Cuando a las cosas no se les
llama por su nombre ocurren casos como éste. Los españoles de 2007, en especial
los más jóvenes, comienzan su clase de Educación para la Ciudadanía fuera de las
aulas. No les hacen falta profesores que les orienten acerca de lo importante
que es ser buen ciudadano porque ya se encargan los poderes públicos y sus
amanuenses útiles e inútiles de allanarles el camino en su tarea docente. Ahora
lo vemos con el asunto de las trece rosas, comunistas muy jóvenes fusiladas por
sentencia de un consejo de guerra, junto con otros dirigentes masculinos, un 5
de agosto de 1939, a poco más de cuatro meses de terminada la guerra.
Cuando la futura ley de la
Memoria Histórica se apruebe, sólo con leer con cuidado sus artículos se pueden
extraer lecciones. Se está elaborando, exclusivamente, para incrementar
indemnizaciones –ya recibidas en su momento-; para reiterar hechos –conceder la
nacionalidad española a los brigadistas internacionales; para incidir en
condenas –la del franquismo y su régimen, que ya estaban maldecidos
parlamentariamente, no sólo en el Congreso español sino en Estrasburgo, con voto
a favor del PP, y para intentar hacer daño en el
Valle de los
Caídos –solicitar la reconciliación cuando ya estaba más que conseguida
mediante el descanso del músculo, de la sangre y del alma de unos combatientes
con otros en una tumba gloriosa, solemne y común, bajo el manto de Dios Padre.
Querían conseguir otra cosa, la
más importante: la anulación de los consejos de guerra de después de la
contienda, pero ha sido imposible hasta para aquellos que con su poder todo lo
pueden. Se ha quedado en un término –“injusto”-, en otro más “ilegítimo”, y en
no sé cuántos brindis al sol para uso electoral. Pero la palabras “anular” no ha
podido ser introducida porque los documentos son claros, rotundos, inapelables
e, históricamente, apabullantes.
ARRIBA
Es fácil acudir al
sentimentalismo en cualquier momento. Eran trece jóvenes, alguna menor de edad
–entonces estaba establecida a los 21 años- y de oficios y condición modesta. La
guerra, recién acabada. Y desde Alicante, donde se quedaron los comunistas más
sobresalientes esperando a los barcos rusos que nunca llegaron a rescatarlos,
comenzó la reorganización –armada, no se olvide- del Partido Comunista. La
Pasionaria no estaba;
Santiago
Carrillo –otro joven como las rosas- e Ignacio Gallego, dos historiales de
aúpa en Madrid y Jaén, respectivamente, tampoco.
El que sí llegó a Alicante fue
el capitán de Artillería del SIPM (Servicio de Información y Policía Militar)
Manuel Gutiérrez Mellado. Lo hizo acompañado de catorce camiones abiertos
llenos de soldados, falangistas y requetés armados hasta los dientes, que
trajeron a Madrid a los más significados dirigentes del
SIM rojo, que con Pedrero a
la cabeza había sido el bastión más inexpugnable de la tortura, la vileza y el
crimen en aquel Madrid no combatiente, sino cautivo. Pero quedaron restos –no se
produjo el tan proclamado exterminio- que no tenían hasta ese momento
responsabilidad política ni criminal conocida. Y quedaron en libertad en aquel
Madrid recién liberado al que seguramente la fiebre y la pasión política de la
victoria militar le hubieran permitido muchos desbordamientos. Pero hubo
consejos de guerra, diligencias al máximo –comprobables para el que las quiera
ver-, muchas actas, centenares de responsables de éstas con nombre y apellidos,
y sentencias, duras sin duda en tiempos de tragedia, pero ajustadas al más
estricto proceder. Y eso le debe doler bastante a la vicepresidenta del Gobierno
y encargada de la Comisión Interministerial para la Memoria Histórica, señorita
Fernández de la Vega, o señora, porque no sé si ha contraído matrimonio
últimamente, dama de la mejor procedencia de Játiva que, eso sí, dejó a su
novio, hace ya muchos años, a la puerta de la iglesia con el sí en la boca.
Y a Madrid vinieron desde
Alicante José Pena, Severino Rodríguez, Federico Bascuñana
inmediatamente, se pusieron a trabajar armando a las células de las JSU
(Juventudes Socialistas Unificadas), organización que había conseguido soldar el
consejero de Orden Público
Santiago
Carrillo Solares traicionando a sus camaradas y a su propio padre. Y otro
joven más, El Pionero, sería designado como jefe de la rama militar. Éste,
Silesio Cavada Guisado, fue considerado el inductor de un asesinato que cortó la
respiración al clamor de la Victoria: el del comandante Isaac Gabaldón
Irurzun, su hija Pilar –de 10 años de edad- y José Luis Díaz
Madrigal, soldado conductor. Gabaldón era un guardia civil adherido al SIPM
de conducta irreprochable que tenía fama de incorruptible. Sus verdugos, Damián
García Mayoral, Saturnino Santamaría Linacero y Francisco Rivares Cosial, iban
disfrazados con uniforme del ejército nacional, pero eran comunistas y estaban
mandados por El Pionero. Estamos a 29 de julio de 1939, a poco más de tres meses
del día triunfal sobre el comunismo exterminador de todo. Pongámonos en ese día
y en aquel tempo histórico. |
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Inmediatamente se detiene y se fusila, tras consejo
