75º aniversario del
18 de julio de 1936: razones de un Alzamiento, causas para una
Cruzada.
A quienes
combatieron a favor de la civilización cristiana y de la unidad de
España. A José Antonio, su capitán. Y a su Comandante en Jefe,
nuestro Caudillo, Francisco Franco
La fecha que hoy en
su 75 aniversario traemos nuevamente a la memoria de un modo y
significado especial, es la gesta del 18 de julio de 1936, que,
protagonizada por una parte del Ejército, contó desde su inicio con
una grandísima anuencia por parte de la población española que se
constituyó en rebeldía no tanto contra la República como contra "la
chusma que se había apoderado de ella". Chusma, que es el adjetivo
con el que califica a toda la izquierda española de aquel tiempo
quien fuera el máximo valedor, Primer Ministro y Presidente de aquel
régimen nefasto para España (II República), el masón, impotente y
afeminado Manuel Azaña, bien es cierto que después de haber huido
antes de terminar la contienda, que en buena parte había provocado,
y desde su exilio dorado en Méjico.
Chusma, pues,
izquierdista, de cariz revolucionario, carácter violento e ideología
marxista que había traído la II República mediante un golpe de
Estado artificioso, y que inmediatamente después quiso traer la
revolución comunista a España, primero con la revolución armada
(Octubre de 1934) y después mediante el artificio de un proceso
democrático (Frente Popular) desde aquel propósito acariciado por
el mismo Lenin, según el cual:
"A Europa hay
que tomarla por detrás, por la Península Ibérica".
Un proceso que se
gesta desde la descomposición del antiguo régimen liberal que en
España tenía su traducción en el llamado "turnismo", sustentado por
una Monarquía constitucional que como forma de Estado había devenido
"gloriosamente fenecida", y que aprovecha el atraso de la sociedad
española y su frágil desarrollo industrial, así como la fuerza del
anarquismo que como bomba de relojería se había paseado por Europa,
pero que no logra estallar más que en España. Cuyo inició comienza
en pleno declive de la dictadura (1929) con la conjura de las
fuerzas de la izquierda (Pacto de San Sebastián) dispuestas a
asaltar el poder e implantar la República por todos los medios a su
alcance, sin descartar, antes al contrario, el golpe de Estado
militar (sublevación de Jaca). Objetivo que finalmente se logra tras
unas simples elecciones municipales (13 de abril de 1931), que la
izquierda convierte en plebiscito contra el régimen de la Monarquía
constitucional y a favor de la República; aunque las derechas, pese
haber perdido las elecciones en las principales capitales de
provincia, habían conseguido mayor número de alcaldes y concejales
en el conjunto de España. |
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Asaltado literalmente
el poder de la nación, y sin guardar la mínimas formalidades al uso,
pues ni siquiera se respetó el tiempo preceptivo para el traspaso de
poderes, las nuevas autoridades, que habían contado con la
complicidad de las fuerzas del orden público (Guardia Civil),
incapaces por omisión de frenar el asalto al poder y la quema de
conventos e iglesias con cuyas acciones las masas izquierdistas
celebraban su triunfo, se hicieron cargo del poder de la nación no
sin advertir al Rey que tenía menos de un día para salir de España
junto con su familia, so pena de no poder responder por sus vidas y
antes de que las nuevas autoridades pusieran precio a sus cabezas.
Lo que el rey don Alfonso XIII hace a toda velocidad y
precipitación, dejando en la huida a toda su familia, que finalmente
salen de España un día después sin que nadie les despida, salvo
media docena de monárquicos, que lo hacen en la estación de
ferrocarril de Galapagar, muchos de ellos a título personal.
