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Actualizada: 20 de Octubre de 2.008.  

 
 
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 La otra Memoria Histórica.


Los asesinatos cometidos por los rojos que Garzón difícilmente encontrará.

Por Eduardo Palomar Baró. 




Curiosamente vuelve a relucir en estos días con gran ímpetu la llamada Memoria Histórica, de la mano del juez estrella Garzón. Coincidentemente cuando Rodríguez Zapatero, ¡por fin! se ha apeado del burro y se ha dado cuenta que España estaba bajo una gravísima crisis económica, ha lanzado unos temas para despistar al personal. Esos importantísimos asuntos, que viene solicitando insistentemente el españolito de a pie, es por lo que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, ha puesto urgentemente en marcha tres primordiales y vitales cuestiones: el aborto, la eutanasia y la guerra civil.

Para dirigir este último apartado ha contado con la inestimable colaboración del experto sobre la contienda, el conocido magistrado, juez titular del Juzgado Central de Instrucción nº 5, Baltasar Garzón, el cual ha dictado una providencia para que los ayuntamientos de Madrid, Granada, Córdoba y Sevilla, además de otros organismos e instituciones como la Conferencia Episcopal, la Abadía del Valle de los Caídos y varios archivos y registros estatales, identifiquen a los desaparecidos y enterrados en fosas comunes durante el franquismo.

Así pues, Garzón vuelve a la carga contra el franquismo aprovechando la actual coyuntura económica, aunque da la sensación que el juez sufre amnesia, olvidándose del indulto general que se concedió a todos los españoles, para llevar a España a una transición pacífica. De aquel indulto se beneficiaron los criminales del almirante Luis Carrero Blanco y todos los etarras que asesinaron a 45 personas en tiempos de Franco. También se beneficiaron los artífices de las matanzas de Paracuellos, con las tristemente famosas sacas de los días 7, 28 y 30 de noviembre de 1936, y que parece ser tuvo ‘algo que ver’ el actual  Doctor Honoris Causa, el demócrata Santiago Carrillo Solares.

Otro olvido del inefable Garzón son los asesinatos realizados en tiempos de la República. Desde el 16 de febrero al 15 de junio de 1936, fueron asesinadas 269 personas. Y en los años de la Guerra Civil Española, las hordas marxistas, eso sí, ‘incontroladas’, asesinaron solamente en su demencial persecución religiosa a 4.184 sacerdotes, a 2.365 religiosos y a 283 religiosas, amén de millares de personas por el sólo motivo de ir a misa, ser empresarios, ser de derechas, universitarios, comerciantes, militares, etc. Una vez finalizada la contienda, la aparición de los ‘maquis’, verdaderos defensores de la democracia y la libertad, dirigidos desde el extranjero por Carrillo y “La Pasionaria”, dispusieron en su haber la ejecución de 948 personas.

Como caso inaudito, no sólo esbozaremos algunos de los asesinatos cometidos por los rojos contra los “fascistas”, sino también los realizados y ejecutados entre ellos mismos.

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Según una entrevista concedida a Fernando de Haro, el historiador norteamericano y profesor emérito de Historia en la Universidad de Wisconsin-Madison, Stanley G. Payne, al preguntarle que valor tenía la iniciativa del juez estrella, responde categórico: 

“Ninguna. Es un show político. Todo el mundo sabe que Garzón es un narcisista ego maníaco sin el menor respeto a la ley, a la verdad o la dignidad; siempre dispuesto a lanzarse a cualquier extravagancia que le pueda dar más publicidad”

En la Declaración del PCE para la Reconciliación Nacional, redactada en junio de 1956, ya se reclamaba “la unión nacional de los españoles” y se insistía “en la necesidad de cerrar el foso abierto por la Guerra Civil entre unos y otros, de encontrar un terreno común para impulsar el desarrollo nacional y elevar el bienestar de los españoles”. Es por ello por lo que Fernando de Haro le pregunta al historiador: ¿Por qué cree ahora que la izquierda de Zapatero se empeña en la batalla de la Memoria Histórica?

“Por dos razones –contesta Stanley G. Paine–. Una es cultural, el ascenso del buenismo, la nueva ideología de las izquierdas que se llama corrección política y que da un gran énfasis al victimismo. La otra es para poder estigmatizar de algún modo a las derechas, una palanca política. Pero las dos razones están interconectadas”.

El maestro de los periodistas, Jaime Campmany –haciendo gala de su fina ironía– bajo el título Los crímenes del franquismoescribía ya el 3 de marzo de 2005 en ‘ABC’: 

[…] «Y encima llega Garzón, que está siempre en medio como el jueves y que qué boda sin la tía Juana, y propone una Comisión para averiguar los crímenes del franquismo, que a buenas horas, mangas verdes. Tratándose del franquismo, tendríamos que investigar los crímenes de la preguerra, de la guerra y de la posguerra, la participación en ellos del nazismo, el fascismo y el estalinismo, las Brigadas Internacionales, los muertos de unos y otros, desde el “paseo” a Calvo Sotelo al garrote vil de Puig Antich, el asesinato de García Lorca o el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera».

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En Santander capital existieron tres checas: la Municipal, la de la calle del Sol y la de los Ángeles Custodios.

El militante socialista, dependiente de comercio, Manuel Neila, al ser nombrado Jefe de Policía del Frente Popular comenzó a ejercer la represión, el terror y el asesinato en las citadas checas. Formó una guardia de milicianos bien dispuestos al asesinato y al saqueo. Las checas estaban rebosantes, empezando las “sacas”, o sea los asesinatos: bien arrojando a los detenidos vivos por los acantilados del faro de Cabo Mayor de Santander, o fusilándolos en las tapias del cementerio de Ciriego. Otros detenidos fueron llevados al barco prisión Alfonso Pérez, buque mercante de 7.000 toneladas, anclado en un principio en el fondeadero de los Mártires, en la bahía antigua, y posteriormente en la dársena de Maliaño o “El Cuadro”, en la parte del muelle de la Junta de Obras del Puerto, de Santander. Sirvió de prisión a un sin número de sacerdotes, religiosos, militares y simples católicos que, en parte fueron asesinados en el Cabo Mayor y en su mayoría en el mismo buque, bien ametrallados en la cubierta o bien arrojándoles bombas de mano a las bodegas en que se encontraban hacinados.