sumarísimo, a los tres asesinos de Gabaldón, pero a El
Pionero, que también esperaba la ejecución, se le retira del
pelotón en el último instante. Y se le entrega a Gutiérrez
Mellado, que había llegado a toda prisa para llevárselo a la
cárcel de Porlier. Allí le ofreció salvar la vida a cambio
de información. Habló con él, escribió algo el joven
comunista, pero de la conversación y de lo escrito nunca más
se supo. Y se le fusiló de verdad un 15 de septiembre de
1939. Tengo los documentos en la mano.
Aquellas
jóvenes habían sido detenidas antes junto con muchos dirigentes
masculinos de las JSU. La reorganización fue inmediata al 1 de
abril de 1939. Ya venía, alguna de ellas, de formar parte de los
batallones comunistas que operaban en la sierra madrileña. Y
tenían conocimiento de las armas, cuya consecución y custodia
les fue encomendada. Hasta el punto de preparar un gran atentado
para el día del primer desfile en la Castellana, en mayo de 1939
y un asalto a la sede de Falange en Chamartín. Ana López
Gallego –una de las trece- “recibía las órdenes directamente
del enlace del comité provincial, Manuel González Gutiérrez,
siendo la tal Anita la encargada de organizar la rama femenina
…” Otro de los proyectos que tenían era el de no actuar en el
desfile hasta después del mismo, ya que las tropas se
encontrarían dispersas y ése sería el momento de actuar con
bombas y mecha que tenía preparadas la rama femenina “por
estimar que por su condición de mujeres les sería más fácil el
transporte de explosivos”. Tengo sus propias declaraciones en la
mano.
La Policía
Militar ejerce un seguimiento de las células en el Madrid recién
liberado, y aparece un esquema del
Partido Comunista en el que figuran, en su Comité nacional,
Carmen Barrero Aguado –otra rosa- y en el provincial
Pilar Bueno Ibáñez –una rosa más-. Los documentos hablan de
su infiltración en FET de las JONS con el ánimo de desarmar a
las escuadras falangistas que colaboran con los servicios de
seguridad y de la importancia en el organigrama de Joaquina
López Laffite –más rosas-, “que fue la que al ser detenidos
los dirigentes masculinos se hizo cargo de la Secretaría General
de dicho Comité (provincial de las JSU).” A ello le ayudaban
–dicen las declaraciones del 31 de mayo de 1939- “Virtudes
González García –una rosa-, Nieves Torres, Mari
Carmen Cuesta Rodríguez y Anita Vinuesa (estas tres
últimas no fusiladas en aquel momento a pesar de su flagrante
implicación política con fines terroristas)”. Los dirigentes se
reunían en casa de Joaquina López Laffite, “que era una de las
personas que gozaban de mayor confianza en el Comité.
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Otra
declaración de un comunista de junio de 1939 dice
textualmente que estaban preparados para el desfile de la
Victoria de ese año y que “para ello contaban con elementos
bastante fuertes incluso con chicas para el espionaje que se
dedicaban a coger a falangistas, desarmarlos y hacerles
decir cuanto supieran; también manifestó que contaban con
ametralladoras para emplazarlas en las desembocaduras de las
alcantarillas … y con gran número de pistolas”. Añadía que
“procedentes de Valencia habían llegado bastantes coches,
cuyos vehículos traían perfectamente escondidos fusiles
ametralladores.”
Resulta
espeluznante comprobar cómo estos comunistas utilizaban a
auténticas criaturas de 15 a 17 años para fines de rebelión
militar en un país que por primera vez en la Historia había
ganado clamorosamente una guerra al comunismo de
Moscú. Y
que la estaba estrenando. Resulta pavoroso leer –lo hago en este
instante- las declaraciones de esas niñas ante los Consejos de
guerra, empujadas y engañadas hasta por sus propias familias
para servir de enlaces, guardar armas o realizar misiones que
por su edad y caras de ángel pudieran pasar inadvertidas. ¡Cómo
pretenden anular los de la Memoria Histórica estos documentos
esclarecedores, rigurosos, avalados por la investigación, la
comprobación y la certificación de todas y cada una de las
declaraciones! ¡Y cómo los hipócritas pueden condenar la pena de
muerte si hasta en la propia Constitución elaborada por ellos en
1978 figura ésta para tiempo de guerra!
Y así todo:
Dionisia Manzanero Salas –otra rosa- era el enlace del
dirigente Bascuñana para estar en contacto con las diversas
ramas de la organización, y en los demás casos, el Consejo de
guerra, pletórico de pruebas, con la firma y rúbrica no sólo de
los miembros del mismo sino hasta de los agentes que hicieron
las pesquisas -¡incluidos los de la Policía Municipal!- destaca
por su pulcritud, que está a la vista de cualquier ciudadano sin
orejeras.
Seguiremos con
este asunto. La Memoria Histórica es para todos, y por eso la
tenemos que contar como fue. Rosas, sí, peor con muchas espinas.
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