Por Antonio Tejero Molina. Teniente
Coronel de la Guardia Civil. Tribuna de ABC (marzo de 1981).
En el Ejército, lo primero que se hace antes
de iniciar una relación entre varios es presentarse con el nombre,
grado y destino, como pequeño adelanto de la personalidad del
militar; y como por circunstancias harto conocidas me encuentro en
boca de muchos de mis compatriotas, quiero presentarme ante ellos
para que, de esta forma, lo más objetivamente que pueda hacerlo,
sepan algo sobre quién es Tejero y las circunstancias que le rodean.
Ante ustedes, no por voluntad propia, sino
por avalares del destino, se presenta Antonio Tejero Molina, militar
español, para quien ante el sacrosanto nombre de España todo lo
demás, excepto Dios, queda oscurecido de tal forma que apenas sí se
ve, de tal forma que por ella, por España y cuanto representa, río,
sufro, trabajo, vivo y si es necesario muero con alegría.
Que el sentirme español sea para mí el más
preciado título, tiene una sencilla y demostrable explicación: es
que España es tan grande, tan hermosa... Es grande en su historia,
hermosa en sus tierras, rica en sus campos, fecunda en sus gentes y
divina en su lengua: ¡El español! Me he recreado miles de veces
mirando con avaricia sus tierras; y lo mismo me ha estallado el alma
de orgullo ante sus altivas montañas, que ante sus verdes y
sosegados valles de Vascongadas; lo mismo se ha perdido mi
ilusionada mirada en su inmensa llanura manchega, que he creído
volar desde lo alto de los Picos de Europa; lo mismo me he tostado
bajo el sol en sus playas de Málaga y de Maspalomas, que me he
quemado con sus nieves en Candanchú y en el «Escaparate»; me he
empapado durante años con el agua de sus cielos de Galicia, de la
misma forma que me he abrasado al sol de su hermosa “siberia”
extremeña...
Y la belleza de sus rías, y el fragor de sus
minas, y el bullicio de sus ciudades, y el sosiego de sus pueblos, y
el sabor de sus vinos: Jerez, Rioja, Jumilla, Priorato, Rueda y
Ribeiro...; y el gusto de sus guisos: fabada, cocido, escudilla,
gazpacho, caldereta, pote, marmitako, sancocho... Comidas y bebidas
de una raza bravía cuyos machos han llegado a ser dioses y ejemplo
de heroínas sus hembras.
Y de su tierra a su historia, ante la que,
señores, ¡hay que descubrirse! Todos sabemos que desde los Reyes
Católicos fuimos una gran nación, que no tardó en convertirse en
grandísima. Tan grande era que en ella no se ponía el sol; y alumbró
entonces nuevas tierras y se entregó generosa a aquellas hijas de
más allá del océano, que son hoy pueblos hermosos que recuerdan a la
Madre Patria que les dio el ser, que la recuerdan en español, y que
en español, y a la sombra de la cruz, rezan sus hijos.
Desde entonces, nuestra Patria ha caminado
siempre por la Historia sacudiéndose el yugo cuando intentaron
ponérselo, porque al grito de «¡La Patria está en peligro!» ha
tenido siempre prestos a sus hijos para volver a convertirla de
meretriz en soberbia matrona. Y es esa Historia la que nos grita:
«¡Mirad a España!, pero mirad sintiéndola, para que se nos grabe en
el alma, para llevarla eternamente en nuestros sentidos.» «¡Mirad a
España!, pero viéndola en sus tierras, oyéndola en sus cantares,
descubriéndola en su Historia, abrazándola en su bandera, rezando en
sus templos, mirando sus cielos, trabajando sus campos, amando a sus
gentes, comiendo sus guisos, bebiendo sus caldos, sudando bajo su
sol y tiritando sobre su nieve.»