Los asesinados en el Faro de Cabo Mayor tuvieron una terrible muerte. El Faro se alza sobre un enorme farallón de unos cuarenta metros de altura que cae a pico sobre las aguas y al que sirven de base agudos peñascos barridos por las bravías aguas del Cantábrico. Desde lo alto eran arrojadas las víctimas que caían sobre las erizadas rocas y eran arrastradas por las olas. Luis Araquistain en su libro “Por los caminos de la guerra”, escribe: “Quien se asome a la baranda del Faro, si es cristiano, hará que suba a sus labios una oración como encendido holocausto a los pobres mártires asesinados en el Faro del Cabo Mayor por la barbarie roja”.

Los frailes trapenses del monasterio de Cóbreces (Santander), después de ser maltratados y escarnecidos brutalmente, fueron llevados al Faro del Cabo Mayor, y con las manos atadas a la espalda y con la boca cosida con alambre, fueron arrojados vivos al precipicio. Eran los RR. PP. Pío Heredia Zubia, prior; Amadeo García Rodríguez, Valeriano Rodríguez García y Juan B. Ferris Llopis; Fr. M. Álvaro González López (hermano de votos simples); Fr. Antonio Delgado (postulante), Fr. M. Eustaquio García Chicote, Fr. M. Ángel Vega García, Fr. M. Ezequiel Álvaro Fuentes, Fr. M. Eulogio Álvarez López y Fr. M. Bienvenido Mata Ubierna.

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En el primer mes de la guerra civil, en Ronda, 512 personas simpatizantes del bando nacional fueron despeñadas al vacío por el cañón que rodea a la ciudad, desde una casa situada en su borde.

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El 14 de agosto de 1936 fueron asesinadas 28 personas en La Garrofa (Almería). Tenían entre 20 y 62 años. Tras ser fusilados, fueron arrastrados al mar por una lancha motora atados con cuerdas de dos en dos. Sus cuerpos reflotaron y llegaron a la desembocadura del río Andarax, varios kilómetros más al levante.

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El 19 de julio de 1936, a las cinco de la mañana, tropas del Regimiento de Cazadores de Santiago salieron de los cuarteles de Barcelona y cuando desembocaban por el Paseo de Gracia con la Avenida 14 de Abril (Diagonal), fueron recibidos por los milicianos con una descarga cerrada. Ante este inesperado ataque, el coronel Francisco Lacasa Burgos resolvió buscar refugio en el Convento de los Padres Carmelitas, situado en la esquina de la Diagonal con la calle de Lauria. Le secundaron el teniente coronel Vázquez Delage y el comandante Rebolledo, convirtiéndose el convento en un fortín que quedó sitiado por tres mil individuos armados de fusiles y dotados de considerable número de ametralladoras.

A la madrugada el cerco se estrechó más y el ataque cobró inusitada fuerza, sin que los defensores cedieran en su resistencia, ante lo cual la Generalidad, durante la mañana del 20 de julio, envió al teniente de Asalto Nicolás Felipe para parlamentar con Lacasa, comunicándole que la casi totalidad de las fuerzas se habían rendido y que el general Goded estaba prisionero. El coronel Lacasa le contestó que no se rendirían y que continuarían luchando mientras les fuera posible resistir. Esta negativa enfureció a los sitiadores y al mediodía reforzaron el asedio grandes contingentes de la Guardia Civil mandados por el coronel Escobar, el cual le expuso unas condiciones honrosas para la capitulación. Se respetaría la vida de todos los que se rindieran; los heridos serían evacuados al Hospital Militar, y el resto de los prisioneros serían entregados a las autoridades militares de la región, para juzgarlos regularmente; por último, la Guardia Civil se encargaría de los prisioneros y garantizaría la seguridad de todos.

Lacasa meditó su responsabilidad al entregar a una muerte segura a los que peleaban bajo su mando, máxime al conocer el fracaso del alzamiento en Barcelona. Una vez hubo consultado con sus oficiales, el coronel Lacasa se dirigió al coronel Antonio Escobar Huertas, diciéndole que ordenase el avance de la Guardia Civil, la única fuerza a que estaban dispuestos a entregarse. Se adelantaron los guardias para recibir a los prisioneros, pero al mismo tiempo avanzaron detrás de ellos la turba enfurecida, enarbolando fusiles y vociferando insultos y blasfemias. Al abrirse la puerta, y cuando salían los primeros prisioneros, el populacho rompió el cordón de guardias y ante su casi general pasividad, se entregó a una bárbara matanza. Caen a tiros, a machetazos, a golpes de culata, el coronel Francisco Lacasa, el teniente coronel Vicente Vázquez Delage, el comandante Antonio Rebolledo, los capitanes Claudio Domingo y Pedro Ponce de León y otros oficiales y soldados. Once padres carmelitas sufrieron el martirio, asesinados y destrozados a navajazos.

Al coronel Francisco Lacasa Burgos le cortaron la cabeza, que la chusma paseó después en triunfo, y al comandante Antonio Rebolledo, gravemente herido, lo rodearon las turbas, asesinándolo y aún moribundo lo llevaron a la jaula de los leones del Parque Zoológico de la Ciudadela, donde fue lanzado a las fieras. Al capitán Claudio Domingo con una sierra le cortaron la cabeza y fue paseada en lo alto de una bayoneta, y su cuerpo destrozado acabó también en la jaula de los leones.

 

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Los acontecimientos del mayo de 1937 –también conocidos como los “Hechos de mayo de 1937” en Barcelona–, fueron debidos al enfrentamiento armado entre el POUM y algunos sectores anarquistas, por un lado, y los comunistas y el Gobierno de la Generalidad de Cataluña, por el otro, y que algunos historiadores han considerado como una “guerra civil dentro de la guerra civil”.

En la tarde del 3 de mayo de 1937, la Comisaría de Orden Público de la Generalidad, al frente de la cual estaba Rodríguez Salas –comunista del PSUC– de acuerdo con el consejero de Seguridad Interior, Artemio Aiguadé –de Ezquerra Republicana– ordenó a la guardia de Asalto tomar el edificio de Telefónica, ubicada en la Plaza de Cataluña de Barcelona, en poder de los milicianos de la CNT y de la FAI, con la pretensión de recuperar una de las muchas parcelas de poder perdidas o abandonadas el 18 de julio de 1936, para impedir de esta manera el control que los anarcosindicalistas ejercían sobre las comunicaciones telefónicas de toda Cataluña.

