Cuando arrecia
fuerte la ofensiva de los promotores de la llamada “Ley de Memoria
Histórica”, que no dudan en manipular la Historia hasta la nausea,
merodeando en todas esas nuevas lecturas que ensombrecen la
rigurosidad de la realidad hasta confundirla, conviene que no se
olvide que los primeros promotores imprescindibles fueron y siguen
siendo los llamados “juanistas”, a cuya cabeza figura ese bufón,
sátira de todas las nulidades físicas e inmundicias intelectuales,
que es Luís María Ansón.
Había terminado la
guerra contra la canalla roja (que no republicana) y había llegado
la Paz. España, agotada de energías, recursos e infraestructuras, se
disponía a realizar la gran rectificación histórica que acaudillaba
Franco.
Empleado en la
enorme labor que el pueblo le había encomendado, una idea se hacía
urgente en la mente de Franco. Una idea que le venía bullendo desde
los primeros días de la guerra, la cuestión de la forma de Estado
para cuando España estuviera preparada, libre de peligros y lista
para caminar con toda dignidad en el contexto internacional como
gran nación.
Frente a las
veleidades de los iluminados de correaje y capa y el purismo
impertinente de los de la boina, a Franco, como el excelente
estadista que demostró ser, no se le ocultaba que el régimen del 18
de Julio no iba a tener una definición exacta. O mejor dicho, que no
podía ni debía tenerla, pues el Alzamiento del 18 de Julio no se
proyectó contra el régimen republicano ni en defensa del monárquico.
La cuestión, pues, se debía plantear en otros términos. ¿Cómo
encauzar en el futuro los ideales del régimen del 18 de Julio
haciendo gravitar las ambiciones y los deseos de reivindicación de
los diferentes grupos nacionales que habían ganado la contienda
sobre el epicentro del Movimiento?
Esa era la cuestión
que daba vueltas en la mente del Caudillo, consciente, como era, de
que el Estado nacido con la Victoria no sería en puridad ni un
estado Nacional-Sindicalista ni una Monarquía de signo dinástico
concreto. De ahí que la forma de Estado que propuso fuera una
Monarquía tradicional y católica sobre la legitimidad de unos
ideales, los que dieron impulso al Levantamiento del 18 de julio de
1936. De esta forma, desde la responsabilidad del buen hacer con el
que siempre ejecutó las acciones de la gobernabilidad de España, el
10 de julio de 1969 el Caudillo culminaba la obra en la que había
estado trabajando desde casi la finalización de la Cruzada, la
elección de un Rey para España. Una acertada decisión que han tenido
que reconocerle hasta sus más declarados enemigos. Sus enemigo,
aquellos que lo fueron para España. |
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En El Pardo cita a
don Juan Carlos, el entonces Príncipe de España, y le propone
la sucesión a la Jefatura del Estado. Inmediatamente don Juan Carlos
escribe a su padre comunicándole lo acordado: aceptación plena y
entusiasta.
Pasados unos pocos
días, el día 22 de ese mismo mes de julio, a las siete de la tarde,
Franco hace su entrada en las Cortes. El hemiciclo está lleno. Y
junto a los diputados se encuentran al completo todo el cuerpo
diplomático, periodistas españoles y extranjeros, y demás invitados
de importancia:
"Consciente
de la responsabilidad ante Dios y ante la Historia, y valorando
con toda objetividad las condiciones que concurren en la persona
del Príncipe don Juan Carlos, que (...) ha dado claras muestras
de lealtad a los Principios e Instituciones del Régimen, y que,
por otra parte, reúne las condiciones que determina el artículo
11 de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, he decidido
proponerle a la Nación como mi sucesor".
Para seguidamente
puntualizar, que la Monarquía que representaba el Príncipe es la
instaurada por la Ley de Sucesión que surgía del Movimiento Nacional
como continuación perenne de sus Principios e Instituciones y de la
gloriosa tradición española:
"Nace
-dijo textualmente el Caudillo- de aquel acto decisorio del
18 de julio que constituye un hecho histórico transcendente, que
no permite pactos ni condiciones."
