Estamos
por la vida.
Por Antonio
Cañizares. Cardenal Arzobispo de Toledo. La Razón, 06/03/2007.
Quien quiera ver,
concentrado en el tiempo, qué nos está sucediendo en el terreno
del relativismo, de la perversión del lenguaje, del desconcierto y
de la quiebra del lenguaje, del desconcierto y de la quiebra moral,
habrá de acudir a la semana pasada, pródiga en signos sintomáticos
de una sociedad en trance de “desmoralizarse”.
Comenzó la semana
con un debate en el Parlamento sobre una proposición legislativa de
iniciativa popular, avalada por un millón y medio de firmas, en la
que sencillamente se pedía algo tan normal, tan acorde con la
naturaleza humana, y con la verdad del hombre, como es el
reconocimiento de que el matrimonio es la unión estable de un
hombre y una mujer; y fue rechazada. Este mismo Parlamento aprobaría,
sin embargo, una Ley sobre los transexuales, la más avanzada del
mundo, donde es la decisión del hombre lo que cuenta, en último término,
en el tema de género.
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Se origina, al
tiempo, la gran conmoción con el proceder del Gobierno en el asunto
de Ignacio de Juana. No era para menos. Podríamos fijarnos en múltiples
aspectos. Por mi parte, sólo quiero fijarme en uno. El ayuno
“controlado”, durante más de cien días, de este ETARRA, no
arrepentido, constituye un acto más de violencia, de terrorismo:
“refinado e inteligente”, pero terrorismo. No se trata de una
acción con armas, ni perpetrada contra personas ajenas. Pero sí de
violencia en la propia persona, orientada a los mismos fines de ETA,
que antaño orientaron sus propias acciones criminales con
veinticinco muertes horribles, y dentro de su estrategia.
La violencia
criminal de este “ayuno” con que ha amenazado a toda la sociedad
y al Estado, y los ha puesto de hecho en jaque, los ha intimidado y
conmocionado realmente -¿doblegado?-, tiene una intencionalidad
ideológica totalitaria, propia del terrorismo, dentro de la gran
estrategia de esa organización terrorista.
De Juana ha puesto,
mantenidamente, en tensión a toda la sociedad, obteniendo una
amplia repercusión política, potenciada por la publicidad que ha
logrado su nefanda acción. Para este terrorista y su atentado de
“intento” de suicidio lento, ha resultado de capital y vital
importancia dar publicidad a su acción por los medios de comunicación
social.
Estamos ante una
realización deliberada de una acción de violencia prolongada
contra la propia vida, integrada dentro de un plan terrorista, para
paralizar a personas e instituciones sociales, y generar un estado
de ánimo en el que no se actúa con libertad. Ha logrado que
muchos, engañados y cegados, se hayan puesto de su parte por
“razones humanitarias”.
Al mismo Gobierno se
le ha puesto ante el brete de actuar con “humanidad” frente a
una eventual amenaza de vida. Si no se quiere llamar a esto
“miedo”, al meno, hay que reconocer que se está actuando
forzados, sin suficiente libertad: se ven confrontados ante un
“bien supremo” como es el de la vida. Eso, precisamente, es lo
que hace de este acto un exponente claro de terrorismo. Se reconozca
o no, ha provocado un efecto paralizador de la libertad y ha
conmocionado y dividido a la sociedad.
Este hecho, pues,
entra dentro de la calificación de terrorismo como forma específica
de violencia sistemática. Por todo ello, a tenor de la Instrucción
Pastoral de la Conferencia Episcopal sobre el terrorismo de ETA, la
valoración moral de lo que ha hecho y hace De Juana es
absolutamente reprobable, y, como acto terrorista, perverso en todos
sus elementos. El Estado, moralmente al menos, está obligado a
defender a la sociedad de cualquier acto terrorista, también de éste,
y poner los medios legítimos que tiene a su alcance para librar a
la sociedad de esa violencia sistemática del terrorismo de ETA,
cuyos fines son políticos y no justifican en modo alguno ninguna
acción terrorista.
“Estamos por la
vida”, “la vida es un bien supremo que hay que defender”: dos
hermosas expresiones de estos días; ojalá se cumpliesen. Apuesto
por ellas, enteramente, hasta dar mi vida si fuera preciso, para que
ningún ser humano sea eliminado ya por la violencia cainita,
fratricida. Pero, con todo mi respeto, ¿por qué no son
consecuentes y derogan quienes podrían y deberían hacerlo las
leyes inicuas que permiten que noventa mil seres humanos,
indefensos, débiles e inocentes, el año pasado hayas sido
asesinados antes de nacer, con el apoyo de la Ley y de la medicina
que están hechas para todo lo contrario, es decir, para proteger al
inocente e indefenso, y para hacer posible la vida?
¿Cuántos seres
humanos –porque también los embriones, incluso los de menos de
catorce días-, como afirma la comunidad verdaderamente científica,
son seres humanos con toda su dignidad inviolable son
“eliminados” en los laboratorios, en virtud de leyes injustas,
recientemente aprobadas en España? Si se actuase en coherencia con
los dicho tan rotundamente, deberían derogarse.
Llama poderosa, pero
dolorosamente, la atención también que al mismo tiempo que el caso
De Juana Chaos, teníamos en Granada el de Inmaculada Echevarría,
enferma de distrofia muscular. Varias comisiones e instituciones
oficiales han autorizado la desconexión del respirador, accediendo
a la petición de esta mujer que tantas presiones ha tenido que
soportar. Lamento mucho su sufrimiento físico y espiritual, rezo
por ella. Pero, se diga lo que se diga, es un caso de eutanasia. Según
los datos médicos de que dispongo, el respirador es un medio
ordinario para mantener con vida a estos enfermos.
La moral prescribe
que los medios ordinarios de alimentación y respiración no pueden
ser retirados a un enfermo aunque sea terminal. La omisión de estos
medios ordinarios constituye un acto de eutanasia. Con esta acción
de retirar el respirador, esta sencilla y sin duda buena mujer,
agobiada, morirá. Se habrá perpetrado un atentado contra la vida.
Y, además, con todas las bendiciones y autorizaciones, y, para
mayor ignominia, en el Hospital de “San Rafael”, el mismo prácticamente
que fundó San Juan de Dios, regido por sus hijos y en la novena de
este gran Santo, que se desvivió por los enfermos y acompañaba
hasta el final. Mientras se procura que el etarra De Juana viva, al
mismo tiempo, en Andalucía, en mi querida Granada, se permite
oficialmente que le sea omitido a una mujer el medio ordinario para
vivir, aunque lo pida ella.
Vivimos en medio de
un caos, sin principios, desnortados, en medio de un perversión del
lenguaje y de una gran quiebra moral. Lo que vale para un caso, no
vale para otro; lo que se dice aquí, allá no vale. Todo es
estrategia y cálculo. Estamos inmersos en un haz de
contradicciones, y en un mar de confusiones, en un puro relativismo
que carcome y destruye la sociedad. Por ahí no hay salida, ni
progreso. El relativismo es destructor, y ni el hombre, ni la
sociedad tienen futuro si lo siguen. Tampoco la democracia puede
asentarse sobre el relativismo, que no tiene base alguna. El
relativismo lleva la destrucción de la democracia y genera
violencia y totalitarismo: el de la dictadura del mismo relativismo.
¡Estamos por la vida, pero no por el relativismo!.
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