Se extendió la noticia por toda la ciudad y Barcelona se cubrió de barricadas. Los elementos anarquistas recibieron el respaldo del POUM. La Generalidad pidió refuerzos a Madrid, pero Largo Caballero desoyó la petición, no interviniendo en el conflicto.

Ante la violencia desatada en las calles de la Ciudad Condal, los sindicatos CNT y UGT intentaron mediar entre los sublevados y la Generalidad. Los revolucionarios comprobaron que la cúpula de la CNT no les respaldaba, lo cual representaba un golpe mortal para sus propósitos.

La insurrección duró desde el 3 hasta el 7 del mes de mayo, con un balance de unos quinientos muertos y cerca de un millar de heridos.

Andrés Nin, presidente del POUM fue detenido el 16 de junio de 1937 al salir de una reunión de su partido de la Rambla de los Estudios de Barcelona, por varios agentes de la policía que llevaban una orden de detención firmada por el jefe superior de Policía en Barcelona, el comandante Ricardo Burillo Stolle, que había sido el jefe de los guardias de Asalto que asesinaron a José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936. Nin fue conducido a los calabozos de Jefatura y a las pocas horas fue trasladado a Valencia con gran cantidad de fuerzas y convenientemente esposado. De la capital valenciana fue conducido a Alcalá de Henares, donde los soviéticos ocupaban una especie de república dentro de la república, ya que la Unión Soviética tenía un enorme poder en la España republicana.

A partir de esa misteriosa desaparición se realizaron diversas gestiones para poder ver a Andrés Nin. Una delegación internacional vino a España para investigar el carácter de las acusaciones que se lanzaban sobre el POUM y poder visitar a los detenidos. El ministro de Justicia, Manuel Irujo y Ollo, aseguró que todos los dirigentes del POUM se encontraban bien.

Al final el ministro de Justicia, se vio obligado a hablar; había estado al corriente de todo pero se calló por puras razones de gobierno.  A los cuarenta y nueve días de su  comunicación, se descubrió la trágica verdad y la desaparición de Nin tomó ya estado oficial.

Se supo que Andrés Nin había sido confinado en un chalet que habitualmente utilizaba Ignacio Hidalgo de Cisneros y su esposa Constancia de la Mora Maura. En su interior se hallaba el general ruso Alexander Mikhailovich Orlov, que había llegado a Madrid el 15 de septiembre de 1936, con la misión de ser el enlace del NKVD durante la Guerra Civil española y responsable soviético en el traslado del Oro de Moscú, por cuya operación fue galardonado con la “Orden de Lenin”. En el año 1938 Orlov desertó a los Estados Unidos, huyendo de la purga estalinista dentro del NKVD. 

Orlov, junto con sus agentes, sometieron a Andrés Nin a sesiones interminables de tortura, cuya misión era arrancarle una confesión de que era un espía de Franco, para así poder iniciar un proceso similar a los que estaban ya celebrándose en Moscú contra los rivales de Stalin. Inicialmente le aplicaron la tortura conocida como “método seco”, consistente en privarlo de sueño durante días e impedirle tomar asiento, sometiéndole a sesiones de interrogatorio hasta cuarenta horas seguidas. Para sorpresa de los torturadores comunistas, Nin resistió.

Entonces Orlov optó por las torturas que destrozan directamente los miembros, o sea por el desollamiento. Al cabo de unos días, Nin, al que se había arrancado la piel y lacerado con mayor facilidad los miembros en carne viva, no era sino un amasijo de músculos deshechos, pero seguía sin doblegarse.

El 23 de junio de 1937 se sacó a Nin del chalet para darle muerte en un campo situado a un centenar de metros de la carretera de Alcalá de Henares a Perales de Tajuña. Presentes en el asesinato se hallaban Orlov, otro agente soviético conocido como Juzik y un par de españoles.

En honor a la verdad, hay que reconocer que los soviéticos trataron a Andrés Nin más o menos del mismo modo que los del POUM habían tratado a miles de españoles y pensaron tratar a todo el país, si desgraciadamente se hubieran apoderado del gobierno de España.

El profesor emérito de la Universidad de Wisconsin (E.E.U.U.), Stanley G. Payne, en su artículo Memoria histórica y Andrés Nin, publicado en ABC el 23/03/2008, escribe:

“Si Nin fue mártir y héroe de la extrema izquierda revolucionaria, no lo fue de la democracia. El objetivo del POUM era la creación de un sistema revolucionario totalitario inspirado por la primera Unión Soviética de Lenin. Stalin meramente “perfeccionó” el sistema leninista que ya empezó como terrorista y totalitario. Eso es lo que el POUM buscaba para España y durante el primer año de la guerra participó en toda clase de actos violentos, vandálicos y asesinos.

Esta fue la triste realidad de la Guerra Civil, y, más allá de las criminales circunstancias de su muerte, eso es la verdadera «memoria» que la historia nos enseña sobre el caso y la carrera política de Andrés Nin”.

Alguien dijo que la memoria es un gran cementerio. Al sectario y apasionado promotor de la Ley de la Memoria Histórica, Rodríguez Zapatero, le ha aparecido, presuntamente, en Alcalá de Henares un cadáver sin identificar llamando a su puerta…

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Noche del 3 al 4 de mayo de 1937. Barcelona dormía en relativa paz. Poco o nada hacía pensar que durante el día, comunistas, nacionalistas y anarquistas habían estado combatiendo de nuevo en sus calles. La lucha había sido entre ellos mismos.

A escasos 200 metros de la Generalidad, varios Mossos d’Esquadra encargados de defender la sede del Gobierno catalán, dieron el alto a dos jóvenes que, un tanto despistados, se dirigían al edificio de la CNT en la Vía Layetana. “Estos también son italianos, fascistas encubiertos, contrarrevolucionarios”, sentenció uno de los Mossos. “¡Llevadlos a la Generalidad!”.