La República, cuyo
entronización impuesta por la fuerza de la revuelta revolucionaria
había sido posible por la omisión que de su juramento habían hecho
gala las fuerzas del orden público y los Ejércitos y la Armada, que
había contado con la colaboración de amplios sectores de la
población y que había sido apoyada entusiastamente desde los tiempos
de conjura por ese clan endiosado y la mayor de las veces
odiosamente impertinente que son los intelectuales, capaces
de abdicar de todo a título de inventario, tuvo dos bienes (de
derechas y de izquierdas) hasta su descomposición final, las
elecciones de febrero de 1936.
La proclamación de la
Segunda República trajo consigo un amplio programa de reformas,
encaminadas a una profunda transformación de la sociedad española y
de la organización del Estado, cuyo principal escenario de discusión
fueron unas Cortes que habían sido elegidas con una participación
considerable (superior al 70%) en junio de 1931, cuyo sistema
electoral favoreció a las candidaturas de la coalición
republicano-socialista gobernante, que obtuvo 380 escaños de los 470
que componían la Cámara, y que, además se preparar la nueva
Constitución española, se convirtieron en su primer bienio (Bienio
Izquierdista) en impulsoras de una política radical anti católica y
anti militar que no haría sino acrecentar las tensiones sociales e
ideológicas entre los españoles. Mientras las derechas representaban
la defensa del principio de legalidad frente a un Gobierno que,
llevado de su radicalismo, se guiaba por un oportunismo arbitrario
que no era sino "dictadura parlamentaria". Una dictadura que cobra
su mayor significación en las serias limitaciones que sufrió la
libertad de expresión durante este primer bienio, "bienio
izquierdista". Una dictadura gubernamental que ni siquiera realizó
la necesaria reforma Agraria y que tiene en su haber, el luctuoso
suceso de la matanza de anarquistas en Casas Viejas (enero de 1933).
Una dictadura que dio paso a los impulsos revolucionarios y
separatistas que subyacían en las políticas de muchos de los grupos
parlamentarios que apoyaban al Gobierno, como nada más implantada la
República se comprobó en el caso de Cataluña, declarándose
independiente de España.
Fue tal la deriva
política y social de España en aquel momento histórico, que no sin
razones suficientes se produce el pronunciamiento militar del 10 de
agosto de 1932 dirigido por el antiguo Director de la Guardia Civil,
general Sanjurjo, que tan sumiso se había mostrado en la
entronización del nuevo régimen, cuyo fracaso es evidente desde su
inicio, pues, salvo en Sevilla, no contó con más de cuatro
espontáneos. Con todo, y pese a su falta de preparación y concreción
de objetivos, consecuencia de su nula anuencia, fue una dura
advertencia al Gobierno de turno y al régimen político que iniciaba
su andadura.
Las elecciones de
1933 supusieron un fuerte varapalo para las izquierdas republicanas
y para el Partido Socialista, y consolidaron una coalición de
partidos de derechas con el nombre Confederación Española de
Derechas Autónomas (CEDA), que supo aprovechar el debilitamiento de
los gobiernos de izquierda que se habían sucedido durante el "primer
bienio" presididos por Manuel Azaña y el progresivo alejamiento de
la opinión pública, convirtiéndose en la primera fuerza
parlamentaria, con 115 diputados, aunque no logró la mayoría
absoluta tan necesaria en aquel momento. Con todo, lo más importante
de destacar es que las izquierdas quedaron laminadas, con 60 escaños
de los socialistas y poco más de 30 de los republicanos de
izquierda.
Desde su inicio, el
nuevo gobierno monocolor del Partido Republicano Radical de
Alejandro Lerroux, sostenido en las Cortes por la CEDA, pretendió
una rectificación política sobre lo que se había hecho en la etapa
anterior, lo que provocó una fuerte reacción por parte de las
izquierdas tanto en el Parlamento como en la calle, quedando los
campos políticos perfectamente delimitados, como los acontecimientos
posteriores confirmarían. Sobre todo, por la radicalización de los
republicanos de izquierda y, fundamentalmente, por la confirmación
del giro bolchevique que realiza el PSOE a partir de 1933, lo que
provocó una escisión en su seno, escindiéndose entre los sectores
más centristas y demócratas, representados por Indalecio Prieto y
Julián Besteiro, y el ala más radical liderada por Francisco Largo
Caballero (el "Lenin español"), mayoritaria en el partido, cada vez
más escorada hacia el rechazo de las instituciones republicanas y
por la defensa de una revolución proletaria al estilo soviético.
