La crisis total que padecemos, como apuntan todos los análisis, pues
no es sólo económica, pone sobre el tapete de la nación el papel que
debería jugar la Jefatura del Estado ante una situación de
máxima gravedad. Pues el pueblo no entiende que cuando se desangra
el Estado y la Nación quien representa la máxima jerarquía, se
limite a ejercer una simple función de protocolo y representación,
pese a todo el lirismo que algunos quieran ponerle al asunto. El
Rey, pues, debe mojarse.
Y debe hacerlo desde la responsabilidad que como Jefe de Estado debe
asumir, más allá de lo que pueda decir la propia Constitución, papel
mojado para buena parte de los Poderes del Estado y de la clase
política.
Reinar y no gobernar. Decir, pero no decir nada. Mantener el
equilibrio en las formas, pero no rectificar los modos. Son
cuestiones que están muy bien para los tratados de ciencia política
que en nada comprometen a la gobernabilidad ni a la paz social de
las naciones. Pues quienes los escriben están pensando más en la
entelequia, que en la realidad de la vida.
Cuando se debate sobre si Elecciones anticipadas, Moción de Censura
o Gobierno de Concentración Nacional, a muchos se nos ocurre pensar
que es llegada la hora del Rey. O más exactamente, la tercera hora o
momento del Monarca. Un tercer tiempo que viene precedido por la
conculcación que hizo de la legalidad que había jurado defender y
por su salida en antena la noche del 24 de enero de 1981 para
terminar con el entuerto del 23-F.
De lo contrario, que no espere seguir gozando del favor del pueblo
del que vive. Y al que la Corona dicen que sirve. Porque obras son
amores y no buenas razones. Sobre todo si éstas, las razones,
proceden de ese elenco monárquico estúpido y pringoso que acaudilla
ese bufón que es Luís María Ansón.
|
|