Eran Lorenzo De Peretti y Adriano Ferrari, veinteañeros anarquistas que se habían escapado de su casa en Milán para combatir contra el ejército de Franco. Apenas sabían español y menos catalán. No entendían donde les llevaban. A culatazo limpio los plantaron en la plaza de San Jaime, donde se encontraron con los ultranacionalistas del Estat Català, los que más odiaban a los anarquistas. Los que hacía la guardia personal del presidente Companys no lo dudaron. Llevaron a los detenidos a un lateral del edificio y los fusilaron.

 

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El día 21 de julio de 1936 fueron detenidos en la base aeronaval de San Javier los jefes y oficiales de los barcos y dependencias de la misma por una muchedumbre miliciana embriagada por su triunfo en Cartagena. Conducidos a esa ciudad, se les dio como cárcel la bodega del barco “España nº 3” surto en la bahía. Este buque mercante, construido en Alemania en 1906, de 2.188 t de desplazamiento, al estallar la guerra se hallaba en Cartagena, siendo utilizado como barco-prisión por las autoridades republicanas.

Con los marinos entraron en prisión en el España nº 3”, jefes y oficiales del Ejército que se hallaban en los castillos y que la horda consideraba peligrosos, siendo sometidos a un régimen inhumano.

El día 14 de agosto de 1936 entró en el puerto el acorazado “Jaime I”. Llevaba en los mástiles las rojas banderas soviéticas, y en las bordas se apiñaba la marinería vociferante, con los puños en alto. El buque llegaba escorado, con graves averías, con muertos y heridos a bordo. La aviación nacional lo había buscado en su refugio de Málaga, castigándolo implacablemente. Aquella misma noche los del “Jaime I” se presentaron en la Escuela de Armas Submarinas y pidieron que los detenidos del España nº 3 fueran ejecutados sin juicio y en pleno mar. Una patrulla de milicianos acompañaba a la comisión del “Jaime I”.

El jefe de la base dictó entonces dos órdenes que equivalían al asesinato de los detenidos: que el España nº 3 se diese a la mar inmediatamente y que el barco quedase a las órdenes del jefe de la guardia del “Jaime I”, Javier García Rey, tercer maquinista. A las dos y media de la madrugada el España nº 3 zarpaba con su carga lúgubre, ya de agonizantes, y se ponía a media marcha a unas cinco millas del puerto.

Entonces se formaron dos piquetes, uno a proa y otro a popa, y fueron sacados de la bodega a diez de los detenidos, y amarrados a la banda de estribor dispararon sobre ellos, matándolos, y arrojando los cadáveres al agua, de dos en dos, con una parrilla en los pies. Como el número de presos era de ciento cincuenta y cuatro, y los verdugos se dieron cuenta de las dificultades que la matanza había de ofrecerles, dudaron si poner pie a tierra para que las ejecuciones se realizasen en el mismo arsenal. Discutieron largo tiempo, y al fin prevaleció la opinión de que los asesinatos continuasen fuera de la bahía.

Todos de acuerdo ya, se colocaron en la parte de proa de la bodega un maquinista y dos marineros, armados de pistolas-ametralladoras, y otro maquinista y otros dos marineros en la parte de popa, con idénticas armas. Un grumete fue entregando a todos los detenidos papel para que pudiesen escribir a sus familias despidiéndose de ellas, y una vez que lo hicieron se les obligó a subir a cubierta por parejas. Allí los hermanos Rego les mataban a tiros de pistola y arrastraban los cadáveres para dejar paso a las siguientes parejas. De dos en dos, los cuerpos fueron arrojados al mar, lo mismo que los anteriores, con pesos en los pies.

Terminada la matanza, el barco enfiló a la bahía y entró en el arsenal con la tripulación en cubierta a los gritos de “¡Viva la República!” y “¡Mueran los traidores!”

Lo que realmente estremece, es la comunicación que el comandante del barco España nº 3 envió al jefe del arsenal, relatándole lo ocurrido:

«Tengo el honor de poner en su conocimiento que a las dos treinta minutos de hoy salió este buque a la mar para dar cumplimiento a la orden muy urgente de usted, que así lo dispuso. Hallándose este buque fondeado en la bahía, como en días  anteriores, pude notar en la dotación cierto nerviosismo, del que en distintas ocasiones he tenido que dar cuenta a usted por parecerme en algún momento peligroso para la seguridad de los detenidos. En el día de ayer, con motivo de la llegada a este puerto del “Jaime I”, averiado y con muertos y heridos por bombardeo aéreo, se observó una mayor indignación en las personas que presenciaban cuantas operaciones se hacían en el citado acorazado y que pedían noticias de lo sucedido. Una vez en el mar, la indignación subió de punto, pidiendo que se hiciera justicia más rápida con los detenidos, porque según ellos lo que se pretendía era substraer a los presos de un castigo ejemplar, ya que no se había tomado una resolución acerca del juicio sumarísimo. Tuve que intervenir, recomendándoles calma y diciéndoles que ya estaban actuando los jueces, pero esto, lejos de calmarles, los excitó más, hasta el punto de que perdí el control sobre ellos.  Armados como estaban y con una superioridad numérica manifiesta, me era imposible hacer nada que pudiera evitar sus propósitos. Cuando llevábamos navegando unas cinco millas hacia el Sur con cien grados al Este, fuimos obligados a poner el barco a media marcha. En estos momentos procedieron a llamar a cubierta a las personas detenidas, y colocándolas a la banda de estribor, eran fusiladas por grupos y luego lanzadas al mar con unos pesos en los pies. Cumplidos sus propósitos, después de baldear la cubierta, decidimos volver al puerto, a lo que ellos no se opusieron, marchando el barco entre aplausos y mueras significativos, de la dotación del “Jaime I”, al arsenal donde se reprodujeron las ovaciones y gritos cuando pasaba frente a los talleres de la Sociedad Española de Construcción Naval y hallándose los muelles y el arsenal completamente ocupados por otros marineros».

