Destacados autores
a lo largo de la historia han sostenido y defendido el germen
larvado del capitalismo. Un germen que ha ido creciendo y
dimensionando la auténtica naturaleza del capitalismo; una doctrina
que no es sólo económica, pues afecta a toda la vida social, y cuyo
aporte liberal la hace inmoralmente y perniciosamente malvada.
Ideología, que no sólo sistema económico, con la que se infectó
Europa a partir del Renacimiento: una vuelta al paganismo. Así,
pues, el capitalismo no nace para mejorar las condiciones de vida
del hombre o por necesidades estructurales de un mundo en expansión,
sino como modo de control y dominación perceptible, y meditado a la
vez.
De ahí, por tanto,
que la erupción del capitalismo en los diferentes países no fuera en
modo alguno pacífica. Pues no sólo rompe de forma traumática el
mundo tradicional y la convivencia social entre los diferentes
estamentos de la sociedad, sino que los dispone a entrar en una
dinámica permanente de desencuentros. Dándose la circunstancia que a
partir de ese momento las relaciones sociales se estructuran sobre
la división y la pugna entre las diferentes clases, que ya no
conviven si no en un permanente desencuentro de recelos y tensiones.
Se equivocan, pues,
quienes piensan que con las fórmulas que se están adoptando se
frenara el declive de Europa. Por eso, si cada hora, como nos dice
la Biblia, "tiene sus propias preocupaciones" y si la actual no es,
ciertamente, la que marcó Spengler, sólo nos queda la que vislumbró
Juan Pablo cuando nos advirtió, que "este siglo tendría que ser
espiritual o no sería nada".
Se impone, pues,
otro modelo económico. Y este nuevo modelo económico no puede ser
otro que la economía social que sustenta la Doctrina Social de la
Iglesia Católica. Un modelo basado en la dimensión social que la
economía tiene como quehacer del hombre no sólo en orden a su
dimensión biológica de sustentación, sino como medio necesario e
imprescindible para su salvación espiritual. Un modelo económico que
sustenta su quehacer en la no usura, en la justa distribución
equitativa de los recursos y de la riqueza, y en un desarrollo
sostenible como forma de dar cabida a la producción de bienes
necesarios para una demanda basada en las necesidades básicas de
todos los hombres, según un racional índice de desarrollo humano en
función de los recursos del planeta. Un modelo, en definitiva, que
pone en cuestión las dos divinidades del capitalismo: el Mercado y
la Competitividad, a la par que nos descubre la falacia del llamado
Crecimiento Sostenible, gran fracaso del capitalismo. |
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