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Hay que rectificar, volver sobre
nuestros pasos perdidos, e inevitablemente sobre un nuevo Acto de
Afirmación Nacional.
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Por Pablo Gasco de la Rocha.
Ante la crisis mundial
que padecemos, que por mucho que se nos diga no es sólo de ajuste
financiero, la situación en España, que es lo primero que nos
importa, se agrava como consecuencia de los males que durante
treinta años se han ido enquistando al costado de Patria. Lo que sin
duda dibuja un panorama ciertamente grave, pues la confrontación
política hace imposible un consenso nacional. Evidencia práctica que
en España tenemos de sobra demostrada.
Tras la “conjura” contra la Obra
jurídica-institucional, social y cultural de cuatro décadas de
España bajo la autoridad indiscutida e indiscutible de Franco
-figura histórica que poco a poco se empieza a quedar sin enemigos
reales-, la izquierda y el separatismo han venido sosteniendo un
discurso lleno de tópicos, demagógico e intelectualmente
despreciable, construyendo una realidad de forma arbitraria a base
de fragmentos, que ha sido posible por la falta de una formación de
derechas. Aspecto estratégico del que se ha venido aprovechado la
izquierda, pues a partir de la línea marcada se ha podido seguir
avanzando sin grandes problemas ni sobresaltos en la conculcación de
los valores morales y culturales que nos constituyen como pueblo y
nación. Fiel reflejo de lo que pensaban hacer… “Cuando
terminemos de gobernar, a España no la conocerá ni la madre que la
parió”, que dijo el jefe del corrupto clan familiar “Guerra
& Hnos.”, Alfonso Guerra. Que es por lo que hoy, sin visión ni
enfoque, se considera a Felipe González, “señor X”, todo un
personaje, y hasta casi un estadista, porque no pudo llegar hasta
donde sí ha podido su homologo José Luís Zapatero.
Más allá de las
falacias y mentiras con que se vienen tejiendo los mensajes, que
reinventan una realidad sin anclaje, lo que interesa advertir es que
por encima de la acción de un determinado gobierno, sea éste más o
menos capaz, es vital una reforma profunda de la Constitución en lo
que refiere a nuestro modelo territorial. En este sentido, se trata
de dar un giro a la política seguida durante los últimos 30 años que
ha jugado con el destino de la Nación, achicado el papel del Estado
en favor de las llamadas Comunidades Autónomas hasta convertirlas en
gobiernos soberanos; auténticas fuentes de despilfarro y
clientelismo bordeando siempre la corrupción. Un modelo de difícil
anclaje jurídico, ciertamente una “excepción constitucional”,
como en su día declaró el mismo Tribunal Constitucional. Pues el
“Estado de las Soberanías”, que ni sus mayores defensores pueden
seguir sosteniendo, evidencia el auténtico fracaso de la nación al
ser imposible en la práctica la unidad política, jurídica, económica
y social de España. Pese a lo que declara en contra de esta idea el
Tribunal Constitucional (STC 37/1981, de 16 de noviembre).
Así, entonces, resulta que los odios políticos se
han disparado. Y que nuestro proyecto político-social, digan lo que
digan, se nos muestra y demuestra disperso y mal organizado. Y no
sólo por el daño irreparable que el Gobierno socialista de Zapatero
le está causando, cuyo comportamiento no sólo es irresponsable,
sectario y baboso, y el propio presidente sea un chiste que nos
obliga a todos a ser benevolentes con sus capacidades intelectuales,
sino porque el sistema se viene abajo de forma irreversible. Hasta
el punto que el mismísimo “Antoñito el Inglés” (“La compra de
votos, el río que no cesa”, El Mundo, 16 de abril de 2009) es capaz
de llamar “borregos” a los súbditos de su señor el rey
Juan Carlos.
Consecuencia de este
lastre, el gran problema nacional al que nos enfrentamos es el
desbarajuste territorial, la “guerra de todos contra todos”, por
encima de la situación económica y de la invasión extranjera que
soportamos. Incluso de la crisis mundial que padecemos. Un problema
éste, el territorial, que no se resolverá ni con el triunfo de
Feijoo en Galicia ni con el gobierno PSOE-PP en Vascongadas. Pues la
obra de la Transición, una obra oportunista e inconsciente, sigue
obrando, al menos en el planteamiento teórico, como nuestra
identidad colectiva: “Nuestra última gesta nacional”,
como se expresa una de las voces más destacadas de ese elenco de
pijos de origen o devenidos con que se dota la opción popular, Cristina
L. Schlichting (“¡Viva la tele!”, La Razón, 18 de febrero de 2009).
Sin advertir que en aquella época de la Transición, las cloacas, las
ratas y la mediocridad quedaron al descubierto para infectarlo
todo. |
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Por eso, para reconducir este proceso, que nada
conseguirá si sólo cambian las formas o se despliega una mayor
eficacia en los procedimientos, es imprescindible, vital y
urgente cambiar el modelo de “estructura territorial” del Estado
que ha traído un enfrentamiento entre los hombres y las tierras
de España, y un caos en la administración general del Estado,
sin que el pueblo soberano sea capaz de poner freno a
este despropósito jurídico-político, a este suicidio de España.