 

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Pilar Santiago, maestra y educadora, militante y feminista revolucionaria perteneciente al POUM, nació en 1914 en Barruelos (Palencia) pero su modesta familia se trasladó a Barcelona. Siendo estudiante, se destacó en la vida local de San Andrés y en sus organizaciones populares. Cuando terminó sus estudios de Magisterio ingresó en el Bloque Obrero y Campesino (BOC) y, luego, en la Juventud Comunista Ibérica–POUM. En 1931-32 se unió al movimiento de jóvenes maestros que querían revolucionar y modificar la enseñanza primaria y laica. En la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, conoció al que iba a ser su marido, Juan Hervás. Y juntos militaron en el POUM a partir de su constitución en 1935.

Cuando se venció la insurrección militar y los trabajadores abrieron el proceso revolucionario de 1936, Juan Hervás fue elegido secretario general del Consejo de la Escuela Nueva Unificada, organismo que, prosiguiendo y ampliando la obra de la República, transformó fundamentalmente la enseñanza. Pilar trabajó también en este dominio, hasta que fue elegida miembro del Comité Central de la Juventud del POUM, donde desarrolló una intensa actividad de propagandista. Estuvo en el cuadro de oradores con Nin y Wilebaldo Solano, recorriendo Cataluña y Levante. Trabajó en el Secretariado femenino del POUM con María Teresa Andrade y fue redactora de “Emancipación”, la revista femenina revolucionaria que defendió la política de Nin en la Consejería de Justicia de la Generalitat (nueva familia, derecho al aborto, protección de la infancia y derechos políticos a los 18 años).

Cuando se produjo el retroceso revolucionario que supuso la caída de Largo Caballero y la represión contra el POUM, Pilar y Juan Hervás fueron de las primeras víctimas. Ella pasó por las checas de Barcelona montadas por la policía de Stalin y luego sufrió meses de prisión en la Cárcel de Mujeres de Barcelona. Pero lo peor fue para su marido. Cuando se realizaba la represión contra los elementos del POUM, Juan Hervás, junto con Jaime Trepat, ingresó en la 141 Brigada que mandaba el comunista Eduardo Barceló, en una Compañía de Transmisiones de la que era comisario un anarquista llamado José Meca. Entre el comisario Meca y el jefe de la Brigada había fuerte tirantez. Mientras llegaba impunemente toda clase de prensa comunista, el diario de la organización catalana “Solidaridad Obrera” era interceptado y quemado.

En la reunión de la “troika” se llegó al acuerdo de eliminar físicamente a los elementos de la CNT y el POUM. El 16 de marzo de 1938, hallándose en primera línea de fuego, José Meca, Juan Hervás y Jaime Trepat fueron llamados a presentarse al puesto de mando de la Brigada distante varios kilómetros en la retaguardia. Por teléfono se les indicó el camino que tenían que seguir para llegar lo más pronto posible al lugar de cita: un camino inhóspito, no frecuentado. Los tres hombres desconfiaron y acordaron tomar precauciones. Los dos primeros irían delante, formando así dos grupos. A mitad de camino, Trepat, que cerraba la marcha a regular distancia, oyó unos disparos de pistola ametralladora. Y temiendo lo peor siguió camino desviándose del itinerario señalado. Al llegar al Puesto de Mando, el jefe Barceló quedó muy sorprendido al verle. Y sin más explicaciones ordenó que Trepat fuese llevado a un batallón disciplinario. Al día siguiente un parte de la Brigada decía: «Han desaparecido el comisario de Transmisiones Meca y el soldado Juan Hervás. Se supone que han pasado al enemigo o han desertado del frente». Un día más tarde otro parte decía: «Ha desaparecido el soldado Jaime Trepat. Se supone ha pasado al enemigo o desertado del frente».

 

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Felipe Mingo y Antonio García, pertenecientes respectivamente a la CNT y a la UGT, fueron fusilados en el Frente del Centro acusados de haber hecho una escapada a la retaguardia si el debido permiso. Estos casos menores de indisciplina solían castigarse con unas semanas de trabajo forzoso en una compañía disciplinaria.

• El 11 de octubre de 1938 fueron fusilados en el frente, sin que mediara proceso, el capitán y el comisario de una compañía, acusados de haber perdido una posición durante una batalla. El comisario pertenecía a la CNT y se llamaba Joaquín Rubio.

• A principios de 1937, en un pueblo del Centro cercano al frente, fueron fusilados unos soldados por haber protestado del castigo humillante a dos compañeros del mismo Batallón acusados de breve escapada a la retaguardia. (Se estimaban tan inofensivos estos delitos que los que los cometían no eran considerados desertores. Se les solía llamar “turistas”.)

• Un Batallón confederal de la 70 Brigada fue socorrido en el momento en que se hallaba en graves dificultades con el enemigo. El capitán de las tropas de socorro, llamado Francisco Montes, disparó no más llegar contra el comisario del Batallón confederal, el cual estaba de espaldas animando a sus soldados. Murió en el acto.

• El 25 de mayo de 1938 se ausentaron de una base de instrucción militar de Cataluña dos jóvenes libertarios recién movilizados. Tres días después de ser detenidos fueron fusilados.

• El jefe de la 79 Brigada, Miguel Arcas, conocido anarquista, estuvo sentenciado a muerte por una “troika”. Para que el crimen quedase disimulado, se asesinaría al mismo tiempo al comisario de la Brigada, que era comunista. Este descubrió la maniobra y por el interés que le tenía previno al jefe del común peligro.

Estos hechos concretos están tomados de diversos documentos de los archivos de la CNT y de la FAI.

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En julio de 1936 en Barcelona, militantes de la CNT asesinaron a más de 80 miembros de la UGT.

• Edward Knoblaugh, corresponsal en Madrid de la agencia norteamericana Associated Press, escribe: «Los anarquistas y los socialistas-comunistas se mataban entre sí con regularidad uno o dos muertos al día. […] Cientos de izquierdistas moderados, eran ejecutados bajo la acusación de sabotajes y actividades contrarrevolucionarias».

• El fusilamiento en agosto de 1936 del socialista teniente coronel Cuervo, falsamente acusado de tratar con el enemigo, según testimonio del general y ex ministro de Guerra republicano el general Luis Castelló Pantoja y del ex ministro de Gobernación el socialista Julián Zugazagoitia.

• A finales del verano de 1936 cerca de Barbastro, fueron asesinados por militantes anarquistas 25 afiliados a la UGT.

• En octubre de 1936 en Madrid, en la plaza de Tetuán y calles limítrofes, por enfrentamientos entre fuerzas del orden y anarquistas, mueren 50 personas.