Circunstancias que,
junto a los escándalos del nuevo Gobierno (asunto del estraperlo) y
la entrada de varios ministro de la CEDA en el gobierno,
determinaron la deriva radical de la izquierda, que culminó en la
Revolución de Octubre de 1934 en la que el PSOE y la UGT (con la
única oposición de los sectores centristas minoritarios de Besteiro)
lideraron un violento movimiento armado insurreccional que sólo
triunfó en Asturias, donde se estableció un orden revolucionario; y
en Cataluña, donde la revolución tuvo un marcado carácter
independentista. Así fue como las izquierdas y, sobre todo, el PSOE
reaccionaron a la entrada legítima de la CEDA en el gobierno de la
República, lo que provocó el fracaso de aquellas Cortes y, sobre
todo, de cualquier proyecto de establecer el orden político-jurídico
de convivencia que España necesitaba sobre el régimen (la República)
que las izquierdas habían traído por la fuerza.
Así, en este ambiente
prerrevolucionario a punto de estallar se convocan las última
elecciones de la República (febrero de 1936), que gana por un
ajustadísimo triunfo en la urnas el Frente Popular, no sin que
reseñemos muchas irregularidades en aquel proceso electoral, de
sobra hoy conocidas y admitidas. A partir del cual el PSOE, que ya
dirige toda la acción política de las izquierdas, se compromete a
iniciar un proyecto revolucionario de enorme magnitud y
trascendencia perfectamente explicitado por Largo Caballero dos días
antes de las elecciones del día 16 de febrero de 1936:
"Nosotros
sólo sabemos una cosa y es que, antes de la República, nuestro
deber era traerla. Pero establecida la República, nuestro deber
es traer el socialismo. Y cuando hablo de socialismo, no hablo
del socialismo a secas, sino del socialismo marxista, del
socialismo revolucionario".
Fue tanto lo que se
puso en aquel propósito, que en las elecciones convocadas para el 16
de febrero las izquierdas se concitaron en la imperiosa necesidad de
crear un gran bloque electoral (Frente Popular) a fin de evitar el
casi descartado triunfó de la derecha. A tal fin se coaligó hasta el
Partido Comunista, obediente a las tesis que la Internacional
Comunista venia propiciando desde el verano de 1935 tendente a la
colaboración entre todos los partidos de la izquierda. Incluso los
anarquistas de la CNT-FAI, tan enemigos de coaligarse, se unieron en
torno a un único programa que en líneas generales era el siguiente:
vuelta a la política de persecución religiosa contra la Iglesia
Católica, reformas en el campo educativo hasta logar una enseñanza
enteramente laica, apoyo a las reivindicaciones separatistas y
amnistía para los miles de prisionero que continuaban en la cárcel a
consecuencias de los gravísimos disturbios de 1934.
El pacto del Frente
Popular se sella el 15 de enero de 1936, anunciándose de esta forma
en la prensa de izquierdas:
"¡LA REPÚBLICA EN
PIE! UN MAGNÍFICO PROGRAMA DE RECONSTRUCCIÓN NACIONAL" (Portada
del Heraldo Español, 16 de enero de 1936).
Con todo, el 14 de
febrero, dos días antes de las elecciones, los medios periodísticos
nacionales e internacionales auguraban una gran victoria a favor de
Gil Robles, líder de Acción Popular y jefe de la CEDA, pues no en
balde los españoles habían asistido al primer bienio izquierdista y
al intento por parte de las izquierdas de subvertir la legalidad
republicana mediante un golpe de fuerza armado (revolución de
Octubre de 1934). Además, la campaña que había desplegado la derecha
había sido espectacular. Tales fueron los medios desplegados, que el
discurso de cierre de campaña de Gil Robles fue retransmitido a
doscientos teatros de Madrid, fusionando para tal efecto todas las
líneas telefónicas del país. Algo nunca visto en Europa.
