Los
treces Prelados asesinados por los rojos.
BASULTO
JIMÉNEZ, Manuel.
Obispo
de Jaén.(1869-1936).
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Nació en Adanero, pueblecito
de la provincia de Ávila, el 17 de mayo de 1869. Realizó sus
estudios eclesiásticos en la capital de la diócesis, pasando
después a Valladolid, donde obtuvo con brillantez la licenciatura
en Derecho. Como sacerdote regentó dos canonjías: la magistral
de León y la lectoral de Madrid. El 16 de enero de 1910
fue consagrado obispo en la iglesia de los Paúles de
Madrid. Su primer campo pastoral fue la diócesis de Lugo, en
donde permaneció durante diez años. En junio de 1920 fue a Jaén,
punto de partida de su pontificado. En su escudo rezaba el lema:“Quien
a Dios tiene, nada le falta”.
El
18 de julio de 1936 estaban concentradas en la capital las fuerzas de la
Guardia Civil de toda la provincia, al mando del teniente coronel Pablo
Iglesias Martínez, el cual no hizo ninguna tentativa para alzarse, lo
que facilitó el triunfo del Frente Popular, cuyos elementos más
exaltados se lanzaron a la calle dispuestos a barrer los focos
facciosos. Primero se dirigieron al palacio episcopal, reclamando a
voces las armas que suponían existir en el interior. Cuando estaban
intentando descerrajar las puertas a culatazos, el obispo se las abrió
de par en par, comprobando las turbas que allí no había armas, pero
prometieron volver.
En
la mañana del día 11 le fue pasada al obispo una confidencia, haciéndole
saber que su nombre y el de sus familiares figuraban en lista para
aquella noche en el segundo tren que iba a salir con el mismo destino.
Fueron unas trescientas personas las que fueron materialmente prensadas
dentro del tren.
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El
jefe de estación de Santa Catalina, inmediata a la de Atocha, Luis López
Muñoz, testigo presencial, hizo la siguiente declaración una vez
finalizada la contienda:
«Cuando
hacia las doce del día 12 de agosto llegó el tren a la estación de
Santa Catalina, grandes grupos de mozalbetes armados lo esperaban y
comenzaban a dar gritos de alegría, pidiendo que se les entregaran los
prisioneros. Entonces se presentaron dos camiones de guardias civiles y
de Asalto, que intentaron conducir el tren hasta Alcalá de Henares;
pero el populacho se opuso. Se llamó por teléfono al ministerio de la
Gobernación y a la Dirección de la Guardia Civil consultando el caso;
como las órdenes no eran muy concretas, se puso al aparato un individuo
llamado Arellano, que, según parece, era el jefe de los libertarios, y
tuteando al ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, le dijo que,
si no les entregaban los prisioneros, matarían a los guardias.
Contestación del ministro:”Si es la voluntad del pueblo, que se los
entreguen”.
Los
guardias se retiraron, dejando el tren abandonado y en poder de los
revoltosos, que le hicieron andar por la vía de Vallecas. Antes de
llegar a este pueblo, en un sitio llamado Caseta del Tío Raimundo,
detuvieron el tren, siendo aproximadamente las tres de la tarde. Allí
fueron haciendo bajar a los prisioneros y los fusilaron en tandas. El
que mató al señor obispo declara que lo hizo disparando una escopeta
cargada de plomo a una distancia de metro y medio».
Dos
de los supervivientes, Jacobo Navarro y Leocadio Moreno, dijeron que el
obispo cayó de rodillas, exclamando:
«Perdona, Señor, mis pecados y
perdona también a mis asesinos».
© Generalísimo Francisco Franco, 2.005.-
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