• Los asesinatos de republicanos e izquierdistas cometidos por los anarquistas y las autónomas Columna de Hierro y Columna Rosal y sus enfrentamientos con otras fuerzas del Frente Popular, como el choque de noviembre de 1936 en Valencia, cuando la Columna de Hierro sembró el terror en la ciudad y su posterior batalla con la Guardia Popular Antifascista, policía comunista-socialista, que dejó un saldo de 148 muertos.

• Los conocidos como “Hechos de la Fatarella” en enero de 1937 consistieron en la matanza de 37 campesinos tarraconenses a manos de las brigadas anarquistas, que querían colectivizar las tierras y a lo que los lugareños se resistían.

• El 25 de abril de 1937 en Molins de Llobregat (Barcelona), es asesinado el dirigente del PSUC Roldán Cortada. Al día siguiente en Puigcerdá, son abatidos a balazos el anarquista Antonio Martín y dos de sus compañeros.

• Cuando a la una de la tarde del miércoles 5 de mayo de 1937, Antonio Sesé Artaso, dirigente del PSUC, consejero de la Generalidad, y secretario de la UGT catalana, se dirigía al Palacio de la Generalidad para jurar su cargo, fue tiroteado y muerto en la calle Caspe, frente al Sindicato de Espectáculos Públicos de la CNT. Los anarquistas afirmaron que Sesé había sido víctima de un disparo procedente de las barricadas de la Ezquerra, en el Paseo de Gracia. Una hora después, muy cerca de allí, en la calle Cortes, caía combatiendo Domingo Ascaso Abadía, de la CNT. Era hermano de Francisco, máximo líder, junto con Buenaventura Durruti y García Oliver, del anarcosindicalismo español. Todo ello sucedía en los llamados “Hechos de mayo de 1937 en Barcelona”.

• A finales de julio de 1936, Camillo Berneri llegó a Barcelona. Enseguida se encargó de reagrupar y organizar a aquellos voluntarios que llegaban a combatir el ‘fascismo’ en una columna italiana que pronto partiría hacia el frente de Aragón. Por diversos problemas físicos, Berneri tuvo que dejar el frente dedicándose en Barcelona a una labor propagandística, realizando diversas emisiones radiofónicas dirigidas a voluntarios italianos y trabajando en la edición del periódico “Gerra di classe”. En esta publicación retomó el tema de la revolución rusa ya con un espíritu tremendamente crítico con la perspectiva del tiempo y de la situación en la España de entonces. Las últimas intervenciones públicas de Berneri, a principios de mayo del 37, fueron hacer una defensa del POUM ante las acusaciones del PSUC de colaboración con el fascismo.           

Francesco Barbieri se encontró a fines de 1936 en Barcelona con Berneri, formando parte de la sección italiana de la columna Ascaso, de la que Berneri era el comisario político. Barberi buscó fondos, armas, medicamentos y ambulancias.

El piso en el que vivía con Berneri y sus compañeras Tosca Tantini y Fosca Corsinovi, fue muchas veces allanado por comunistas y ugetista durante las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona. En la noche del 5 al 6 de mayo un grupo de unos quince hombres, con pistolas en la mano, irrumpieron en el piso, y tras un violento altercado, Barbieri y Berneri fueron conducidos hacia la plaza de Cataluña.

El día 6 de mayo, una delegación de  la UGT se personó en el citado piso, para decirles a sus compañeras que Berneri y Barbieri iban a ser liberados, cuando ya sus cadáveres habían sido identificados y trasladados al Hospital Clínico.

Los sucesos del mayo de 1937, con un mínimo de 500 muertos y cerca de un millar de heridos, se podían añadir los 36 anarquistas asesinados por el PSUC en Tarragona, y los 12 cadáveres de jóvenes anarquistas abandonados en el cementerio de la barcelonesa Sardañola, “horriblemente mutilados, con los ojos fuera y las lenguas cortadas”, según denunció la ex ministra y dirigente anarquista Federica Montseny Mañé.

• Después de acabar con el POUM, socialistas y comunistas desataron una campaña contra las colectividades anarquistas. Enrique Líster Forján, el comandante comunista de la XI División, fue el responsable de numerosos asesinatos de campesinos castellanos, como los 60 fusilados en el pueblo toledano de Mora, ejecuciones que jamás negó e incluso justificó: “Hubo que crear un Tribunal en Mora de Toledo y tomar algunas medidas muy serias. Luego me acusaron de que si yo había fusilado y tal y cual; y yo he respondido que sí, que yo he fusilado, y que estoy dispuesto a hacerlo cuantas veces haga falta. Porque yo no hago la guerra para proteger a los bandidos ni para explotar a los campesinos; yo hago la guerra para que el pueblo tenga libertad”. De las numerosas ejecuciones del Comunista Enrique Líster –de algunas de ellas alardeó ufano hasta el último día de su vida–, se sabe que durante la ofensiva de Brunete en julio de 1937, ordenó fusilar a un comisario de división y a un comandante de brigada regular, ambos anarquistas.

El 5 de agosto de 1937, el ministro de Defensa Indalecio Prieto, llamó a Líster para darle una orden, pero no por escrito, sino verbal: que actuase sin contemplaciones ni trámites burocráticos y acabase con el Consejo de Aragón. Líster, que además de asesino contaba con una de las mejores y más eficaces unidades armadas del Frente Popular, cumplió con creces la orden verbal, finalizando la misión a finales de agosto “con extremada violencia”.

Pero tanto en número como en crueldad fue superado por su camarada comunista Valentín González González “El Campesino”. Según testimonios, sólo en la zona central castellana fueron eliminados cientos de pequeños campesinos, comerciantes y artesanos colectivistas.

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André Marty nació en Perpignan (Francia) el 6 de noviembre de 1886. Fue encargado por la Internacional Comunista de la organización del reclutamiento y disposición de las Brigadas Internacionales con el cargo oficial de Inspector General.

