilio la necesidad de elegir obispos capaces de encabezar las guerras de Cristo: En adelante no sea «elegido a dignidad obispal persona que no sea suficiente para ser capitán del ejército de Dios, meneando la espada de su palabra contra los errores y contra los vicios, y que pueda engendrar hijos espirituales a Dios... Mírese que la guerra que está movida contra la Iglesia está recia y muy trabada y muchos de los nuestros han sido vencidos en ella; y, según parece, todavía la victoria de los enemigos hace su curso». La corrección es uno de los actos más enérgicos de la autoridad, pues, ya en principio, contraría una voluntad opuesta. Por eso quien no está firme en la fe en la autoridad podrá ejercitar ésta en dirigir, coordinar, organizar, exhortar, etc., ya que éstas son funciones pastorales que no tienen por qué, en principio, enfrentar voluntades contrarias. Pero la corrección sí tiene que enfrentarlas. Por eso decimos que es la más ardua acción del ministerio pastoral. Ahora bien, si se debilita en los Pastores la auctoritas apostólica que han recibido de Cristo, no ejercitan suficientemente la corrección pastoral, y entonces se multiplican indeciblemente los errores doctrinales, las divisiones y los abusos disciplinares, hasta que el mismo sacrilegio llega a generalizarse en algunas cuestiones. Y el rebaño se dispersa.

Por ello, con mucha humildad les expreso queridos Obispos, sean pues “Pastores”, para mayor gloria de Dios y bien de nuestras almas. Nuestra Patria de Tradición castellano-hispano-católico-mariana no solo se los pide, sino se los exige.

En el Amor al Inmaculado Corazón de María.

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