«¡Mirad a España! besando a sus hembras y
pariendo a sus hijos.» Solo así te sentirás español. Español a quien
le duele España. Y hoy nos duele porque no nos gusta como es. Hoy
nos duele porque España tiene que ser una y grande y no muchas y
rota. Nos duele porque antes era alegre y ahora está asustada, y
porque antes tenía trabajo y paz para sus gentes y ahora tiene paro
y sangre en sus tierras; porque antes era respetada y ahora es el
«hazmerreír» de los extraños; porque antes estaba gobernada y ahora
tiene a unos dirigentes que, en vez de repartir paz, trabajo y
justicia social —y también de la otra— discuten tan ricamente desde
sus cómodas poltronas el sexo de los ángeles..., y eso, amigos, como
español, duele; ¡duele hasta reventar!
Pero volvamos a mi presentación. Este
español dolorido nació en Málaga hace cuarenta y ocho años, se crió
en Alhaurín el Grande, «el lugar», como le decimos; nació de la
clase media, bueno, eso creía yo hasta que protestaron otros
diciendo que mi clase no era la media, sino la baja, de acuerdo con
mis antecedentes. El caso es que nací hijo de honrados maestros y
nieto de sufridos labradores, y si tales antecedentes me sitúan en
la clase baja, así lo admito y de ello me enorgullezco, pues no
debemos ser malos cuando, poco a poco, vamos subiendo y
progresando...
Estoy casado con una maravillosa mujer, hija
de guardia civil y maestra de profesión y vocación, honrada y
española como la que más, una mujer religiosa y prolífica que ha
enriquecido nuestra unión con seis hijos que son nuestro orgullo y
nuestra fortuna, educados todos ellos a la sombra de la cruz y en el
amor a su Patria. En partes iguales se distribuye nuestra
descendencia: tres varones y tres hembras; de aquellos, uno ya es
militar, y de éstas, dos están casadas, también con militares; un
nieto y otro en camino aseguran la prolongación de la familia. A la
vista de todo ello es fácil sacar en conclusión que soy un hombre
completamente feliz.
Aunque no soy monárquico, no me importa que
mis amigos lo sean porque acepto cualquier forma de Estado, incluida
la Monarquía, siempre que conduzca certeramente a mi Patria. Amo la
vida y la libertad. Me gusta el orden. Soy católico practicante sin
ser beato, y aunque no sea la mía una familia de mucho «rezo», todos
los días damos gracias a Dios por los alimentos que permite llegar a
nuestra mesa y bendecimos su nombre en familia al final de cada
jornada. Políticamente no estoy encuadrado en ninguna ideología. Mi
única política es España: su paz, su orden, su trabajo y su
grandeza. No quiero nada que no haya ganado con mi sudor, y respecto
a los demás, deseo que cada uno tenga lo que se merece, y me inclino
por el más débil, no en una relación paternalista, sino en un plano
de igualdad humana, de hombre a hombre.
En el trabajo y en el servicio soy duro para
conmigo mismo y lo soy también para con tos demás, por ello,
generalmente, no dejo pasar las faltas, las castigo, sin rencor pero
sí de acuerdo con mi sentido de la justicia; por eso ni he guardado
ni guardo rencor a quienes me han castigado si merecí el castigo.
Entre mis grandes preocupaciones está la de la justicia social, pero
sin demagogia; como cristiano sé que todos los hombres somos
iguales, que lo único que cambia es aquello que Ortega y Gasset
llamaba las circunstancias; por eso no creo en la existencia de
razas privilegiadas, creo en los hombres y, sobre todo, creo en los
españoles, y por lo que a mí se refiere, creo tener una enorme
capacidad para encajar los reveses con la sonrisa en los labios, sin
desfallecer nunca.
Tengo también defectos, quizá demasiados,
pero de resaltar éstos ya se encargarán otros cumplidamente...