El 16 de febrero,
desde primeras horas de la mañana se forman largas colas delante de
los colegios electorales, que cierran a la cuatro de la tarde para
efectuar el recuento de votos, congregándose una enorme multitud a
la espera de los resultados. La primera constatación que se hace es
que la participación ha sido alta, casi el 70 por ciento del censo
de electores.
El día 17, en La
Hoja Oficial del Lunes, el único periódico que se publicaba por
la mañana el primer día de la semana, se anuncia que el Frente
Popular ha ganado en Madrid y, a la espera de los resultados
definitivos, que las derechas aceptan que han perdido las
elecciones. Ya por la tarde, La Voz anuncia en titulares:
"España vota por
las izquierdas. El Frente Popular tendrá mayoría absoluta en la
próxima cámara. Se calcula que sus mayoría excederá de
doscientos diputados".
Tras el triunfo del
Frente Popular, los militantes y simpatizantes de las fuerzas de la
izquierda se echan a las calles para festejar el triunfo, quemando
iglesias y provocando la reacción de los simpatizantes de derechas.
Pero la ventaja del Frente Popular es numéricamente estrecha, aunque
más que suficiente, ya que merced a las provisiones de la Ley
Electoral de 1932, que otorga a los ganadores una representación
parlamentaria proporcionalmente superior, recibe 257 escaños de un
total de 453. Por su parte Gil Robles consiguió 88 escaños y 12 el
Bloque Nacional de Calvo Sotelo.
A partir de ese
momento crece la violencia, los atentados y el sonido de disparos en
las calles es frecuente. Pórtela Valladares, harto de tanta
convulsión no quiere seguir en su puesto hasta la comprobación
oficial de los resultados, y le ruega a Manuel Azaña que le tome el
relevo como presidente del Consejo de Ministros, que es partidario
de esperar hasta la apertura de las nuevas Cortes en marzo. Sin
embargo, finalmente accede ante la insistencia del presidente de la
República, Niceto Alcalá-Zamora. Así, el día 18 se forma un Gobierno
presidido por Manuel Azaña y compuesto por miembros de su partido,
Izquierda Republicana, cuya primera medida es amnistiar a los miles
de presos de la revolución de 1934. Lo que desata el júbilo de la
izquierda y de sus partidarios. Con todo, el nuevo gobierno no puede
dejar de proclamar el "estado de alarma" ante los gravísimos
altercados del orden público por parte de las masas izquierdistas,
alentadas por los líderes de los partidos que forman el Frente
Popular. Un "estado de alarma" que se renovará cada mes a
consecuencia del clima revolucionario que vivirá España hasta el
estallido del Alzamiento del 18 de julio.
Constituida la nueva
Cámara dominada por el Frente Popular, la primera medida que se toma
es la destitución del Presidente de la República, Niceno
Alcalá-Zamora, acusado de haber apoyado políticas derechistas
durante el llamado "bienio derechista". Así, el día 10 de mayo se
celebran elecciones para la presidencia de la República, su sucesor
fue Manuel Azaña que pide al moderado Indalecio Prieto que le tome
el relevo como presidente del Gobierno, y Prieto aunque está
dispuesto a aceptar, el PSOE se niega, con lo que de antemano señala
cual es su propósito: hacer inviable un Ejecutivo que garantice un
cierto orden. Entonces Azaña nombra a Santiago Casares Quiroga, que
pertenece a su propio partido, Izquierda Republicana, y que, al
igual que él, es masón, a cuya Logia en la calle de El Príncipe
de Madrid acuden juntos (Azaña bajo el nombre de "Plutarco"). Pero
Casares Quiroga que está enfermo, y que es testarudo, arrogante y
agresivo, no es ni mucho menos el hombre idóneo para el cargo en
aquella coyuntura tan sumamente peligroso para la convivencia
nacional.