La carta del comunista André Marty, que dirigió al Comité Central del PCF el 15 de noviembre de 1937, no puede ser más elocuente para darse una idea de la clase de individuos que como brigadistas acudieron a España en octubre de 1936 procedente de distintos países europeos, EE.UU y alguno hispanoamericano:

«En España, mezclados con magníficos militantes comunistas, socialistas, antifascistas italianos, emigrados, alemanes y anarquistas de diversa condición y raza, hemos recibido a muchos centenares de elementos criminales internacionales, y mientras algunos de ellos se han limitado a vivir anchamente sin hacer nada y combatir, muchos han iniciado, aprovechándose de los primeros días, una innumerable serie de delitos abominables: estupros, violencias, robos, homicidios por simple perversión, hurtos, secuestros de personas, etc. No contentos con eso, fomentan sangrientas rebeliones contra las autoridades de Valencia, y no ha faltado alguno que se ha dedicado a ser espía de Franco. A medida que la Policía de Valencia se hacía dueña de la situación, tales elementos eran perseguidos y enviados a Albacete, centro de las Brigadas Internacionales a mis órdenes. Y así como ciertos de los aludidos han redimido sus culpas combatiendo valientemente y cayendo en los encuentros más encarnizados que las Brigadas han sostenido por la salvación de Madrid, otros dan pruebas de ser incorregibles.

Pretendían continuar en Albacete las criminales empresas que habían llevado a cabo en otras partes. Una vez detenidos, se escapaban del campo de concentración, agrediendo y matando a los centinelas. En vista de esto, no he dudado en ordenar las ejecuciones necesarias. Esas ejecuciones, en cuanto han sido dispuestas por mí no pasan de quinientas, todas ellas fundadas en la calidad criminal de los condenados».

Así pues, André Marty, conocido como “El Carnicero de Albacete”, “Le Boucher”, “Il Macelaio” o “The Butcher”, ejecutó a quinientos brigadistas, pero también señaló que otros habían redimido sus culpas combatiendo, comprobándose una vez más la historia de que en las Brigadas Internacionales estaban los peores individuos del hampa, salvo una minoría de idealistas que pagaron con sus vidas el error cometido. André Marty omite decir lo que sucedió en las batallas de la Granja en mayo de 1937, ni en la de Brunete en julio del mismo año, en las que soldados de las Brigadas se negaron a avanzar contra el adversario, siendo ejecutados al estilo soviético: un golpe en la espalda y un tiro en la nuca.

La frase preferida del “carnicero de Albacete” era: “La vida de un hombre vale 75 céntimos, el precio de un cartucho”.

Para Guillermo Cabanellas (“La guerra de los mil días”. Ed. Heliasta, Buenos Aires 1975): 

«André Marty pasará a la historia de la guerra española como un ejemplar sanguinario, cuya manía de fusilar a la gente constituía la revelación no de un genio, sino de un enfermo mental, de un asesino nato, que saciaba así sus bajos instintos. Difícilmente podía adivinarse en el rostro rechoncho, de doble papada y ojos azules, al sanguinario verdugo que fríamente exterminó a miles de sus ‘camaradas’ por las causas más baladíes y por los pretextos más infundados».   

 

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Fue uno de los 13 pastores diocesanos de la Iglesia española, asesinados por las hordas marxistas.

D. Manuel Basalto Jiménez, fue traído desde Jaén para ser asesinado en el lugar conocido con el nombre de “Pozo del Tío Raimundo”, próximo al Cerro de Santa Catalina, del término de Vallecas (Madrid), en unión de su hermana y del Deán y Vicario General de aquella Diócesis, D. Félix Pérez Portela. Juntamente con unos doscientos detenidos de aquella provincia, bajo pretexto de ser trasladados a la prisión de Alcalá de Henares, fueron conducidas en un tren especial que sobre las once de la noche del día 11 de agosto de 1936 salió de Jaén custodiado por fuerza armada, siendo en el trayecto constantemente vejados por las turbas que esperaban en las estaciones de paso y que los insultaban y apedreaban, llegando el convoy a Villaverde (Madrid) donde fue detenido por los marxistas, que con gran insistencia pedían les fueran entregados los presos para asesinarlos. El Jefe de la fuerza que venía custodiando a los detenidos habló entonces por teléfono con el Ministro de la Gobernación, y el resultado de la conferencia fue retirar las fuerzas mencionadas, dejando en poder de la chusma a los ocupantes del tren, que fue desviado de su trayectoria a Madrid y llevado a una vía o ramal de circunvalación hasta las inmediaciones del lugar ya mencionado del “Pozo del Tío Raimundo”. Rápidamente empezaron los criminales a hacer bajar del tren, tandas de presos, que eran colocados junto a un terraplén y frente a tres ametralladoras, siendo asesinados el Obispo y el Vicario General. La hermana de D. Manuel Basalto Jiménez, que era la única persona del sexo femenino de la expedición, fue asesinada individualmente por una miliciana que se brindó a realizarlo, llamada Josefa Coso (a) “La Pecosa”.

Continuó la matanza a mansalva del resto de los detenidos, siendo presenciado este macabro espectáculo por unas dos mil personas, que hacían ostensible su alegría con enorme vocerío. Estos asesinatos, que comenzaron en las primeras horas de la mañana del 12 de agosto de 1936, fueron seguidos del despojo de los cadáveres de las víctimas, efectuado por la multitud y por las milicias, que se apoderaron de cuantos objetos tuvieran algún valor, cometiendo actos de profanación y escarnio y llevando parte del producto de la rapiña al local del Comité de Sangre de Vallecas, cuyos dirigentes fueron, entre otros los máximos responsables de los execrables asesinatos.

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Pocos días antes de la liberación de Barcelona, hecho ocurrido el 26 de enero de 1939, los del Frente Popular ordenaron que los presos políticos menores de cincuenta años de edad fueran encuadrados en batallones disciplinarios, para sumarse a las obras de defensa y los demás pasasen a Ripoll (Gerona). Cundió el pánico en las cárceles de la Ciudad Condal, pues se recordaba lo ocurrido en Madrid, en noviembre de 1936, cuando la caída de la capital parecía inminente y numerosos presos fueron asesinados en Paracuellos del Jarama y en Torrejón de Ardoz.