Creo que he hablado ya lo suficiente de mis
orígenes, mi vida familiar y los pilares fundamentales de mi
pensamiento como hombre y como español; quiero concentrarme ahora en
mi condición de militar. Desde siempre quise ser militar, aunque no
había precedente alguno en mi familia. Fue en 1951 cuando conseguí
mis cordones de caballero cadete de la Academia General Militar. Aún
ahora, en peligro de poder perder el uniforme, me parece mentira
verme con los cordones en la mano, en la mano porque en el corazón
los he llevado siempre.
Sin vanidad alguna por mi parte, pero sí con
la obligación moral de salir al paso de quienes afirman que son
militares los que no sirven para otra cosa, tengo que decir que fui
un buen estudiante de Bachillerato, como certifican las abundantes
matrículas de honor de aquellos años en los que se iniciaba mi
expediente académico. Ya en la Academia General fui, durante tres
años, cabo galonista por pertenecer a la primera promoción de la
Guardia Civil, Cuerpo militar por entero, aunque yo siempre deseé
que fuese Arma; Cuerpo militar español por su origen y creación,
benemérito porque lo ha ganado a pulso y heroico porque lo ha
demostrado a través de gestas como Santa María de la Cabeza, el
Alcázar de Toledo, Oviedo y Tocina, que si cada una por sí misma
sería suficiente, forman en su conjunto un póquer de ases que bien
ganó para la Guardia Civil el titulo de heroico Cuerpo militar. |
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Durante mi permanencia en la Academia me
enseñaron todo lo que ahora pongo en práctica y constituye el eje de
mi vida, aunque mis profesores parecen haberlo olvidado. ¡De
desmemoriados anda el mundo lleno! Lo cierto es que de aquellos
profesores, hoy desmemoriados, aprendí el culto al valor, a la
dignidad, al honor, a la Patria, a su unidad y a su bandera, y
también el culto a nuestros muertos. Y me va a permitir el lector
que haga un pequeño aparte para decir, en voz baja,
confidencialmente a quienes tales enseñanzas me dieron: Señores
desmemoriados ¡voy a tener que darles rabillos de pasas!
Tras este pequeño paréntesis, hecho gracias
a la paciencia de los pacientes lectores, vuelvo a aquellos anos de
mi vida en la Academia General de la que salí teniente en diciembre
de 1955. Cataluña fue mi primer destino, y allí permanecí durante
tres años. Cataluña era por aquellos años uno de los últimos
reductos del bandolerismo español, con personajes como Sabater,
Facerías y «Caraquemada», entre otros. Y cumpliendo aquel primer
destino surgió la campaña del Sahara-Ifni. Poco tardé en redactar mi
instancia (una instancia cuya copia conservo) solicitando mi
incorporación a la Policía Territorial del África occidental
española, pero mi petición fue denegada con la justificación de que
estaba prestando servicio en zona de bandoleros de la que no se
podía distraer esfuerzo alguno.
Y de Cataluña, a Galicia. Al ascender a
capitán en 1958 me incorporé a una de las compañías del Miño, zona
contrabandista de duro y sacrificado servicio. Allí me salieron las
primeras canas y allí gané la primera cruz. Vélez-Málaga fue el
siguiente destino, y después de Andalucía, Canarias; en 1963, con el
ascenso a comandante, llegó el destino a Las Palmas de Gran Canaria.
Badajoz fue la etapa siguiente de mi vida militar; allí pasé los
años más apacibles de mi carrera, y de Badajoz he dicho siempre que
es la tierra donde no nací pero en la qué sí me gustaría morir. Allí
crecieron mis hijos y allí se terminó la lista de ellos con nuestro
Juanico... por lo menos eso creo yo.
