Al
año de jubilarme, más o menos, comenzaron a aparecer en mi mente,
aún continúan, una serie de recuerdos de los que no tenía ni
pajolera idea.
Breves y repentinos fogonazos
mostrándome una serie de hechos pasados de todas las etapas de mi
vida; elegidos a capricho y que fluyen cuando les pete.
A cualquier hora del día, ya esté
leyendo, oyendo música, escribiendo, paseando, conversando, en otros
menesteres e incluso de noche si me despierto.
Desde luego, a mi no hay quien me
quite de la cabeza que es el inconsciente -vasto y complejo
ordenador que guarda fielmente la información de todas nuestras
vivencias- el que a estas alturas de la vida me está pasando
factura. O dicho de otra forma, el clásico ajuste de cuentas que los
jerarcas eclesiáticos llaman chistosamente el juicio final.
Y no debo andar muy lejos de la cosa
porque, hasta ahora, cada vez que aparece un flash me llevo un
disgusto. Tengo la impresión de que no he hecho en toda mi vida ni
una derecha. Nada digno de tener en cuenta. Todo son reproches
culposos que me ponen en ridículo y hasta me hacen sentir vergüenza
ajena.
Aunque no pierdo la esperanza de que
el sistema tenga por norma amargarte de entrada con el Debe y a
continuación significar los asientos que puedas tener en el Haber.
Y no tiene más remedio que ser así,
porque alguna acción medianamente potable habré hecho a lo largo de
mis años, digo yo.
Pues de todos los recuerdos que,
sin ser llamados, acuden a mi mente, como acabo de exponer, ninguno
de ellos logra que me sienta tan pesaroso, ridículo, cómico y hasta
estrafalario como en los tres siguientes:
Uno.- Haber estado un día entero
en la Plaza de Cervantes de Alcalá de Henares recogiendo firmas
y dando las gracias y chocando la mano a todo el que firmaba
para salir de la OTAN. Ya saben, tiempos en los que el
criminal de guerra Javier Solana, andaba en pantalón vaquero
y hablándonos de la indignidad de unirse a la máquina de
asesinar norteamericana; para ser luego Secretario General de la
OTAN y el que ordenó los bombardeos -aviones americanos- sobre
la población civil yugoslava. ¡Cerdo!
Dos.- El maldito, estúpido y
grotesco papelón que protagonicé defendiendo, por mi cuenta y
riesgo, la firmeza y honradez de los izquierdosos cantamañanas
que acompañaban a Julio Anguita en el proyecto de Izquierda
Unida. En la actualidad metidos de hoz y coz, muy a su gusto,
por el puto trinque, en la secta felipista PSOE, que es el mayor
estercolero político del país. Por lo que partir de ahora serán
tratados, políticamente, como lo que son: ¡Basura!
Tres.- Mi terquedad a la hora de
denunciar insistentemente la sarta de fechorías que cometen a
diario los miserables infiltrados en la política española, aun
sabiendo de antemano que no sirve para nada.
Pues como decía Rouseau, “Los
esclavos pierden todo con sus cadenas, hasta el deseo de romperlas”.
Quiero decir que la desidia, falta
de unión, la inconsciencia como contribuyente y el miedo a
significarse, vicios muy arraigados en la comunidad española, es
obvio que nos lleva a la servidumbre, a la entrega sin condiciones.
En definitiva, a la exclavitud sin
cadenas tan latente en nuestra sociedad. De ahí que la timidez y el
insensato sometimiento del contribuyente español –tonto de la
película que mantiene el tinglado- haya dado pie a que los
dirigentes que sufrimos, fabulosos calamidades, nos chuleen.
Unos don nadies, demagogos y
trincones insaciables –solo les inquieta y anima el enriquecimiento
fácil-, ignorantes, inútiles y pedantes autócratas que han
convertido el sistema democrático en una real “Chulocracia”. Vamos,
que sin darnos cuenta y con la sonrisa en los labios, vivimos la
degeneración de un sistema político claramente atentatorio contra
los derechos humanos de los españoles. Y todo cristo tan contento.
¡Es una cosa...! |
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