Y junto a esta
reforma constitucional, que debe ser profunda y propiciada por
el mismo Jefe del Estado, cerrando de forma clara y determinante
las competencias que se pueden trasferir a las distintas
Comunidades Autónomas, que indudablemente tienen que ser menos
de las que ya tienen trasferidas, un aspecto que también habrá
que contemplar como prioritario es el de la representación, hoy
en manos de los Partidos Políticos. Esos sujetos cuyo único
objetivo es ganar elecciones y que monopolizan no sólo el poder,
sino la vida social en general, anulando la vitalidad del
Parlamento con sus listas cerradas y bloqueadas, y generando
gobiernos sectarios, incompetentes e inmorales; así como
corrompiendo la Justicia al dividirla en progresista y
conservadora, y sobornando a los medios de comunicación de los
que se sirven como voceros de su loca verdad.
Y es que con un sistema sostenido así, es
natural que el rigor de las ideas desaparezca, dándose paso a
las cortinas de humo para ocultar las penurias de la
nación. Una estrategia de las élites frívolas, oportunistas y
resentidas que controlan los partidos. Unas élites políticas
cuyo discurso, carente de todo rigor intelectual, es posmoderno
por definición y escéptico por convicción.
Pero sobre esta
crisis política e institucional de España, se cierne hoy una
crisis económica-financiera mundial, resultado de la corrupción
y de la irresponsabilidad con la que a nivel internacional ha
actuado el capitalismo en su última fase de expansión, la
“Globalización”, que define el momento de verdaderamente
peligroso, y que exige buscar entendimientos, acuerdos y
voluntades. De otro modo, el proceso de descomposición de Europa
puede ser de tal envergadura que nos puede conducir a una
situación irreversible de enormes y gravísimas consecuencias.
En orden a esta crisis económica-financiera
mundial que soportamos, lo primero que habrá que advertir, para
dar un diagnostico real a tal coyuntura, es que hay que volver a
redefinir Europa, y hacerlo sobre el concepto de la Europa “de
las Patrias”, frente a este proyecto alocado de la Unión Europea
auspiciado sobre el Tratado de Lisboa y definido a nivel teórico
como “la Europa atlantista, asociada a Estados Unidos”.
Un proyecto que ya todos dan por fracasado por imprudente e
imposible, cuyo fiasco se evidencia en el consabido “sálvese
quien pueda”, que es lo que demuestran Francia y Alemania, como
locomotora política la una y económica la otra de esta Europa
imposible. De ahí, que sea imprescindible volver a retomar la
idea de Europa que es, antes que nada y sobre todo, una entidad
espiritual, histórica, cultural, étnica y social, única y
distinta a otras realidades. Dimensión conceptual real que hace
imposible la inclusión de Turquía y mucho menos de Marruecos.
Asistimos al final
del Capitalismo, el invento que en su última fase de expansión,
la “Globalización”, se viene abajo. Sin embargo, sobre el modelo
social de “indigentes y millonarios” que ha creado, los
gobiernos hacen lo imposible por reflotarlo, financiando a las
entidades culpables y rescatándolas con dinero de los
ciudadanos, porque ahora sí parece plausible el papel
interventor de los estados. Que es lo que se ha decidido en el
la última reunión del llamado G-20.
Asistimos a una indecente y monstruosa
atrocidad, ante la cual los ciudadanos de los estados de Europa
se muestran resignados como consecuencia de una crisis de
identidad, que se nutre de la frustración económica, el
desasosiego ideológico y el desconcierto ante los
acontecimientos, proclamando que no vale la pena protestar ni
castigar a los culpables. Pues nunca fue tan manejable la
sociedad europea. Por eso es necesario mirar hacia delante y dar
una respuesta a los nuevos retos que se han planteado para
intentar convencer a las gentes que no vale la pena salvar el
sistema. Y que ya tenemos una opción, una alternativa: el Estado
Nacional-Sindicalista.
Que vengan, pues,
los mejores. Que vengan a la Jefatura del Estado, al Gobierno de
la Patria y a las Instituciones de la Nación. El futuro de
España está en juego, y nos concierne a todos. Es la hora de una
Alternativa que tiene que ponerse a avanzar sin descuidar ningún
aspecto para articular el sistema y que éste empiece a
funcionar. Pero, ojo, no porque la sociedad española necesite
“en estos momentos mensajes positivos y morales” como
ha dicho el liberal Antonio Garrigues Waller en La Tercera de
ABC (9-3-2009), sino por España, que no puede esperar más entre
lo inevitable y lo costumbrista. Por eso, a quien consiga
hacerse con la propuesta...
“Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias.”
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