El ascenso a teniente coronel en 1974 iba a
tener una importancia decisiva en mi vida militar. Fui destinado a
Guipúzcoa y allí me incorporé el mismo día que se celebraba el
funeral por el cabo Posadas. Aquella circunstancia debió ser como
una premonición de la honda transformación que en mí iba a
producirse; fue en aquellas tierras donde me convertí en un
verdadero guardia civil, fue allí donde pude darme cuenta, en toda
su dimensión, del temple, la disciplina y el valor y la gallardía de
nuestros guardias; y fue allí, ante cada uno de los féretros, ante
cada uno de los cadáveres de nuestros hombres, caídos por la
insensatez de nuestros dirigentes, donde me hice la solemne promesa
de no quedar en paz con aquellas víctimas heroicas hasta no igualar,
al menos, su sacrificio.
Fue allí, en aquellas tierras, donde
prediqué a mis hombres con el ejemplo, como a mí me gusta que me
prediquen, ¡mojándome el primero! Allí vestí y paseé mi uniforme y
mi tricornio con mayor orgullo que en ningún otro lugar de España.
Siempre llevé en mis salidas el coche negro de servicio con la
matrícula PGC y el letrero de «Servicio oficial». Fue allí donde más
descubierto estuvo mi pecho, sin camuflaje alguno, porque tampoco
estaban camuflados mis guardias de control; uniformado
reglamentariamente visité los barrios viejos de San Sebastián y
Vitoria, cuyas dos Comandancias mandé; vestido de uniforme fui
también en ocasiones a las salas de fiestas en las que, en sus
jornadas libres de servicio, disfrutaban mis guardias con la sana
alegría de la juventud. Y nunca, ¡nunca! recibí de uniforme insulto
alguno.
Pude haber sido tiroteado. No desconocía el
riesgo y difícilmente podía olvidar a todos y a cada uno de los
hombres muertos. Pero el riesgo es siempre inherente a nuestra
carrera. Muchas veces he dicho a mis hijos que la vida es preciosa y
que una de las cosas que más la engrandecen es el saber que se la
puede uno jugar por algo que merezca la pena.
Durante mi estancia en Vascongadas fueron
cerca de veinte las víctimas que hizo el terrorismo en el Cuerpo de
la Guardia Civil, aunque de ellos solamente el cabo Frutos estaba a
mis órdenes. Luché contra la ETA con todo mi afán, sin conceder
descanso alguno a los terroristas, para que no pudieran pensar ni
reaccionar; nuestra lucha no admitía tregua alguna, pero era,
también por nuestra parte, una lucha limpia, enfrentada a la sucia
lucha de los terroristas. Así y todo se logró detener a ciento
cuarenta etarras, todos los cuales salieron en triunfante libertad
gracias a la amnistía.
Sí, a lo largo de mis años de destino en
Vascongadas tuve que asistir a demasiados entierros; eran mis
hombres aquellos cadáveres, y es cierto, como dijo en alguna ocasión
la Prensa, que besé a mis muertos; sí, los besé, aunque la mayoría
de aquellos guardias muertos no tuvieran apariencia humana, como
consecuencia de las explosiones que habían segado sus vidas. Sí, es
cierto que los besé, y que mis labios se llenaron con su sangre de
mártires; y es cierto también que mi hijo los besó, y allí, que yo
sepa, nadie sintió náuseas. Aquello era para hombres y allí, que yo
sepa, no había ninguno que no lo fuera.
También fue durante mi permanencia en
Vascongadas cuando se llevó a cabo la legalización de la bandera
separatista, esa bandera que ahora llaman las izquierdas
«banderola», y que entonces antepusieron a la bandera de España. Aún
estaba caliente la sangre del cabo Frutos cuando fue legalizada la
bandera separatista y aquello me indignó, creo que justamente. Mis
guardias y yo pasamos la peor noche de nuestra vida. Salimos varias
veces a rescatar banderas españolas ultrajadas, en contra de las
órdenes recibidas de no salir por ningún motivo. Una de esas
banderas que pudimos rescatar medio quemadas preside desde entonces
mi hogar.
Pensar que la «banderola» iba a ondear por
encima de la sacrosanta bandera española me hizo saltar contra los
culpables y aquello me costó un mes de arresto en Madrid y el cese
en el mando de la Comandancia.
