La noche del 24 de
enero de 1977 se producía un atentado mortal en el despacho de
abogados laboralistas de la madrileña calle de Atocha. Un suceso que
remueve todos los aniversarios la memoria, oculto, todavía, en las
entrañas de las alcantarillas del Estado, donde murieron asesinados
Javier Sauquillo, Javier Benavides, Enrique Valdevira, Serafín
Holgado y Ángel Rodríguez, y heridos muy graves Lola González,
Alejandro Ruíz-Huertas, Luís Ramón y Miguel Sarabia.
Preguntarse hoy
cómo habrían sido las cosas sin esa concatenación de
eventualidades que por aquellos días sucedieron en Madrid, y que
a la postre hicieron posible la legalización del Partido Comunista
de España (PCE), es un ejercicio de historia-ficción para novelistas
en el yo no voy a adentrarme. Sin embargo, si este relato del
atentado que determinó la evolución de la Involución tiene para
algunos los tintes de ficción referidos, es, sencillamente, porque
yo no he participado nunca de la “verdad oficial”. De ahí que
convenga leer este artículo y otros que vengan en esta dirección,
para precaverse contra el engaño que inocentemente podamos haber
sufrido.
En este sentido, la
primera afirmación que debemos hacer, es que la legalización del PCE
se hacía imposible desde todo punto de vista. Y hasta tal punto era
así, que el propio Tribunal Supremo se inhibió del asunto por
considerar que el simple planteamiento vulneraba la legalidad
vigente, pues era un asunto político. O para ser más exactos, una
razón de Estado. Una más de las que se esgrimió en aquel tiempo de
conculcación, tergiversación y engaño. Por eso la escalada de la
tensión de aquellos días y el recuerdo de aquel entierro masivo que
observó el Rey desde un helicóptero, constituyeron los argumentos de
inflexión para una legalización imposible ante un supuesto de máxima
urgencia nacional: la revolución izquierdista que acaudillaría el
PCE con el aporte necesario de los tontos útiles. Incluidos muchos
de los que hoy pueblan las filas del PP o de sus medios:
Inter-Economía y La Gaceta de los Negocios.
Han pasado los
años, y muchos lamentamos no haber podido sentar en el banquillo a
los inductores de aquella matanza premeditada, alevosa y nocturna.
Porque la investigación realizada en aquel momento no respondió a
las sospechas que se albergaban, impidiendo investigar a los
responsables del Ministerio del Interior (Martín Villa y Rosón,
fundamentalmente) y a los dirigentes del PCE (Santiago Carrillo y
Pasionarias como principales beneficiados). Por eso a falta de una
veraz explicación, aunque no cuente con el apoyo de amplios sectores
de la izquierda, sostengo que quienes aquella noche aciaga
terminaron por abrir fuego sobre aquellas personas “sin
significación política” fueron simples mandados, señuelos de una
trama mucho más ambiciosa. Como trama fue el asesinato de Juan
Ignacio Gonzales, líder del Frente de la Juventud, por poner sólo un
caso. Sin duda el que más nos duele.
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