Mientras tanto, y a
medida que las huelgas, los disturbios violentos, las algaradas y
los asesinatos selectivos se suceden sin parar, las intervenciones
parlamentarios son cada vez más agrias y agresivas, con acusaciones
como la de Pasionaria a Calvo Sotelo: "Acaba de hablar por última
vez en esta Cámara". Pese a todo todavía cabía alguna esperanza.
Bastaba que quienes tenían la obligación y el deber de gobernar lo
hicieran como dignos representantes de toda la nación. Pero no se
hizo. Todo lo contrario.
Entonces, lejos de
mejorar la situación, empeora aún más si cabe. El día 12 de julio la
situación en Madrid se hace explosiva, ese día, a las diez de la
noche, alguien en compañía de otros dispara sobre el teniente
José Castillo, de la Guardia de Asalto, implicado a su vez en el
asesinato de un joven derechista en una manifestación que había
tenido lugar unos días antes en Madrid. Herido mortalmente es
trasladado a una casa de socorro cercana pero ingresa cadáver. Tal
acto le sirve a la izquierda, con la complicidad del Gobernador de
Madrid, para que los compañeros del teniente Castillo, todos ellos
del cuerpo de la Guardia de Asalto al mando de un teniente de la
Guardia Civil, se tomen venganza, y aunque el primer propósito fue,
al parecer, matar al líder de la CEDA, don José María Gil-Robles, al
no encontrarle en su domicilio se encaminan al de don José Calvo
Sotelo, líder de Renovación Española, al que se llevan de su
domicilio burlando a sus escoltas con una orden de detención falsa.
Tras subirle a una de la camionetas en las que llegaron, le
descerrajan dos tiros en la nuca, dejando su cadáver en el depósito
del cementerio del Este, donde no será identificado hasta que no
transcurren algunas horas.
A partir de ese
momento numerosos militares que todavía dudaban de que la situación
requiriese un Levantamiento contra el Gobierno, deciden unirse al
Alzamiento que comienza el día 17 de julio con la sublevación en
Melilla del Ejército de África. Entrando inmediatamente en acción
las distintas guarniciones militares comprometidas y las que se van
comprometiendo (no más de 1/3), unidades de la Guardia Civil y un
ingente y valiosísimo voluntariado, fundamentalmente formado por las
milicias de la Falange y el Requeté.
Por eso, sin
descartar que el Alzamiento del 18 de julio de 1936 fue el resultado
desencadenante de diversos factores que evidenciaban el fracaso de
nuestra convivencia nacional para ponernos de acuerdo en lo que
fuera España: "una unidad de destino en lo universal" y patria común
e indivisible de todos los españoles. Así como la consecuencia
directa de los tres factores que la Segunda República creó, y que
como gangrena dividía a los hombres y a la tierras de España hasta
el enfrentamiento: el individualismo liberal, el racionalismo
revolucionaria de la izquierda y el sentimiento separatista. Y hasta
el resultado lógico de nuestro carácter cainita y pronto a la
gresca. Lo que es evidente es que fue, antes que nada, una reacción
legítima a favor de la convivencia entre los españoles y el sentir
nacional, cuyo sentido de unidad y religiosidad se quiso aniquilar,
rompiendo España y destruyendo la Iglesia de Cristo, como lo
demuestra de forma fehaciente los miles de religiosos (obispos,
sacerdotes, frailes y monjas) y fieles católicos asesinados y
masacrados por su sola condición de creyentes. De ahí lo de Cruzada,
como bien atisbo a ver el Episcopado de la Iglesia Católica en Carta
firmada por todos ellos.