El siguiente destino fue la Jefatura de la
Comandancia de Málaga, mi patria chica. Y allá nos fuimos con toda
la ilusión del mundo. Había allí un pabellón precioso para mi mujer;
allí estaban mis padres; allí estaban los amigos. Se reunían, en
fin, muchas circunstancias para que en la Comandancia de Málaga
pudiera encontrarme a gusto. Pero seguían los asesinatos y las
tropelías en nuestra España. Las víctimas iban sumándose en
cantidades que yo difícilmente podía soportar, aunque no falten
quienes se tragan esas cifras sin pestañear, ¡allá sus estómagos!
Un atentado terrorista se cobró tres vidas:
el señor Unceta, un hombre cabal, y dos guardias civiles. Y en
aquella misma jornada me anunciaron que iba a haber en Málaga una
manifestación en apoyo de la mayoría de edad, en definitiva, uno de
esos «escandaleras» que organizan los marxistas y a los que acuden
para gritar «¡Amnistía!»
Aquello me pareció una provocación, un
comportamiento que no podía aguantar. Intenté por el diálogo evitar
que la manifestación se celebrase, pero, aunque me dijeron que iba a
ser trasladada a otro día, comprendí que trataban de engañarme y, ya
al filo de iniciarse la manifestación, le dije al gobernador Civil:
«Hoy España está de luto... Mañana seré un arrestado, pero hoy no se
profana a mis muertos.» Y así me jugué la mejor Comandancia que he
visto, porque disolví la manifestación, sin violencia, porque no fue
necesaria más que la decisión y la firmeza reflejadas en los ojos de
los hombres que componían mi fuerza. Aquellos hombres actuaban con
energía y con la confianza en su mando, sabiendo que no iba a
dejarles en la estacada, y está demostrado que cuando hay autoridad
y decisión es innecesaria la violencia; solamente después de
reculeos y blandenguerías es imprescindible la violencia. En fin, mi
actuación me trajo un mes de arresto y el cese en el mando.
Marché a mi retiro extremeño, porque soy de
carne, y en ésta me dolía lo que había perdido. Allí, en mi retiro
extremeño, sin esperarlo, llegó el nombramiento de jefe de la
Agrupación de Destinos de la Dirección General del Cuerpo. No era el
mando ansiado por mí, pero era un mando. Y así llegué a la Villa y
Corte, y así empecé a respirar en tres dimensiones lo que a las
provincias solamente llega en dos. En Madrid tuve oportunidad de
leer un proyecto de Constitución en el que faltaba Dios y sobraban
«nacionalidades». Escribí inmediatamente una carta al Rey pidiéndole
que aquel proyecto no saliera adelante y pidiéndole que no corriera
más sangre... Catorce días de arresto y nuevamente en peligro mi
destino. Entonces tomé un café con tres amigos y otro más, que,
pareciendo serlo, resultó un vulgar delator; tomamos café en la
cafetería Galaxia y... diecinueve meses de prisión efectiva, siete
de ellos legal.
Me encontré nuevamente disponible y en
Madrid, respirando a boca llena, durante las veinticuatro horas del
día: asesinatos, atracos, trabajadores en paro mendigando por las
calles, por las plazas y en las estaciones del Metro; veinticuatro
horas al día viendo humillados a muchos de los que hasta entonces
había considerado hombres dignísimos, viendo actos de cobardía, de
indiferencia ante todo; veinticuatro horas al día oyendo los
ladridos furiosos de los cuarenta sectarios que emponzoñan a nuestro
pueblo, oyendo los crujidos de los cimientos de la Patria y oyendo
el relato de las continuadas profanaciones de banderas. Disponible,
viendo a lo largo de las veinticuatro horas a esas pandillas de
jóvenes degradados por la droga, a esas muchachas que sin haber
consumido su niñez han perdido ya el ansia de vivir porque ya todo
lo conocen, aunque lo hayan conocido mal, y enfermos que piden un
tercer sexo, y pornografía a raudales, degradando a la mujer y al
hombre, y desprecio hacia nuestros mayores, irreligiosidad.
