Del Maquis al Grapo: breve
apunte del empleo del terrorismo como método de acción política por
el Partido Comunista de España.
Al terminar la guerra contra la
canalla roja, que además la perdían matándose entre ellos, y tras el
anuncio del último parte de guerra fechado el 1 de abril de 1939 que
anunciaba la ansiada Victoria, España se dispuso a realizar su
rectificación histórica bajo la dirección indiscutida e indiscutible
de Franco. Pese a todo, muchos peligros se cernían aún sobre España,
no siendo el menor de ellos el peligro comunista, toda vez que
Stalin, crecido como socio de los aliados, intento por todos los
medios que se invadiera España so pretexto de considerar su régimen
de tirano. Pero no siendo posible tal pretensión por el
reconocimiento que Estados Unidos, Francia e Inglaterra hacían al
régimen español, los comunistas optaron por lo que mejor sabían
hacer, por el terrorismo. Así, de esta forma, surge el llamado
fenómeno del “Maquis”. Cuyo origen se remonta a los últimos meses de
la guerra, cuando ante el avance del Ejército nacional contingentes
del Ejército rojo van echándose al monte para huir o para hostigar a
las fuerzas nacionales. Pasando posteriormente a convertirse en un
fenómeno que agrupo a desertores, asesinos convictos huidos de las
cárceles y simples buscavidas que se fueron acomodando a aquel modo
de vida.
Estos grupos
dispersos entre sí, que actuaban preferentemente en zonas de montaña
(Asturias, León, Cataluña y Galicia), fueron el germen de las
posteriores agrupaciones guerrilleras-terroristas monopolizadas por
el Partido Comunista de España (PCE) como forma de obtener todas las
posibilidades que esta lucha le ofrecía para la consecuencia de sus
fines.
La muerte de Stalin
en 1953, que inicia un periodo de deshielo en el panorama
internacional, y el ingreso de España en la ONU en 1955, cambia la
estrategia comunista. De esta forma, y tras una autocrítica dentro
del PCE, se articula la nueva táctica operativa, la infiltración.
Los objetivos iban a ser la Iglesia, la Universidad y el mundo
laboral, preferentemente el sector de la minería y las grandes
fábricas industriales. Es la década de los años sesenta. La época de
la consolidación política de España a nivel internacional y de su
pujante desarrollo que marcara su gran bonanza económica con un
superávit de nuestra balanza de pagos, aspecto tan primordial en las
economías de las naciones, y el aumento sobresaliente de la
producción industrial. Cuyo dato más significativo fue que la peseta
pasó a ser una moneda fuerte gracias al establecimiento de una
paridad real, lo que le valió a España la calidad de miembro de
pleno derecho de la OCDE.
Pero la nueva
táctica, el abandono de la lucha guerrillera por la de la
infiltración, pone sobre el tapete infinidad de controversias en el
seno del PCE controlado por su secretario general, Santiago
Carrillo, que desde su puesto de dirección se irá cargando a quienes
se muestran díscolos con la nueva estrategia, siendo el caso más
aparente el de Julián Grimau. Un convicto de la guerra de Liberación
en la que actúa como policía de checas en Barcelona, huido antes de
que terminara la guerra a Méjico vía Francia y al que durante años
ocultó el PCE bajo identidad falsa en Cuba, a fin de utilizarle
durante años como enlace con el maquis. Pero al que Santiago
Carrillo envió a España, previó aviso a la Brigada Político-Social.
Con todo, aunque la
infiltración se impone a raíz de la postura política
“euro-comunista” propugnada por el Partido Comunista francés y el
italiano, el abandono del terrorismo como táctica política nunca se
abandono en el seno del PCE. Pues, consciente de que la transición a
la muerte de Franco no les auguraba una buena posición, querían
asegurársela mediante el empleo de la violencia. De esta forma surge
el GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre),
organización guerrillera marxista-leninista-revolucionaria cuyo
objetivo era implantar la Dictadura del Proletariado en la España de
la “Paz y la Prosperidad”, que inicia su actividad terrorista con el
asesinato de cuatro policías nacionales a los que dieron muerte
alevosamente como respuesta a las cinco ejecuciones que con “arreglo
a Derecho” se habían dictado en tribunal competente, con todas las
garantías jurídicas y procesales, contra tres miembros convictos del
FRAP y dos de ETA
Cinco policías,
cinco hombres jóvenes con familia, esposa e hijos, que dejaron sus
vidas en el asfalto de las calles de Madrid. Mientras sus asesinos
pronto gozarían de la libertad, y años después de todo tipo de
prebendas (1).
Pues bien, entre
aquellos bárbaros asesinos que con premeditación, alevosía y
ensañamiento actuaron aquel fatídico día estaba nuestro ponderado
Pío Moa. Miembro fundador de los GRAPO, que no se acogió a la
generosa Amnistía que el Gobierno de aquel entonces le ofreció a él
y todos sus compañeros, pues todavía, seguro, no se había cansado de
matar, pero que finalmente fue expulsado del grupo terrorista por
discrepancias de matiz político. Con lo que es de prever, que de no
haber sido expulsado su camino hubiese sido otro.
Tras estudiar
periodismo e historia a costa de nuestro presupuesto y del
presupuesto de la familia del policía al que asesino, el bueno
de Pío empezó a cambiar de lado. Y hasta tal punto lo ha hecho, que
hoy Pío el graposo goza de todo el respeto de la libertad
digital, de los biempensantes y hasta de muchos del “mundo
azul”. Lo que sin duda dice mucho de todos ellos. Aunque mucho más
de este individuo, de este advenedizo que hoy se luce hasta
pendenciero, pues, como cuando era el camarada “Verdú”, su mayor
pecado es su ego.
Con todo, dos cosas
son ciertas. Que el camarada “Verdú” no dice nada que no se sepa y
debiera saberse, pues en un porcentaje importante lo que hace es
fusilar lo que ya se había dicho y publicado. Y que su
notoriedad como historiador-propagandista se debe a que en la España
de Franco, por desgracia, no se ejercía la ideologización de la
masa.
(1)
Pío Moa o el camarada “Verdú” –como quedo de sobra demostrado
en el juicio que se le siguió- fue quien asesinó a uno de los
policías, al que tras disparar y comprobar que no había muerto,
golpeó la cabeza con la culata de su pistola hasta destrozarle el
parietal del cráneo. |
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