De ahí, por tanto,
que lo que hoy conmemoremos con el mayor decoro y hondura posible es
el acto de legítima defensa a favor de nuestra propio y
consustancial ser nacional. Una convivencia que fue amenazada hasta
la consecuencia de su aniquilación y que sólo por el impulso de la
mejor generación de España pudo salvarse. Un acto de legítima
defensa que tras la Victoria (1 de abril de 1939) puso en marcha un
proceso de rectificación histórica bajo la dirección indiscutida e
indiscutible del Caudillo, Generalísimo Francisco Franco. Porque,
sobre el dolor y la sangre derramada en los campos de batalla, en la
ciudades y en los pueblos de toda España y en la cunetas de todos
los caminos de nuestra geografía, se pudo cambiar la mezquindad de
la lucha política, la torpeza de las derechas con los medios puestos
en acción para resolver los problemas, la acción de las izquierdas
que desde el primer momento trataron de sovietizar España, y la
intriga incesante del separatismo que aprovechó la situación
revolucionaria de la II República para obtener sus bastardas
reivindicaciones secesionistas.
Una rectificación que
en la mente de Franco siempre avino lúcida desde el momento que
fracasó el Alzamiento en Madrid y Barcelona (de ahí algunas de sus
tácticas, algunas de ellas no siempre comprendidas desde el punto de
vista militar), propiciando, y dando forma y vida, a una Obra que
impulsó una sociedad y un Estado nuevo, reorganizando la sociedad,
dotándola de un espíritu nacional, encuadrándola en un proyecto de
regeneración y disciplinándola para el logro de los objetivos que
finalmente se consiguieron: dotar a España de una clase media que
nunca había tenido y elevarla a la octava potencia industrial del
mundo. Esto es, el "milagro español", pasar de un país de
alpargatas, que es lo que éramos, a estar en el octavo puesto
industrial del mundo y en la órbita de los países europeos. Y sobre
esos proyectos, limpiarla de todo resentimiento por obra de una
honda re-cristianización: reconciliación nacional.
Logros no exentos de
enormes dificultades y contratiempos, y hasta de conspiraciones,
dentro y fuera de nuestras fronteras, lo que impregna esa Obra de
una mayor grandeza. Una rectificación cuyo mayor logro fue
agruparnos a todos los españoles alrededor de unas consignas de
carácter nacional sobre la base de que primero hay que crear para
luego poder repartir.
Descartemos, pues,
por ignominiosos, falsos y hasta ridículos dos argumentos sobre tan
enorme y trascendental gesta. El primero, el que sostiene que el
Alzamiento del 18 de julio de 1936 significó el fin del experimento
democrático que puso en marcha la II República, por cuanto es
evidente que durante el tiempo convulso que duró nunca existió la
democracia más que en apariencia formal, y mucho menos en lo que
refiere a la acción política que llevaron y trataron de llevar a
término las izquierdas. Y el segundo, que el Alzamiento fue
consecuencia de la ambición de los militares alzados, los más
conservadores del Ejército, con el apoyo de la oligarquía
económica-social y la intransigencia de la Iglesia Católica, porque
es evidente desde todo punto de vista que la situación política era
de deriva nacional a ninguna parte, o, para ser más exactos, a la
plena y total sovietización de España, sobre todo a partir de
febrero de 1936.
Finalmente, y a modo
de epílogo me permito hacer una pregunta a tanto incauto: ¿Hubiera
sido posible el éxito del Alzamiento de haber ido contra la mayoría
de los españoles?. La respuesta está por demás.
El 18 de julio, la
fecha que hoy recordamos, honramos y conmemoramos emocionadamente
fue la causa de la razón y la apuesta por la Verdad que surge con
inquebrantable fe en ese momento histórico de España y de la que se
aprovecha finalmente todo Occidente. Esto es lo que el mundo
civilizado debe al 18 de julio de 1936. Los motivos de un
Alzamiento, las razones de una Cruzada.
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