La respuesta del
Príncipe no se hace esperar:
"Mi
aceptación incluye una promesa firme que formulo antes vuestras
excelencias, para el día, que deseo tarde mucho tiempo, en que
tenga que desempeñar las altas misiones para las que se me
designa, dedicando todas mis fuerzas no sólo al cumplimiento de
mi deber, velando porque los Principios de nuestro Movimiento y
Leyes Fundamentales del Reino sean observados, sino también para
que, dentro de esas normas jurídicas, los españoles vivan en paz
y logren cada día un creciente desarrollo en los social,
cultural y económico... Que Dios me ilumine y me ayude en un
perseverante servicio a nuestra amada España. Y que cada día
sean una realidad plena nuestros anhelos de unidad, grandeza y
libertad de la Patria."
Franco terminaba
con la designación de su sucesor, el futuro Rey de España, una obra
iniciada desde el comienzo de su Jefatura, que convertía a España en
Reino según la Ley de Sucesión, promulgada en julio de 1945 y
aprobada mediante referéndum en 1947.
Pero la elección
no es producto del azar y mucho menos del capricho de Franco, que
en todo momento decide con don Juan de Borbón el futuro de su hijo
don Juan Carlos, por aquel entonces un muchacho de apenas 14 años. A
partir de ese momento sólo cumple que el futuro rey reciba una
cuidada y esmerada formación para que de esta forma pueda estar a la
altura de la enorme responsabilidad de jefatura y dirección que le
esperaba.
A bordo del yate
"Azor" celebran ambos su primer encuentro personal el día 25 de
agosto de 1948. Acompañan a don Juan, Julio Dávila -quien concierta
la entrevista-; el duque de Sotomayor, Eduardo Real de Asúa; Jesús
Corcho y Pedro Galíndez, propietario del "Saltillo", yate en el que
han llegado. Franco y don Juan acuerdan que el joven Príncipe inicie
el Bachillerato en Madrid.
El segundo
encuentro se concreta en la finca "Las Cabezas", propiedad del conde
de Ruiseñada, en tierras extremeñas, el 29 de diciembre de 1954. En
ella se acuerda que el Príncipe inicie sus estudios militares
pasando por las tres Academias.
Y el tercero se
concreta en la misma finca "Las Cabezas", a cuya cita llega don Juan
acompañado del marqués de Comillas, el duque de Alburquerque y su
secretario particular, Ramón Padilla. Mientras que Franco llega
acompañado del jefe de su Casa Civil, conde de Casa Loja. La
entrevista se prolonga después del almuerzo hasta media tarde. En
todo momento, y según testimonios recogidos, la entrevista se
desarrolla, como las dos anteriores, en términos de gran cordialidad
y sobre una constante que había sido común también en las dos
anteriores, la coincidencia en los planes de la formación del
Príncipe. Acordándose en esta tercera los estudios universitarios
que realizará el Príncipe.
Es evidente, pues,
que desde el principio Franco y don Juan cuentan que don Juan Carlos
será el futuro Rey de España, sucesor de Franco en la Jefatura del
Estado. Pensar otra cosa, o más concretamente, pensar que don Juan
no lo contemplaba así, es, cuanto menos, quitar todo juicio de razón
al padre del Rey, a don Juan de Borbón.
Don Juan de Borbón
fue un hombre al que las circunstancias de la vida de España y de
Europa colocaron en una difícil situación de encrucijada, que no
siempre supo resolver. Pues siempre tuvo a su lado lameculos
ambiciosos que finalmente le pusieron al frente de toda una ristra
de bastardos agrupados en una denominada Plata-Junta, en donde junto
a demócratas cristianos y etarras se sentaba también el asesino de
tantos monárquicos, el genocida de Paracuellos del Jarama, Santiago
Carrillo Solares, alias la "rata de Pontejos". Una posición
que terminó por perjudicarle del todo. Fue, pues, y pese a su
ambición, el porteador de una corona de papel que le hicieron
acariciar una panda de bufones, para terminar siendo un padre dolido
y escarmentado.
Con todo, don Juan
fue un patriota que amó profundamente a España hasta el final de sus
días, y a la que por cierto, pocos meses antes de morir veía muy
mal: "veo muy mal" Y su patriotismo, junto haberse presentado
voluntario como simple soldado para luchar en el Ejército a las
órdenes de Franco contra la canalla roja, le suman méritos
suficientes para que hoy yo tenga, siquiera, un momento de
reconocimiento y de respeto hacia su memoria.
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