“Descargué todo el tambor del revolver”…
Quien se expresa así, de esta forma tan explícitamente
brutal, es Israel Clemente, líder de los GRAPO -grupo terrorista
marxista de tendencia maoísta en el que militó Pío Moa y en cuyo
aparato político lo hizo también Federico Giménez Losantos-, que
reconoció el jueves 7 de mayo ante el tribunal que le juzga su
participación junto con su compañero Xurxo García en el asesinato de
la empresaria zaragozana Ana Isabel Herrero en febrero de 2006,
cuando ella y su marido se resistieron a ser secuestrados.
Con todo, tanto Israel
como Xurxo a nada que se arrepientan o simulen hacerlo podrán salir
de la cárcel dentro de pocos meses, y a poco que estudien un poco
hasta convertirse en adalides de opinión. Incluso ser premiados con
la máxima distinción del sistema, como ya se ha hecho con destacados
terroristas de ETA por parte de PSOE y PP. Que es la esclavitud de
un sistema que necesita de tales muestras de lealtad para seguir
subsistiendo. Siendo increíble, por paradójico, que lo que fueron
sus vidas, las palabras que profirieron, los actos criminales que
protagonizaron y los compromisos que establecieron con el terror
cobren apenas importancia, sobre todo si su argumento es “la lucha
por la libertad desde su condición de antifranquistas”, como
recientemente han expresado Federico G. Losantos, Joan Juaristi y
Pío Moa. Simples incidentes, consecuencia directa de su indomable
rebeldía democrática. Con lo que se constata, que el máximo
atractivo de estos criminales se refiere a la conversión que han
hecho de sus vidas. Una conversión que el sistema corrupto y amoral
en el que vivimos presenta como ejemplo a cualquier terrorista de
ETA y GRAPO.
Sin embargo,
reivindicar a un asesino y distinguirle porque ya no mate o mande
matar es el mayor grado de bajeza moral que una sociedad puede
permitirse, por cuanto quienes así se conducen olvidan el
sufrimiento que el reivindicado, potenciado y distinguido causó,
segando la vida de una o varias personas, que ya nunca podrán
desarrollar su proyecto vital. Con todo, es lo que se viene
haciéndose desde hace muchos años en España, sin que la Ley de la
Memoria Histórica, antes al contrario, intervenga en el asunto. Y es
que, curiosamente, los asesinos son siempre de los suyos.
Pero no nos engañemos.
O mejor dicho, que no se engañen quienes tienen a estos arrepentidos
como figuras dignas de todo crédito, porque la fascinación por el
poder ha sido el señuelo de todos ellos. Un argumento que el sistema
ha sabido utilizar convenientemente para captar arrepentimientos.
Como sin duda está tratando de hacer en estos momentos respecto a
ETA, cada día con mayores dificultades para seguir matando gracias a
la presión de las autoridades de Francia. Y es que el Estado siempre
ha sabido que los terroristas son individuos de muy baja catadura
moral y que no tienen ninguna dificultad en cerrar un ciclo para
abrir otro, que en esto ha consistido su conversión, en cerrar un
pasado. Un pasado que basta con olvidarlo en los fastos del presente
(Mario Onaindia, Juan Juaristi, Federico Giménez Losantos, Pío Moa,
Ramón Tamames y tantos otros), ya que el resto, la gloria y el
dinero, es cuestión de dejárselo al gran público devenido cada
cuatro años en soberano de su propia estupidez.
Por eso hoy a este
bastardo cabrón que es Martín Amis tenemos que agradecerle, que
tantos años después les refresque a muchos la memoria olvidada sobre
lo que la inmensa mayoría de los políticos de la izquierda (PSOE,
PCE) pensaban del asesinato de Carrero y de la propia ETA. Aunque
desde nuestras filas, nosotros nunca fuimos muy inteligentes salvo
excepciones, se haya salido contra este cabrón sin acertar a
comprender que hoy, y pese a todo, este Amis es uno de los nuestros.
Hemos de dejarlo aquí.
Allá cada cual con sus lealtades y sus filias. Sin embargo, una
última cuestión suscita mi curiosidad, ¿hay mayor éxito biográfico
que conseguir que el enemigo reconozca el deber de perdonar a toda
esta cuadrilla de terroristas? Pues esto es lo que se viene
haciéndose en España desde hace treinta años. |
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