Más de 50 cautivos barceloneses, entre los cuales figuraban los hermanos Bassas Figa, el abogado Bosch-Labrús, el doctor Fontcuberta-Casas, el presbítero Guiu Bonastre y el financiero Garriga-Nogúes Planas, fueron llevados a Ripoll y desde allí al santuario de Nuestra Señora del Collell, en el partido judicial de Besalú, no demasiado lejos de Olot. En los últimos días de la retirada de los rojos de Cataluña, fueron asesinados en el Collell. La matanza fue cometida a toda prisa y algunas de las víctimas sobrevivieron al fusilamiento, entre ellos Rafael Sánchez Mazas, fingiéndose muertos, refugiándose en una masía de Cornellá del Terri (Gerona).   

Entre los encarcelados en Barcelona se encontraban monseñor Anselmo Polanco, obispo de Teruel y el defensor de aquella ciudad, el coronel Rey d’Harcourt. El 23 de enero de 1939, Polanco, Rey d’Harcourt, el coronel Francisco Barba, el comandante Herrero, el reverendo Felipe Ripoll, el teniente coronel de la Guardia Civil José Pérez de Hoyo y el antiguo comisario de Policía José Coello de Portugal, junto con otros cautivos procedentes de Teruel, fueron trasladados a Santa Perpetua de Moguda (Barcelona), para unirse allí a un grupo de italianos prisioneros de guerra. El 27 de enero, los llevan a Ripoll, y desde aquí, a pie, a San Juan de las Abadesas. El 31, pasan por Figueras y llegan a Pont de Molins, donde les alojan en ‘Can Boach’. El 6 de febrero se recibe en Pont de Molins una orden del Negociado de Prisioneros y Evadidos, suscrita por el general Vicente Rojo Lluch, donde se ordena entregar a las Fuerzas Aéreas y en calidad de rehenes a «las personalidades de relieve, así como al obispo de Teruel y a los italianos», para conducirlos a la Zona Central. El día siguiente, entre las diez y once de la mañana, llega un camión militar a ‘Can Boach’, con un comandante, un teniente, un comisario político, dos sargentos, seis cabos y treinta soldados, cuya procedencia nunca es aclarada. Exigen la entrega inmediata de Rey d’Harcourt, del obispo Polanco y de otros 38 prisioneros. Los ceden los guardias, si bien protestan cuando los atan de dos en dos, afirmando que aquellos hombres no son peligrosos. Replica el comandante que su custodia ha terminado y ahora le corresponde a él ejercer la suya.

Maniatados por parejas, los llevan a un barranco, el de Can Tretze, entre Pont de Molins y Les Escaules. A las dos de la tarde, en unos matorrales de la hondonada, los acribillan a tiros y luego prenden fuego a los cuerpos, tras rociarlos con gasolina.

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Del 5 al 13 de marzo de 1939 tuvo lugar en Madrid la última batalla de la Guerra Civil, donde se enfrentaron fuerzas prosoviéticas socialistas y comunistas, contra fuerzas anarquistas de Cipriano Mera Sanz y del militar profesional republicano Segismundo Casado.

La sublevación del coronel Casado, comandante en jefe del Ejército del Centro, contra el Gobierno de Negrín, dejó a éste desconcertado, ya que no se veía con fuerzas para tratar de prolongar la resistencia de una República totalmente dividida. La única alternativa era emplear la fuerza ordenando a las divisiones comunistas que defendían el frente de Madrid que realizaran un movimiento hacia el interior y se enfrentaran a los partidarios de Casado. De nuevo las divisiones políticas en el seno del Frente Popular, eran motivo de una guerra civil en la retaguardia, tal como había ocurrido en mayo de 1937 en Barcelona.

Negrín y los más importantes dirigentes del PCE dieron a España por perdida y decidieron no resistir al golpe de Casado a pesar que los comunistas de Madrid empezaron una violenta lucha callejera con los “casadistas”. El día 8 de marzo de 1939 desde el aeropuerto de Monóvar, cercano a Elda, Negrín y los dirigentes del PCE abandonaron el país en avión.

En Madrid, las divisiones comunistas siguieron combatiendo ya que no querían creer que sus dirigentes les hubieran abandonado. La mayor parte del centro de Madrid ya lo tenían controlado, y a finales del día los comunistas tenían tan dominada la situación que podrían haber dictado sus condiciones, pero ante la huída de sus jerifaltes se quedaron sin saber que hacer. A partir del 11 de marzo de 1939 los comunistas empezaron a quedar aislados y muchos de sus componentes se pasaron a las filas de Casado.

Los “casadistas” fusilaron el 18 de marzo al coronel Luis Barceló Jover, jefe del I Cuerpo de Ejército, en el Cementerio Este de Madrid y el día 22 al comisario de la VII División José Conesa Arteaga, en el mismo cementerio. Anteriormente fuerzas del comunista Barceló habían ejecutado a los ayudantes de Casado, los coroneles José Pérez Gazzolo, Arnoldo Fernández Urbano, Joaquín Otero Ferrer y al comisario Ángel Peinado Leal.

Así concluyó esa guerra civil surgida dentro de la guerra civil, que arrojó un balance de unas 2.000 vidas.

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El artículo “Amaneceres rojos, ocasos de España de Ismael Medina, empieza diciendo: «Rodríguez ha conseguido su propósito de sacar adelante la venganza que se toma por su abuelo. Ese y no otro es el origen de la Ley de Memoria Histórica que avanza su trámite parlamentario con el concurso de los partidos secesionistas y, ¡cómo no!, de los comunistas de IU. […] Han transcurrido 62 años desde que, en 1946, se declararon liquidadas por Ley, las responsabilidades políticas y penales derivadas de la guerra civil. Podrían los promotores de la Ley de Memoria Histórica haber incluido en su texto que también alcanzaría igual revisionismo a los juicios de los Tribunales Populares en zona roja. Una cínica cobertura sin apenas efectos prácticos puesto que la mayoría de las decenas de miles de fusilamientos practicados lo fueron de manera expeditiva y sin que, habitualmente, mediara ni tan siquiera la pamema de un juicio sumario con sentencia a muerte predeterminada».

Y termina: «La Ley de Memoria Histórica pretende ganar desde el totalitarismo la guerra que perdió el Frente Popular, simbolizado en la obsesión esquizofrénica de vengar a su abuelo. La conclusión es obvia: los amaneceres rojos han desembocado siempre y desembocan ahora en el ocaso de España».

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