Todo eso es lo que vi en esas largas horas
de mi situación de disponible, y pensé que no tenía derecho a dejar
a mis hijos una Patria empobrecida y degradada, porque de mis padres
recibí esta Patria en perfecto estado. Y pienso que si hay que
liarse a tortazos, debo y quiero ser yo quien los dé y los reciba, y
no reservárselo a mis hijos, que ellos tendrán los suyos a su
tiempo...
Conocí a personas que se encontraban en
circunstancias parecidas; que sufren por España, que aún tiene
arreglo si se acaba con el separatismo, si se termina con el
terrorismo y con el terror callejero, si se pone fin al paro
mediante la adecuada utilización de la riqueza que en España existe.
Para ello solamente es necesario ser honrado
y obligar a los demás a que lo sean, porque se puede gobernar
imponiéndose con autoridad.
Por todo ello, a las 18,24 horas del día 23
de febrero de 1981 entré en las Cortes Españolas, hice público un
comunicado explicando el porqué. Decía así:
«Españoles: las unidades del Ejército y
de la Guardia Civil que desde ayer están ocupando el Congreso de
los Diputados a las órdenes del general Miláns del Bosch,
capitán general de Valencia, no tienen otro deseo que el bien de
España y de su pueblo. No admiten las autonomías separatistas y
quieren una España descentralizada pero no rota. No admiten la
impunidad de los asesinos terroristas contra los que es preciso
aplicar todo el rigor de la Ley. No pueden aceptar una situación
en la que el prestigio de España disminuye día a día. No admiten
la inseguridad ciudadana que os impide vivir en paz. Aceptan y
respetan al Rey, al que quieren ver al frente de los destinos de
la Patria, respaldado por las Fuerzas Armadas. En suma, quieren
la unidad de España, la paz, orden, seguridad. ¡Viva España!»
Salí de las Cortes el día 24 de febrero,
después de que el secretario de la Junta de Jefes de Estado Mayor
firmara, con el consentimiento de la misma, y en presencia de mi
director general, Aramburu Topete, un documento, que conservo,
eximiendo de toda responsabilidad a soldados, guardias, cabos y
suboficiales y hoy, a pesar de ese documento, sigue habiendo
guardias detenidos, y lo están también todos los cabos y
suboficiales. Se les busca culpabilidad cuando allí todo lo que se
hizo fue por orden mía, sin tener en cuenta que no pudo ser más
limpio ni más caballeroso el comportamiento de la fuerza con los
diputados.
Yo me he declarado responsable de todo. Yo
ordené los disparos. Yo ordené a todo el mundo que se tumbara en el
suelo. Yo distribuí y ordené los servicios y los vigilé. Mi fuerza
sabe que conmigo no se juega, y en mi poder está ese documento que
exime de responsabilidades a guardias, cabos y suboficiales.
¡Señores, soy el único responsable de lo sucedido dentro de las
Cortes! ¡Señores, dejen ya tranquila una Fuerza de la que deben
sentirse orgullosos ustedes y toda España, sea cual sea su color y
su ideología! ¿No se pedía eficacia a. las FOP? ¡Pues ahí tienen
ustedes eficacia!... Claro que las órdenes que recibieron fueron
claras y enérgicas.
Por todo ello me encuentro hoy en prisiones
militares para aceptar lo que España disponga de mi, con el ánimo
sereno y la conciencia tranquila, mucho más tranquila de lo que
puedan tenerla quienes debiendo no están aquí con nosotros.
Sea cual sea mi destino, ¡gracias España por
permitir que te haya servido!
Alcalá de Henares (prisión militar) Marzo de
1981.
Antonio TEJERO MOLINA. Teniente coronel de la Guardia Civil
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